Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 31 de agosto de 2012

Cosas raras que suceden en Canadá (I)

Como hoy recibimos, M me manda por tourtieres a Jakobson, que es el colmado donde venden los comestibles buenos y caros. La tourtiere, una suerte de quiche o empanada de hojaldre fino, la hemos descubierto en una salida por la parte de Gatineau, provincia de Quebec. Luego supimos que también se podían adquirir en el mencionado establecimiento. Voy, entro y hurgo en el refrigerador, pero no encuentro las tourtieres más sabrosas, que son las que están rellenas de cordero y de pato; únicamente las hay vegetarianas. Pregunto. La tendera me mira alarmada, y dice, con la boca prieta: 'No no, aquí nunca hemos vendido tourtieres de carne de Quebec, eso está prohibido'. Y yo: '¡Cómo prohibido, estoy seguro de haberlas comprado aquí en el pasado!' Y ella: 'No puede ser señor, no se puede traer carne de Quebec, la ley no lo permite' ¡Acabáramos! ¡Aduanas interiores! ¡Y M y yo de estraperlistas involuntarios, traficando con cárnicos en el maletero! Y es que la vida en Canadá depara alguna que otra sorpresa, y no es la menor apercibirse de la ausencia de un mercado único para todo el país. Un mercado común es una de las tres o cuatro cosas que debe tener un Estado digno de tal nombre. Pues aquí resulta que no, o no del todo, o no para algunos productos. No es sólo la carne. Por ejemplo: Hace poco supe que reglamentos federales y provinciales prohíben el transporte directo de alcohol entre provincias; de manera que si compras una botella de vino en Montreal, no puedes llevarla de vuelta a Ottawa, so pena de multa. Las barreras comerciales tienen como objetivo, como es natural, proteger a los bodegueros de la provincia, así sea la competencia entre canadienses. Aunque tengo observado que nadie respeta el reglamento, porque a ver quien se pone a detener coches y abrir maleteros en los límites provinciales. Es una ridiculez muy comentada por el cuerpo diplomático, a la que ahora hay que sumar, a lo que se ve, la prohibición de trajinar con viandas. Nada grave, pues también aquí el contrabando está a la orden del día. La tendera mira a un lado, ve que estamos solos y me dice: 'Me dice cuántas tourtieres de carne quiere y se las traemos...'. 

Cuando se vive en país ajeno, es un momento de moderada satisfacción descubrir algún absurdo que uno no encontraría en casa. Huelga decir que a los españoles no nos sucede muy a menudo.




