Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

jueves, 13 de diciembre de 2012

Interludio en Washington (y IV)

Hay varios Washington. Está la explanada, vasta nave central de la catedral americana. Ahí están el poder y sus ídolos, la riqueza y su gusano, la esperanza y su grito. Es el DC que se visita. Por fuera lo recubre el trozo pudiente de ciudad: la sección noroeste. Buenos edificios de viviendas, comercio de calidad, restaurantes estupendos, librerías, museos y teatros, universidades, barrios recoletos y a la moda. Es el DC en el que vive la clase media y la gente que no es de Washington. La tercera capa es el Washington de los cuadrantes sur y noreste, donde viven los pobres y la mayoría de lo negros, que cifran el 65 % del total de la población. Es el DC al que nunca vas, y en algún caso, según consenso establecido, al que nunca debes ir. Es el Washington que muestra por qué es importante que la persona más poderosa que vive en el primer Washington, el cogollito de mármol, sea por una vez y por primera, un negro. Pero no suficiente.


miércoles, 12 de diciembre de 2012

Interludio en Washington (III)

Entre reunión y reunión me escapo con M a ver museos. Esta ciudad los tiene de impresión. La Phillips Collection, por ejemplo, uno de esos museos privados, pequeños y profundos, no tan secretos pero apartados del mainstream turístico, en los que uno puede y debe disfrutar de un emocionante momento de intimidad con los amaneceres rojos de Rothko. O el descomunal Museo del Aire y del Espacio, integrante del Smithsonian, y que es el más visitado del país, por encima del MOMA. La única conclusión posible tras la visita es esta: ser científico mola; mamá quiero ser científico. El último que he podido visitar es el Museo de Historia del Pueblo Americano. Iba claro, con mala intención. ¿Cómo ilustrar a los hijos de la nación acerca de los crímenes de la patria? Porque el contador criminal de Estados Unidos no está precisamente a cero. En una gran sala que lleva por nombre 'Americans at war: The prize of Freedom' se explica, de manera somera, la larga docena de guerras que Estados Unidos ha librado, calificando piadosamente como guerras de extensión a lo que eran puras guerras de agresión. En algunos paneles se podía leer la letra pequeña, poniendo algún tímido pero a la belicosidad americana. En general el expediente se salva con fotos, objetos y dibujos y pocas explicaciones. Sin duda, lo más empalagoso es la sala de la bandera, que expone el famoso pendón estrellado (buena traducción al español de star spangled banner, debida a la peruana Clotilde Arias). El pendón es la bandera rescatada del sitio de Baltimore por los británicos durante la guerra de 1812 (en la que Estados Unidos intentó quedarse con Canadá). Es el equivalente a la momia de Lenin en la Plaza Roja y al becerro de oro de los israelitas ese rato que Moisés subió a hablar con Dios. Digo puaj pero más que asco es resentimiento. 





martes, 11 de diciembre de 2012

Interludio en Washington (II)

Washington es una ciudad que cuenta con muchos y buenos restaurantes étnicos. Por haber, hay hasta un español. El único restaurante español que hay fuera de España. Quia. El único restaurante español que hay en el mundo. Jaleo es la prueba sólida que andábamos esperando de que España es algo más que una construcción imaginaria, tan real que es comestible. El puro macizo de la raza se encuentra en el cruce de la Séptima con la G. Uno entra y ya sabe que va a comer bien, que el gazpacho no lo han jodido con tabasco, que las gambas son de Palamós y las croquetas las ha hecho tu madre. Es conmovedor que llegue un camarero y te pregunte ufano: Are you familiariazed with the concept of tapas? Pollo, calle y traiga una de queso, una de jamón del bueno, pulpo a la gallega y pan con tomate con anchoa del cantábrico. Y déjenos a solas. Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es ver a americanos de todas las edades probar the real thing. Tantos y tantos turistas al fin redimidos del cemento amarillo que una vez les dieron por paella. El responsable de este desbordamiento de felicidad es Jose Andrés, un asturiano que tras ser jefe de cocina en El Bulli en su primera época se vino a Estados Unidos convencido de que la cocina española era exportable. Ahora tiene siete restaurantes en Washington, diez más por todo el país, un programa de televisión nacional, es el único español entre los cien personajes más influyentes del mundo (atención: el vigesimoprimero) y ha conseguido que todo quisque en Norteamérica hable de tapas. El las cobra por cuatro veces más de lo que cuestan en una honrada tasca madrileña, pero tiene todo el derecho. A todos los descreídos: España existe y está en Washington.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Interludio en Washington (I)

Esta mañana, milagro: el avión sale a la hora y llegamos a Washington a media mañana. El primer cambio, observable en el mismo aeropuerto, es el diámetro medio de las barrigas, un diez por cierto más generoso. Soltamos las maletas en el hotel y, fieles a nuestra inveterada costumbre, subimos a un autobús turístico. El plato fuerte es la explanada que va del Capitolio hasta el Memorial de Lincoln, con el obelisco a Washington engastado como un cristal de berilo entre los dos. Junto con la Casa Blanca y el Memorial de Jefferson, forma un romboide más o menos perfecto. Es un conjunto bello,  armónico, limpio, vasto. Una impresionante proliferación de columnas y frontispicios. Se comprende al segundo que es imposible no querer jugar en este equipo, con su camiseta tallada en mármol, con su Palas Atenea y su Zeus en el templo. El resto, una ciudad completa, con callejero alfanumérico, con barrios incluso, restaurantes étnicos, intelligentsia de todas las naciones, lobbistas, meretrices, suburbios, teatros, museos, mendigos, clubs de caballeros y zonas de no frecuentar. Es decir, lo mínimo exigible a una ciudad interesante. Y aquí, con el añadido de las sirenas abriendo camino al Prínceps o sus pretorianos. M y yo nos miramos compungidos: Oh, porca, miserable Ottawa, merde de province!

