Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 30 de junio de 2012

Volver

Toda la confitería patriótica está a punto para celebrar en las calles de Ottawa Canada Day. Muy oportunamente nosotros cerramos nuestras maletas para irnos de vacaciones. El deseo de ver determinadas caras y conocer Mallorca lucha contra la pereza, la aprensión, a volver al país de las cabras. España no es para mí ninguna añoranza, tan sólo el objeto de mis jeremiadas, rumiadas obsesivamente en la ducha. Soy un expatriado, sí, pero nunca la sensación de exilio es más lacerante que cuando estoy en España. Melancolía de saber que sólo tengo un país y no es el mío.

Suena dramático, quizá demasiado, pero es completamente sincero.

viernes, 29 de junio de 2012

Pespuntes

El paso del invierno al verano en Canadá es como salir de un cuadrito de Veermer para entrar en una película de Eric Rohmer; si los franceses hicieran barbacoas.

M ha encontrado una similitud entre su marido y las ardillas. Ambos se dejan las manzanas a medias para que ella las recoja.

Primera gran excursión en bicicleta, al costado del río. Pedaleamos sin objetivo hasta que se hace tarde y tenemos que comer en una gasolinera. De regreso comienza a llover, llover incluso fuerte, y no nos importa. Pensamos lo mismo: como Los Cinco o los Goonies. M se acuerda de Javi: es él quien nos envía las aventuras y nos ponemos un poco tristes. Llegamos contentos a casa, aun con el espinazo machacado.

¿Cómo he podido tardar tanto en leer El Gatopardo? Hacía tiempo que no disfrutaba tanto. Es un Proust sin hojarasca, que no fatiga.

martes, 26 de junio de 2012

Los de la Iglesia

El domingo pasado recogimos esta carta del buzón:

Junio 16, 2012


Estimados Vecinos Magdalena y Juan,

Nosotros, sus vecinos en la iglesia al lado, tenemos de nuestra afectación a Madrid (1991-1995) una botilla de Vega Sicilia 1985, que es en peligro de ser demasiado viejo.

Sería un placer compartir esta botilla con ustedes. Por ejemplo, pueden ustedes venir este jueves, junio 21, tomar un vaso a las 18:30 horas?

Saludos cordiales

Brian

Brian y Marie-Rose
13 Crichton. 
(613 872 0451)

Respondiendo a tan simpático ofrecimiento, repicamos a la hora convenida en la aldaba, con una de las famosas tortillas de M en la mano. La iglesia en cuestión es un pequeño templo protestante de ladrillo rojo y reconvertido en vivienda. Está pegada a nuestra casa —la copa de un manzano de su parcela da sombra a Little Ibiza—, aunque la puerta da a otra calle. Salió a abrir Brian, señor menudo y enjuto; pulcros y breves mechones blancos y ojos brillantes como canicas. Según averiguamos, es un antiguo diplomático canadiense, veterano de la guerra del fletán; conserva un castellano rugoso y efectivo, aprendido en sus puestos en Madrid y Montevideo, ciudad ésta donde el matrimonio tiene sus cuarteles de invierno. Habla con verdadero cariño de España. Es curioso, pero explicable, que un país tan áspero como el nuestro deje siempre tan buen recuerdo a los extranjeros. Pero no nos desviemos. La nave de la iglesia es un espacio despejado y revestido enteramente de madera; en el lugar del coro hay máquinas de hacer gimnasia, y donde uno esperaría la sacristía, el dormitorio, el cuarto de baño y el gabinete; hacia la mitad hay una cocina americana, con mesa de comedor, y enfrente unas butacas y un tresillo. La salmodia ha dado paso a una música jazzy; los reclinatorios a muebles ampulosos y tapizado de cretona, un poco como un loft decorado por la abuela. Es raro, justo de luz, pero no siniestro. Las vidrieras están muy limpias, en colores primarios fuertes. Compraron la iglesia no sé cuando y hay un piso bajo alquilado a unos muchachos, al parecer ruidosos. Marie-Rose es una señora comedida, vestida de verano, de aspecto algo triste, como convaleciente. Habla también un buen español y es culta. Resulta que es belga, lo que me da pie a insinuar una de mis interpretaciones de Jacques Brel, un rompehielos infalible. Saca de la nevera una crema helada de aguacate, y yo detesto el aguacate, pero me lo tomo bajo la mirada atenta de M. Brian decanta el Vega Sicilia, que cae como un oro de cereza y entra con su típico sabor a Stradivarius, ácido en la punta de la lengua. Hay libros desparramados y eso nos permite hablar de lecturas y cambiar recomendaciones. Brian está leyendo El Quijote, en castellano, por tercera vez. Palabras muy duras hacia el gobierno conservador de Harper. Pasa una hora y media sin excesiva dificultad. Salimos un poco turbados por el vino cuando el cielo ya pregonaba la tormenta. Como ciervos que se acercan curiosos, en tímidos círculos, siguen entrando en nuestras vida nuevos rostros y nombres.