lunes, 27 de agosto de 2012

New Edimburgh

En Ottawa, el barrio de New Edimburgh pasa por ser uno de solera. Podemos considerarlo el lugar predilecto de su clase media, adecuado tanto para matrimonios de jubilados suficientemente juveniles como para no querer alejarse mucho del centro, como para parejas sin hijos que prefieren el sosiego de una casa que sin ser de campo lo parece. Consta, en sentido estricto, de cuatro largas calles paralelas y otras ocho, más cortas, que cruzan aquellas de manera ortogonal, además de las muchas y recoletas callejuelas que corren en paralelo a las calles principales, por la parte trasera de las casas. Hacia el Norte limita con Sussex Drive, y más allá con el río Ottawa, que separa la ciudad de la vecina Gatineau, ya en la provincia de Quebec; en su parte meridional, el barrio queda acotado por Beechwood Avenue, aunque algún purista podría querer poner la linde en la recoleta Dufferin Road, consiguiendo el efecto —engañoso— de una cuadrícula más perfecta y abarcable. Por el Este no hay duda: el barrio termina en el parque de Stanley, en la margen del río Rideau, a punto de verter ya sus aguas en el ancho brazo del río Ottawa, y sobre el cual se levantan los bellos puentes Minto —quizá la obra más sutil y elegante de todo Ottawa—, de hierro pintado de blanco, que son la vía de entrada y salida de más prestigio en el distrito. En fin, los jardines del gobernador sirven de frondosa frontera por poniente, porque, en nuestra opinión —opinión de foráneos, se podrá objetar—, Maple Lane y Springfied Street pertenecen ya al altivo y ostentoso Rockliffe Park, auténtico barrio patricio donde mora la élite capitalina y buena parte de los embajadores. En cuanto a su origen, hay que saber que New Edimburgh fue antaño un municipio independiente, fundado en 1829 por Thomas Mckay, ingeniero de Montreal nacido en Escocia, que llegó a Ottawa —entonces el modesto villorrio llamado Bytown— para participar en la construcción de las exclusas del canal de Rideau. Dueño del aserradero y de varios molinos de grano, McKay amasó una considerable fortuna que invirtió en la compra de los terrenos que hoy forman el barrio. Bautizó las distintas calles con nombres de familiares y amigos: Charles, Thomas y John eran hijos suyos, Crichton, el nombre de soltera de su mujer, y Kieffer, el su cuñado. Animó a los obreros a su cargo a instalarse en el barrio, mientras él se construía una mansión que andando el tiempo se convertiría en Rideau Hall, la residencia del Gobernador General —Virrey, para el lector castizo— que es en Canadá el representante de la Reina Isabel, un bonito cargo puramente honorífico, cuya existencia permite a los vecinos de New Edimburgh decir cosas tan elegantes como 'salgo un rato a pasear por los jardines del gobernador'. En lo que toca a su arquitectura, en términos porcinos, podemos decir que predomina la construcción tipo 'segundo cerdito', es decir, en madera, sin que falten casas de ladrillo o piedra, más regias y robustas, obra sin duda del tercero y más sensato de la piara. La mayoría de las casas son exentas, de dos pisos, con el tejado a dos aguas bastante empinado (de unos sesenta grados, como en un triángulo equilátero). Las más lujosas tienen porche y veranda, las más comunes sólo un pórtico techado, y las más pobres ni lo uno ni lo otro. Casi todas tienen un pequeño jardín, pero nunca con piscina, o yo no he visto ninguna. Como buen barrio presbiteriano, los salones que dan a la calle raramente se cubren con una cortina. Hay una peluquería, una tienda de comida con pretensiones y poco útil, el taller de una pintora sin talento, una escuela de danza, un parque con columpios, dos pistas de tenis, y cuatro iglesias, todas de culto reformado. No hay semáforos: los coches circulan con lentitud, no así las ardillas. Alguien ha visto un zorro por ahí. Nosotros no. 

New Edimburgh es nuestro barrio y nos gusta.




sábado, 25 de agosto de 2012

Mr. Pickwick viaja a Merrickville

Siguiendo la margen del río Rideau, por la parte de Ontario, a cincuenta kilómetros de Ottawa, está Merrickville, population 1,027. Es lo que llamaríamos un pueblecito mono, acicalado y algo cursi, como vestido de polisón. Por supuesto, nada que impresione a europeos resabiados como nosotros. Hay tres o cuatro calles, farolas floreadas, dos iglesias de piedra, casitas de madera con veranda, aceras pulidas, colmados de pitiminí y posadas cotorronas. El pueblo se formó al arrimo de la construcción del canal, que lo bordea con sus compuertas. Entre sus habitantes se cuentan acuarelistas, ceramistas, ebanistas y turistas. Hoy estaba especialmente endomingado y bullicioso; tocaba la feria de antigüedades 'and nostalgia'. A propuesta del jefe, hasta allí nos hemos llegado, en plan Mr. Pickwick y cuadrilla. Junto a unos pocos quincalleros había anticuarios con oficio, y si no tuviéramos ya nuestras necesidades de mobiliario bien cubiertas, algo habríamos comprado. Bueno, de hecho algo hemos comprado: unas cajas antiguas de madera para munición y explosivos; he pensado que podría poner ahí los libros más subversivos de la biblioteca. O una planta; quedaría bien. Luego hemos ido a comer a un restaurante algo alejado, en Oxford Mills, de nombre Brigadoon, atiborrado de ancianos. La dueña es fanática de los objetivos decorativos, los estampados de cretona y la Reina Isabel, retratada en múltiples fotos colgadas de las paredes del figón. Pisábamos feudo realista; un sitio puramente british, podría estar en Bath o en el otro Oxford. El jefe y yo nos hemos comido un filetazo de bisón, atlético y sabroso pese a ser de granja, que nos ha dejado satisfechos, e incluso realizados. Junto a nuestra mesa había todo tipo de cachivaches, incluida una postal de un bailaor y bailadora ejecutando no sé qué palo con remite de Sant Feliu de Guixols. Conversación grata. Una buena excursión, en definitiva.