lunes, 3 de diciembre de 2012

Recato

(Para Chema, que me ha visto vomitar en un gimnasio)

Me he apuntado, sin temor ni convicción, a un gimnasio de la zona. El primer día me hicieron una pruebas que determinaron que, si bien mi edad biográfica era de 30 años, mi cuerpo ya había cumplido los 36. Tan desagradable descubrimiento me hizo enloquecer: contraté diez sesiones de entrenador personal. El trato es que en cuatro meses volvería a tener 23.

Ya mi amigo Pablo definió memorablemente los gimnasios como ‘gabinetes de tortura voluntaria'. A lo que yo añado: modernos templos de expiación. En mis solitarias travesías en la bicicleta estática me conmueve observar a otros penitentes que, como yo, querrían arrancarse el cilicio y bajar a la barra a tomar un batido. Claro que también hay santones de misa diaria que parecen disfrutar con la exhibición pública de su virtud muscular. En esta obra, los llamados personal trainer desempeñan el papel de canónigos del templo de perfección corporal. Mi entrenadora se llama Valerie, una jovencita franco-ontariana, que tiene un trasero como de escuela de bellas artes. El problema es que se ha empeñado que conseguir que yo exhiba un culo equivalente al suyo.

Come on, your glutes are not activated!'

¡Pero Valerie, yo solo quiero perder un poco de peso!

Come on, squeeze your glutes!

Otras veces le da por ponerse inspirational:

'Pain is weakness leaving your body!'

Pero he notado que su entusiasmo aminora y empieza a darme por perdido. 

El gimnasio al que vamos –M prefiere la piscina a la sala de máquinas– está bastante bien, la verdad. Es espacioso, está bien equipado y mantiene limpios los vestuarios. Alguna de sus reglas nos dicen algo de la vida en Canadá. En las paredes, por ejemplo, se informa de la modest policy de la empresa. En español podríamos llamarlo regla de recato, que dicta que los usuarios más en forma no pueden ir por ahí minando la autoestima del resto. Esto es, los chicos no pueden vestir camiseta sin mangas y las chicas no pueden enseñar los abdominales. No creo que en España hayamos llegado a este grado de delicadeza, refinado fruto del political correctnessPor si acaso hay una parte del recinto reservada para mujeres. También hay una piscina sólo para chicas. M me cuenta cosas tremendas, como que hay quien –sobre todo mujeres musulmanas, pero también nadadoras pudorosas, que se bañan vestidas, con una suerte de pantalones o faldita. No nos pondremos laicistas, pero alguien podría advertirles de que se trata de una práctica poco higiénica.

sábado, 1 de diciembre de 2012

Con la puerta abierta

En su documental Bowling for Columbine Michael Moore popularizó la idea de que Canadá es un país tan seguro que la gente duerme con la puerta abierta. Es algo completamente cierto, al menos en Ottawa. A nosotros ya nos ha pasado más de una vez, que al anochecer olvidamos echar el cerrojo a la dacha de Charles, o dejamos abierta la casa un par de horas durante el día sin percatarnos de ello. Ningún problema, ninguna preocupación. Como mucho entra el frío. En los restaurantes, M ha pasado de aferrarse a su bolso como un piojo a un pelo (actitud comprensible cuando se está acostumbrado a rescatar turistas desvalijados en Barcelona) a dejar bolso y abrigo en el ropero con toda paz de espíritu. Las bicis han pernoctado todo el verano sin candar en el jardín, al que se accede por una puertecita sin pestillo. En el barrio residencial de Rockcliffe las grandes casas patricias carecen de valla: cualquiera puede acercarse hasta el umbral de la puerta y llamar. Así, las calles se hacen más gratas y esponjadas. Hace un rato, en el telediario han dado una noticia interesante. A punto de concluir 2012 Ottawa es ya la ciudad de Ontario (de Canadá me atrevería a añadir) con menos homicidios al año: 5. En 2010 y 2011 la cifra fue de 12 y 10 respectivamente. Recordemos que la ciudad tiene algo menos de un millón de habitantes. La media de esos años se sitúa en un ratio de 1,5 por cada 100.000 habitantes. Si abrimos el angular y sumamos todos los crímenes considerados violentos, la media es de 566 por cada 100.000 almas. Para ponerlo en perspectiva he buscado los índices de criminalidad de Washington: 1.241 (no parece tanto, la verdad, considerando la fama que tienen). He fatigado un buen rato la red, sin conseguir dar con índices homogéneos y comparables para ciudades europeas. El caso es que Ottawa es una ciudad muy segura. Tan segura que 'segura' es el primer adjetivo que le viene a la cabeza a la gente cuando le preguntan por la ciudad. Sin duda una de las grandes ventajas que ofrece la vida en Canadá respecto a Estados Unidos es poder salir a la calle en la confianza de que un atraco o asalto es improbable.