viernes, 22 de junio de 2012

Calor

Llega el vino del estío y hace un calor de mil pares. Pasar de 40 grados bajo cero a 46 por encima, todos ellos rebosantes de humedad, no es poca broma. Sales de casa y el aire se te pega a cara y cuerpo como un sudario caliente. He tomado conciencia exacta de la temperatura al ver a una ardilla recostada sobre una rama, como una odalisca patitiesa, con la cola colgando lánguida e inmóvil. Se me ha ocurrido que podría bajar y dejar a su alcance un cuenco con cerveza bien fría. La próxima vez. Por lo demás, no solo nos achicharramos los mamíferos del barrio. La levadura del sol es capaz incluso de agostar la poderosa vegetación de Ottawa, ciudad feraz cuando no está cubierta de nieve. Como no hay mal que bien no traiga, también la maleza se ha retirado a sus cuartes subterráneos. Es un calor tórrido, de malecón habanero, y de una inclemencia siciliana. En casa, he restringido mis viajes al piso de arriba, imposible de refrescar por más ventiladores que se pongan a trabajar. Little Ibiza está intratable. De noche el aire acondicionado nos mantiene fresquitos. M se aclimata mejor, más allá de unas pocas exclamaciones (Ostia, quina calor que fa!). Canadá. Qué país.

jueves, 21 de junio de 2012

Más sobre M y JC

(Amor) Que los infructuosos esfuerzos motores de M por atrapar el frisbi me parezcan más bellos que el revés a una mano de Federer.

(O también) El estoicismo duramente aprendido con que M tolera cada mañana mis inefables combinaciones de chaqueta, corbata, y camisa, renunciando a restablecer el más mínimo sentido de la estética. Y en verano, dejarme ir al trabajo con camisa de manga corta, como un mormón que además fuera dependiente de El Corte Inglés. 

(Amantes circadianos) Protege mis noches tempranas, como yo sus despertares lentos. Durante dos horas al día guardamos la soledad del otro, que eso es amor, según Rilke.

Ahora entra.