jueves, 23 de agosto de 2012

Aguas de agosto

Días tranquilos de poco hacer en la oficina, acompañados de dosis moderadas de desasosiego en casa, por razones que guardo para mi diario secreto. A mediodía me acerqué al río. El agua estaba estancada y cubierta en las márgenes por una espuma verde. En el parque ya era perceptible el primer hálito del general invierno, en forma de brisa benefactora: como la brigada de paracaidistas que prepara, oculta tras las líneas enemigas, entre los juncos y en las copas de los sauces, la majestuosa llegada de diciembre. Pero embridemos el lirismo. No escondo que nos aburrimos un poco, síntoma, es de suponer, de que Canadá ya es, definitivamente, nuestra casa. Después de cenar —oh, para qué mentir: mientras cenamos en el sofá—nos pegamos como larvas a la televisión para ver The Wire, una serie asombrosa, inteligentísima. Si no, leemos un poco: M ha terminado The Great Gatsby y yo estoy con una biografía de Glenn Gould. Planeamos una escapada a la provincia de Alberta, a ver el otoño en los lagos que crecen en los intersticios de las montañas rocosas, y también algún buen pozo de petróleo de los que tienen por ahí. También hemos concluido Little Ibiza, con la instalación de una mesa y una sombrilla, aunque nos ha costado: una compañía de zapadores se ha llevado por delante todos los artículos de verano —de patio, dicen aquí, restañando bien la t—de las tiendas. Al final hemos encontrado el parasol en Walmart, lugar deprimente donde los haya. La terraza ha quedado fantástica. Ya sólo queda que alguno de mis amigos, que son todos unos desgraciados, venga a vernos y a disfrutarla con nosotros. Y para ellos, para su solaz solamente, termino la entrada de hoy así: a la salida del Walmart hay un salón de belleza regentado por unas vietnamitas. M suele ir ahí a hacerse la pedicura. Ella tenía que ir, y yo, ya que estaba ahí, he decido que también. A ver cómo era eso de la pedicura. Y debo decir que no está mal, a pesar de la considerable decepción de la señorita que me ha atendido, a quien mis pies no le han interesado nada. En vano ha buscado alguna duricia o callo que representara un desafío para su piedra pómez. Y como tan poco era cuestión de esmaltarme las uñas, la faena le ha parecido poca cosa. 

Y así discurre en Ottawa, tan lento como un nenúfar, el mes de Octavio Augusto.





sábado, 18 de agosto de 2012

Larry B.

Larry B. es nuestro agente de la propiedad inmobiliaria, que es, más o menos, como puede traducirse el oficio, tan anglo, de 'real state agent'. En Norteamérica es un tipo de profesión adornada de cierto glamour, por completo ausente en sus pares españoles. Se les conoce como realtors, que es nombre como de cuerpo de élite, con licencia para alquilar y vender casas. Su retrato, sonriente e incitante, es visible en los carteles de se vende o se alquila a la entrada de las fincas. A veces hay en un mismo barrio varias fotos tratando de seducirte; 'vente conmigo', parecen decir, o 'yo te consigo un chollo', o incluso, 'la rubia de la foto de enfrente te estafa seguro, no es de fiar'. Pero en general, por razones que no termino de entender, todos tienen la misma aura mefistofélica, y una sonrisa más falsa que un euro de madera. Pues bien, nuestro realtor, nuestro hombre de la foto, es Larry B. Larry B. es bajito y orondo como un cura de pueblo; tiene los ojos claros y la cabeza cuadrada, sólidamente pegada a un cuello grueso como el de un buey, con un púa rubia que se despega un poco de la coronilla por todo cabello. Tiene un piso en Cuba donde pasa largas temporadas, y un parecido razonable con el pintor Francis Bacon. Fue él quien nos alquiló la casa, y es él quien se ocupa de su mantenimiento en ausencia de los dueños. A mí al principio no me caía mal, pero a M le fue antipático desde el principio, lo que no es de extrañar, porque con ella es un perfecto imbécil. 'Es lo que mis amigos gays llaman una marica mala' me dice M, 'sabes, esos que disfrazan sus salidas de tono de ironía y se reviran contra las mujeres '. No ayuda a mejorar su imagen una soriasis que parece complicada de tratar. Le vemos de tanto en tanto, cuando hay algún desperfecto que reparar. Comprueba el problema —comprueba que no somos lerdos y no nos lo hemos inventado—, y nos envía un par de días después a Charles, un manitas muy amable. Hoy ha venido, a petición nuestra, a inspeccionar el mal estado del césped, una puerta rota y la batería agotada de la alarma anti-incendios. Queriendo ser gracioso, ha hecho un par de comentarios machistas —no viene al caso recogerlos— que nos han sentado muy mal. Le he pedido que se abstuviera en adelante. 'Es que tengo un sentido del humor muy sarcástico' ha dicho. Hay mucha gente que cree que su inteligencia le da para ser sarcástico, cuando en realidad no pasan de la grosería. La grosería es materia prima del sarcasmo, pero éste requiere un refino profundo y apenas se parece a aquélla. 'Mejor sé sarcástico conmigo' le he dicho. M ya se lo toma con filosofía, apiadándose: 'No sabes las ganas que me entran de decirle que él vive en una mierda de pueblo y yo soy de Barcelona'. (Llamaremos a eso el botón nuclear).

jueves, 16 de agosto de 2012

Elecciones en Quebec

Habrá elecciones en Quebec en septiembre. El cuatro, creo. Supongo que debería consignar algo sobre esto en el diario. En las encuestas van casi a la par el Partido Liberal de Jean Charest, en el gobierno desde hace nueve años, y el Partido Quebequois (PQ) que es la oposición liderada por Pauline Marois. Son las facciones federalista y soberanista respectivamente, que quiere decir, según el dialecto político local, no nacionalista y nacionalista. Hay un tercer partido —en realidad una plataforma— en liza: la Coalition pour l'Avenir de Quebec (CAQ) creada por un François Legault. Los caquistes, que así los llaman, caminan con un pie en cada acera: son en principio nacionalistas, pero optan por una moratoria de diez años antes de volver a plantear un referéndum de independencia o cuestiones del tipo. Con esto calculan poder atraerse el voto de electores aburridos de la cuestión nacional y deseosos de tener la fiesta en paz y priorizar otros asuntos, por ejemplo, la corrupción, desatada, en la provincia. El PQ no apuesta con claridad por la independencia, ni dice que vaya a convocar un tercer referéndum —tras los de 1980 y 1995— pero Charest no se cansa de repetir que sí, que si gana el PQ habrá referéndum y otra vez terminará todo como el rosario de la aurora. El PQ ha lanzado un vídeo de campaña bastante repulsivo donde se aprecia un ideario sigilosamente racista. Yo lo sigo todo con cierto interés, aunque, siendo los paralelismo con España muchos, no puedo evitar proyectar aquí mis opiniones de allí. Todo me es dejà vu, dejà entendu; sopa recalentada. En mi opinión uno de los motivos de descrédito del nacionalismo es que en todas partes acaba diciendo lo mismo, si bien, en honor a la verdad, Quebec ostenta el copyright de muchas nociones —nación sin estado, soberanismo, inmersión, multas lingüísticas, etc.— que luego acaban reverberando en nuestra querida península. En particular, el genius loci de la Belle Provence acuñó el sofisticado sistema de circunloquios y eufemismos para hablar de independencia y secesión. Decir soberanista en lugar de independentista, por ejemplo. Permite ganar electores que no saben muy bien lo que están votando (o prefieren no darse por enterados). Es el truco del ahora-lo-ves, ahora-no-lo-ves, que luego han copiado nacionalistas vascos y catalanes. La verdad es que si yo fuera nacionalista, estas maniobras en escorzo para conseguir la independencia por la puerta de atrás y sin que se note mucho, me darían vergüenza. Un poco de arrojo, caramba. Ya Trudeau les puso en su sitio cuando el primer referéndum de 1980: 'You've got to admit that for courage of conviction, for nobility of ideal, for spirit of decision, we've seen better'.

domingo, 12 de agosto de 2012

Agua, por dios

Es domingo por la tarde, M no está, estudio y de repente cae la lluvia. El momento álgido de todo verano, su cúspide, el momento estelar que diría Zweig, es el aguacero, y quizá lo único que celebrar de esta estación cansina y pringosa. Cuando la calima y la humedad comienzan a ser insoportables... plas. Un bello y piadoso chaparrón, con sus miles de puntas de agua, calmando la tierra, los valles, las colinas, en ráfagas de una energía formidable. Las ramas se balancean con suavidad, como en un rito de una religión desconocida. Las cigarras dejan de molestar. 