miércoles, 20 de junio de 2012

Little Ibiza

M está que se sale. Desde que salió victoriosa —si bien el triunfo pudiera tratarse de un espejismo— de su lucha jardinera contra los malignos dandelions (dientes de león), se ha lanzado a un frenesí de actividad. El giro profesional que anhela para su carrera ya está en marcha. Mientras se produce, se muestra más simpática y fraternal que nunca; el vecindario está entregado, la adora, reservándome, con todo merecimiento, el papel de marido nervioso y un poco misántropo. El jueves abrió la casa para dar una merienda en homenaje a J y E, que pronto nos abandonan, poblando la casa de juguetes para los niños y sándwiches de nutella para mí. Y el domingo organizó una expedición para los S. en raft por el río Ottawa, coronada por una barbacoa en el pontón sobre el lago Muskrat. Hacia todos tiene detalles, amables deferencias para las que tiene una sensibilidad especial. Qué decir de El racó de M. Fatiga las páginas del libro del recetas familiares de Ferrán Adrià, con resultados felicísimos; su última goyería, una codorniz sobre lecho de cuscus, que le salió puramente canónica y carnal. Pero sin duda su obra maestra de los últimos tiempos ha sido la creación de Little Ibiza en nuestra terraza. Compró un conjunto de jardín —sofá en L y dos otomanas— por tres pesetas en el Canadian Tire. Añadió la mesita de madera que traía de Barcelona y dispuso velas y antimosquitos con eficacia y gusto. Un poco de música suave desde el interior y ya está, Little Ibiza, el mejor lugar de toda la ciudad entre las seis y las once esta época del año. Ideal para leer, perfecto para recibir. Pero como por la mañana el calor es asfixiante, y su mente no descansa, ha decidido crear otro espacio en el porche. Allí ha plantado dos sillas muskoka de plástico —media peseta cada una— desde donde poder ver crecer la hierba y leer los domingos triunfantes. Lo hemos llamado un coin de provence. Ya lo sé. Y no sobra decir que está guapísima, primaveral como una musa de Boticcelli. 


sábado, 16 de junio de 2012

Pow wow

Agustí nos ha regalado hoy una experiencia impagable: nos ha llevado a un pow wow, que es, en síntesis, una reunión pública de indios, no muy distinta de nuestras romerías, pero en círculo y con mucha percusión. La cita era en un prado a las afueras de Ottawa. 'Ya no estamos en Canadá. Esto es tierra algonquina' nos advierte Agustí, bajando el tono. 'Hay pow wows de varias clases: celebratorios, de preparación de la caza o de la guerra, rituales, funerarios. El de hoy es familiar y abierto al público'. Léase: para turistas. Pagamos una entrada de veinte dólares, nos estampillan el dorso de la mano, y entramos en el recinto. Un graderío cerca un espacio circular y hay puestos de buhonero, aunque no precisamente de baratillo, esparcidos en los alrededores. Como lo que tenga que empezar no ha empezado todavía, damos una vuelta por los expositores, a ver si hay alguna pulsera o collar bonitos. Yo me quedo muy contento de comprar una History of the North American Indian Wars que ya me leeré. Agustí nos comenta que los algonquinos son los anfitriones, pero que otras tribus han sido invitadas; así los mohawks, iroqueses, cree, etc. La cosa tarda en empezar así que los cuatro —Agustí, Derek, M y yo— pedimos una hamburguesa de búfalo (será de bisonte, le digo al que atiende, que no se da por enterado) que nos dan en un bollo frito. La carne es dental, indigesta, magnífica. Al parecer solo los indios tienen el privilegio para cazar bisontes, y por ende, de comer hamburguesas de bisonte cuando quieren. Hay tiempo de mezclarse con la concurrencia. La mayoría de los asistentes son indios, claro. Tienen la piel oscura, los ojos rasgados, los pómulos altos. Las mujeres llevan el pelo negrísimo anudado en una larga cola de caballo o en trenzas. Quien más quien menos, todos tienen problemas de sobrepeso. La diabetes —padecida en mucha mayor proporción que los europeos por inadaptación del organismo a nuestra porquería de dieta hiperglucémica— hace estragos en la población indígena. El animador del evento nos convoca por megafonía. El sol castiga las gradas, los pocos espacios de sombra ya ocupados. Nos sentamos e inmediatamente comienzan a sonar los tambores y un murmullo de voces mugiendo. Es como un cante jondo, pero yo diría que con poco duende. Nos piden que nos pongamos de pie para recibir a los veteranos. Entonces comienza un desfile que no comprendo. Una guarnición de first nations portando las banderas de la ONU, de la OTAN, de Canadá, de Estados Unidos y de la Nación mestiza (negra con un símbolo de infinito sobreimpreso). La verdad, no esperaba ver la bandera de la OTAN en un pow wow. Luego, por fin, empieza la fiesta, y tras un primer rondo ejecutado por los más avezados, el animador, cuyas bromas no terminan de funcionar, invita a las familias a saltar a la pista. Bajan unos pocos y se ponen a bailar, sin orden aparente. Un poco a lo Chiquito de la Calzada, pero con brío y algún espasmo. Todo es patético y medianamente pintoresco, alternándose los indios empenachados con vistosas coronas de plumas, y vestidos con lujosos cueros, con los que van en sandalias y camiseta, los abuelos con los chavales. El espectáculo es monótono, fallido. Cunde la decepción entre el público. El animador se apercibe de que la cosa decae y se excusa 'Vamos hombre, ya sé que esto no es cómo el año pasado. Este es un pow wow familiar, con los recortes no nos daba para más'. Los tambores suenan como un taladro. Es el tipo de música que desata mi eurocentrismo (¿en qué universo este tam tam obstinado podría tener el mismo valor que un cuarteto de cuerda?) Pero lo más sorprendente es girar la cabeza y darme cuenta de yo, el euro céntrico soberbio y descreído, soy el que mejor se lo está pasando. A M le ha entrado una risa nerviosa y Derek está visiblemente hastiado. Agustí, que lo sabe, nos invita a concluir nuestra vista a la tierra algonquina. Yo me hubiera quedado un rato más y pido que conste. Todo esto da mucho que reflexionar pero lo haremos otro día. Baste apuntar ahora que la hamburguesa estaba de miedo y que el resto me ha dado mucha pena.