A mí la lluvia, esta lluvia súbita y gozosa, me sienta como la mano amiga que se posa en el hombro. De pronto se cuela la luz como una mano femenina entre visillos.

Plas, plas, plas.

Luego se termina, pero la alegría viene siempre en estas dosis fugaces e instantáneas.



Torontonians (IV)

La nariz me vuelve a sangrar -me ocurre casi a diario desde hace semanas, me tendré que aplicar la pomada que me han recetado con más disciplina- y el camarero que nos atiende, un chaval, me ve y junto al café deja un chupito de vodka: 'A mí me pasa a menudo. Si mojas la bola de papel en el vodka la herida cicatriza rápidamente'. Es un remedio buenísimo que no olvidaré. Esta mañana, en el museo, la persona que vendía las entradas nos ha cobrado sólo la mitad del precio, porque llegábamos tarde y sólo teníamos una hora por delante antes del cierre, sin que ese descuento estuviera estipulado en ningún sitio. Es más, ha querido asegurarse de que el día siguiente podríamos entrar de forma gratuita, basándose en la posesión de un carné que poseemos pero no teníamos con nosotros. 'Mañana libro, pero si enseñáis este cupón mi compañero os dejará entrar sin problemas'. Ayer por la noche cenamos en Rodney's, un bar de ostras buenísimo y más que honesto con el precio. Nuestra camarera, Bobby, tocada por un pañuelo como un pirata y con los ojos achispados 'por la cata de los nuevos vinos que han traído esta mañana' era tan simpática que daban ganas de sentarla a la mesa. Así son los torontonians, y los canadienses en general. Gente afable y considerada, dispuesta a ayudar, corteses y simpáticos, pero sin caer en esa simpatía legendaria, empalagosa y confianzuda de los americanos, que a menudo esconde una enorme condescendencia hacia los europeos. Y quiero dejar claro que esta es una generalización que me permito hacer haber examinado varios casos particulares. La misma impresión tiene M. Entre los factores que ayudan a entender esta carácter tan amable habría que anotar, seguramente, la abundancia relativa del país, generoso en recursos y oportunidades, su confianza en el futuro, carecer de una historia violenta y de resentimiento histórico, en contraste con los europeos, y en contraste con sus vecinos del Sur, no creerse los fideicomisarios de Dios de en el mundo. Eso quita mucho estrés.

....


Good evening everybody:

First of all I want to give a very special thank you to Shauna, Laura and all their crew for making this possible. After being seen in Washington, San Francisco, Los Angeles and Puerto Rico the Bravos gang could not dream of a better venue than the DX and this historical trading floor to end their Northamerican tour. Because of the short notice on which it has been organized, bringing the exhibit to Toronto has been quite a challenge. Shauna has been incredibly supportive and keen from the very beginning and for this I’m very grateful.


I will let our curator Juli C, talk about the nature and aim of BRAVOS. For my part, I would like to encourage you to look very carefully, not only at these objects, but also at the shining happy clever faces in the beautiful pictures behind them. You will find in each of them a sparkle in the eyes. These faces remind us of the most embedded virtues of current-day Spaniards. A bold, playful, creative society that will very soon will jump-start the country’s engine.


Thank you very much,

martes, 7 de agosto de 2012

Torontonians (III)

En Toronto hay varios museos de interés. El Royal Ontario Museum (macizo edificio neo-románico con discutible ampliación del arquitecto Libeskind) pertenece a la categoría de los museos totales en los que un pedazo de templo babilónico convive con la osamenta enorme de un dinosaurio, no muy lejos de la sala de porcelana china o mobiliario victoriano. Para tener este tipo de museo hace falta a) un país sin ruinas y por lo mismo con necesidad de hacerlas traer b) un imperio abundante en piedras c) un cierto número de ricachos locales que regalen sus colecciones. Son lugares para perderse y querer ser de nuevo un niño, con la ilusión de querer saberlo todo por creer que se puede saber todo. Yo me quedo con la reproducción lúgubre y abracadabrante de una cueva de murciélagos de Jamaica. Desde el ROM se puede caminar, atravesando el barrio de la universidad, hasta la Art Gallery of Ontario, cuyo edificio originario fue totalmente renovado hace poco por el arquitecto local Frank Ghery. El resultado es extraordinario. La colección también lo es. El turista con poco tiempo, como nosotros, debe al menos examinar con cuidado dos sectores: la sala que contiene la mayor colección del mundo de esculturas de Henry Moore, y la salas dedicadas al arte canadiense, generosas en pinturas de Tom Thomson y el Grupo de los Siete, que cada día me gustan más y de los que ya hablaremos otro día. Y mañana, si hay tiempo, del Salón de la Fama del hockey sobre hielo.



lunes, 6 de agosto de 2012

Torontonians (II)

Los recién llegados a Toronto tienen varias cosas en que entretenerse. Arriba y abajo. Me explico: Han de, obedientes, hacer la larga cola que permite, previo peaje, acceder al ascensor que sube a la CN Tower, la estructura -que no edificio- más alta de la ciudad, y, a decir de la guía y folleto, del mundo. Algún día los torontonians tendrán que cantar la palinodia y admitir que esto no es verdad, porque hay tres cachirulos más altos en Cantón, Tokio y Dubai respectivamente. A mí, cada vez que la Lonely Planet me hace subir escaleras, me entran inmensas ganas de presentar mi dimisión. No me gusta subir a rascacielos, torreones, miradores y otros corcovados del mundo para ver las vistas por muy breathtaking que me las pinten. Soy muy vago, y por lo demás, las vistas, con sus excepciones, me aburren. Las vistas, por lo general, ya están vistas. Entonces para qué. Otrosí, es un sacacuartos. Pero, claro, es casi peor la actitud disciplente del turista esnob que no quiere subir. Entonces, se acaba subiendo, obediente, que es lo que hemos hecho esta mañana M y yo. Habíamos quedado en que la CN Tower no es un rascacielos, sino una antena o pincho de radiodifusión. Tiene un elegante fuste en forma de estrella o punta de flecha, todo él de hormigón visto. Como en el corte de un vestido imperio, la torre queda entallada más arriba de la cintura por una plataforma que hace de observatorio. Hay otra más pequeña más arriba todavía, al que también subiremos, por un módico suplemento. ¿Qué se ve desde lo alto? El enorme lago Ontario, que es el más pequeño de los lagos grandes, pero el doble de grande que, digamos, la provincia de Asturias. Tierra adentro, el formidable sprawl del Gran Toronto, casi una ciudad estado, con su hinterland de barrios residenciales y pequeños municipios. O sea, que no está tan mal y merece la pena el viaje en ascensor. Pero una vez y no más, Santo Tomás. Una vez se ha subido a la CN Tower (los desobedientes pueden empezar aquí) es hora de bajar, no al nivel de la calle, sino por debajo, a las catacumbas de la ciudad. Toronto, como tantas ciudades canadienses, tiene un invierno difìcil. Quizá no tan frío como el de Ottawa, pero complicado por la abundancia de vientos que forman corriente entre sus edificios. Para hacer más fácil la vida de los torontonians, la ciudad cuenta con un enorme y prolijo mundo subterráneo que comunica barrios enteros. El llamado PATH no es el subsuelo de Dostoievsky, sino un luminoso continuo de tiendas y comedores. M y yo nos hemos entretenido tratando de llegar desde el Eaton Centre, un centro comercial famoso y mesopotámico, hasta nuestro hotel sin salir a la superficie. Tiene su miga, porque las indicaciones no son fáciles de entender para el no iniciado, y de trecho en trecho nos hemos visto obligados a volver sobre nuestros pasos. Tras algo más de media hora de paseo hemos salido de las espeluncas de la ciudad como hormigas deslumbradas. Justo al pie de la CN Tower, la torre más alta del mundo, etc.