P.S. N me informa de que los bisontes ya se crían en granjas. Así, que lo correcto es decir que sólo los indios disfrutan de hamburguesas de bisontes salvajes


viernes, 8 de junio de 2012

Ardillas

Cada mañana, cada tarde, nos cruzamos con montones de ardillas. Corren dando pequeños saltos, de forma ondulada, taquigráfica. Un, dos, tres, una pausa, un titubeo, y otra vez en marcha. Tengo simpatía por estos roedores, quizá porque de niño eran los únicos animales que veía con cierta frecuencia, en los pinares de la sierra de Guadarrama, y quizá porque una ardilla puede hacer sin esfuerzo exactamente lo que un niño desearía: trepar por los árboles y volar como un trapecista de copa en copa. Y también, pienso, porque parecían estar solas. Ahora, no parece importar la repetición, siempre que veo una ardilla no puedo reprimir tirar de la manga a M y decir, tontamente: '¡Mira!' como si hubiera avistado un dodo o un unicornio. En invierno menudean las ardillas grandes y negras, de aspecto matonil. El buen tiempo las trae pardas, grises y marrones. El periodo de gestación ha debido de terminar hace poco, porque el barrio está lleno de crías que se dejan atropellar por los coches. No pasa un día sin que veamos un cadáver despeluchado en la calzada. Es una visión muy desagradable y no envidio al barrendero que tenga encargo de retirarlas. A veces -sólo a veces- se las ve emparejadas, felices, persiguiéndose como si jugaran a ninfas y dioses pervertidos. Otras veces las encuentro erguidas sobre un plinto, con el penacho bien frondoso, en postura de pensador o de oráculo. U hocicando en el jardín. Hace un minuto he visto, desde la terraza, a una avanzar con tremendas dudas sobre el alambre. La he seguido con la mirada, dando ánimos. Alcanzado el otro extremo del poste, se ha encaramado a la cúspide de un arce, y de ahí ha pegado un brinco de unos siete metros hasta otro árbol. Si su itinerario tenía algún sentido o estaba haciendo mera gimnasia es un misterio. 

La belleza de ese salto imposible me ha hecho pensar un momento en cómo todas las cosas bellas piden siempre una mirada furtiva.