Por el camino del PATH
 

domingo, 5 de agosto de 2012

Torontonians (I)

Volvemos a Toronto. Qué pedazo de ciudad. Todavía la están terminando. Lo de menos son los rascacielos acristalados, con sus miles de teselas de aguamarina, creciendo como champiñones. Lo importante son esas sesenta personas llegando cada día para quedarse. Un casi inverosímil cincuenta por ciento de sus cinco millones de almas han nacido en otro país. Su hospital Monte Sinaí, donde hay intérpretes de cuarenta y ocho lenguas. Sus razas mezcladas hasta que uno ya no percibe la mezcla. La ciudad donde se hace cierta la bella sentencia de Richler: Canada es el país de las segundas oportunidades de todo el mundo. El anti-guetto. Estamos bien instalados en el Intercontinental, tarifa para amigos y familia del DX Exchange, con los que tengo negocio esta semana. La ventana da de narices a la celebérrima, altísima, CN Tower, tanto más fea cuanto más cerca la tienes. Una estalagmita de hormigón de 500 y picos metros, que habrá que escalar porque es una de esas cosas que si no se ven pareces idiota. Entretanto, y mientras esperamos a Juli, tomamos el autobús turístico, que una panda de estudiantes ha comprado de segunda mano en Londres. Las explicaciones son divertidas, amigables. Luego llegan Juli y su mujer y salimos a cenar a chinatown. Hay cuatro barrios chinos en la ciudad, pero nosotros vamos al más grande y bullicioso, el de Spadina con Dundas. Cenamos pato, fideos, ternera y langosta por 100 dólares, que es bastante barato. Y volvemos caminando al hotel seducidos por las bombillas de los teatros, la música que se escapa de unos antros formidables y los olores que flotan desde los tubos extractores de los restaurantes étnicos. Ese aroma fuertemente condensado de vida que exhalan las ciudades de verdad. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Concierto para cigarras

Qué distinta es la calma del verano de la del invierno. Bajo la espesa capa de nieve nunca se deja de percibir que el mundo está vivo y respirando. Nada que ver con esta canícula funeraria que ha sumido a la ciudad en el abatimiento y la semimuerte. Es la distancia que media entre el reposo abrigado y la postración sedienta y se entiende que el infierno siempre fuera representado como un caldero ardiendo. Vuelvo del trabajo y el sol castiga la plaza. Los árboles rinden sus copas. Un poco de viento se levanta pero no mueve más que el aire caliente y rarefacto. Es en esta época cuando el tacaño sistema de recogida de basuras de Ottawa (una vez por semana, recordemos) despide su peor defecto: la fetidez esparcida por todo el barrio. Despojos de pájaros mordisqueados por un gato y cadáveres de roedores en descomposición. Pero sobre todo está ese ruido intermitente, zumbido desagradable, como una cuchilla eléctrica, que suena con guiones largos metiéndose en tu cabeza. M y yo llevamos unos días haciendo cábalas sobre su procedencia y naturaleza: ¿es animal o mecánico? Más parece lo segundo. Como viene desde lo alto, creemos que puede originarse en alguna caja del poste de la luz. Algún resorte o mecanismo que salta siguiendo una lógica desconocida. ¡Quia! Preguntamos a Carmen, una vecina y resulta que son 'chicharras', o sea, las cigarras, que salen del cuento y se hacen parte de la vida. La banda sonora del verano. 'Ya las veréis caer muertas en septiembre' dice. 'Son enormes'. Corro a la Wiki y me entero de que todo el organismo de este insecto está diseñado para emitir estridencias, rumores galantes para atraer a la hembra. Es un sonido digno de alguna pieza dura de Cage o de Stockhausen. Aquí vuelven con su pitido irritante: zwzwzwzwzwzw. La verdad, cuando de pequeño uno lee la fábula de la cigarra y la hormiga, no se imagina que el canto de la primera fuese esto. O sea, que la hormiga no sólo se trabaja el sustento del invierno sino que además tiene que soportan el orfeón cigarrero. Vuelvo a casa y apunto: 'Lista de villanos: dientes de león, cigarras.' Las sigo escuchando. No hay que descartar que la cigarra hembra sea un poco dura de oído. Entre M con una expresión de satisfacción y dice: '¡Ah, y de ahí viene achicharrarse!'. Bien visto M.