Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

domingo, 20 de octubre de 2013

Esperando a L.


Ha dejado sus huellas cerca del corazón
no sabe de inquietudes y no cuenta los días.
Quizá como nosotros percibe en la distancia
acordes de gaviotas, trenes de mercancías
caravanas de nubes meramente fugaces
y el río San Lorenzo en majestad tranquila
desgastando la vida con lentitud metódica.
Ya falta poco tiempo para apretar su mano.
Aún puede esperar la luz que queda fuera.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Dietario para Lola

A partir de hoy el blog se desdoblará, reservando un apartado para narrar los días de una casi recién llegada.


(A modo de prólogo). 

Lola, querida:

Ayer el médico nos comentó que podrías llegar antes de lo previsto. Al volver a casa nos apresuramos a hacer tu maleta y la nuestra, con todo lo que vamos a necesitar, sobre todo tú y tu madre. A mí sólo me han encargado llevar chocolate y cámara de fotos, y una reserva abundante de ánimos que insuflar cuando llegue el momento. También echamos a lavar toda tu ropa, que hoy se seca al distraído sol de otoño. Estos días la ciudad luce festones rojos, naranjas y amarillos. Los ve cada día tu madre como guirnaldas junto al canal, camino de la universidad —qué orgullosa te sentirás de ella, echándose todo ese trabajo encima, con ilusión y un carácter que no abunda— y los vemos todos los viernes, a lado y lado de la autopista para ir a ver al doctor Dargie, un buen hombre, que franqueará tu paso a esta parte del mundo. En el futuro te hará gracia saber que naciste en un pequeño pueblo de Estados Unidos, donde los amish conducen en carretas y se come horrorosamente. Un pueblo contrahecho y pobretón —pero con buen hospital— que a veces parece el decorado de cartón de un obra estrenada hace décadas. Odgensburg, se llama (sin duda no será la primera palabra que puedas pronunciar). Para nosotros será inolvidable y, perdón por la palabra, idílico. Pero ya lo verás todo con tus propios ojos, cuando entres en nuestra vida para cambiarla para siempre. 

Un beso, 

P.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Pinos

Tras la rutina de ambos hemos ido a caminar por el arboreto, proyecto acariciado muchas veces y sólo hoy realizado. Un lugar bellísimo, aunque M no me deje utilizar esta palabra. A la vista de todos, y sin embargo oculto, galante, soñoliento. Apto para fundar una academia y dar peripatéticos paseos. Tiene una especie de fiordo vegetal que se mete en el canal como una pequeña isla. Hasta allí hemos llegado, comentando dificultades de la vida que el jardín y el sol de otoño hacían más manejables. Frente a la punta del lago −no es lago, es el canal, que se ensancha− he citado para mis adentros el verso girondino, Oh temps suspends ton vol. Yo siempre tan girondino. Unos patos se llevaban el pico hacía la cola, en un escorzo improbable, no sé para qué. Otra pregunta: ¿Practican los patos el carpe diem? Se da por hecho que los animales no conocen el paso del tiempo, y quizá ignoremos su secreta melancolía. Seguimos caminando. La variedad botánica no es muy grande. De repente, retorno de lo vivo lejano: el sendero se transforma en una avenida flanqueada, por el costado derecho, de pinos, altos, robustos, despeluchados, severos como moáis de la isla de Pascua. Los mismos pinos, negros, estólidos, centinelas, más tronco que planta, que pueblan los dilectos lugares de la infancia. La placa dice que provienen de Texas, variedad ponderosa, pero M y yo sabemos que el sueño de la memoria lo ha traído desde El Escorial y la Costa Brava.

Hay días en que Ottawa no permite la queja.


domingo, 22 de septiembre de 2013

Amortizado

Las banderas de la capital ondean a media asta. El jueves un autobús de línea fue embestido por un tren de cercanías mientras cruzaba un paso a nivel, causando seis muertos. La desgracia ha sacado a la luz datos interesantes, pero no desconocidos: existen en Canadá más de 3.000 pasos a nivel de estas características. Se producen unos 200 accidentes anuales. En el caso que nos ocupa, hace años la burocracia capitalina estimó en 8 millones de dólares el coste de resolver el problema. Se juzgó excesivo. Un nuevo ejemplo de la aversión al gasto público que se tiene en Canadá. Es un país tan inmensamente rico en recursos llama la atención el pobre estado de sus infraestructuras: trenes viejos, postes de la luz en superficie, terminales viejunas, carreteras que necesitarían una mejora en el firme y en las incorporaciones. Se suele aludir al clima como condicionante, pero es débil pretexto. Las cosas hay que cambiarlas, aunque sea una vez cada treinta años. Como una honrada familia de antaño, Canadá se comporta como si tuviera ya 'los gastos hechos', es decir, la hipoteca pagada, los niños educados y la parcela en el cementerio a su nombre. O como dice mi padre con admiración cuando cae por aquí, en este país está ya todo 'amortizadito'. Como vengo de un país que se ha pasado por el otro lado, no diré nada más que esa vieja pieza de sabiduría ática: para todo hay un punto medio.


sábado, 21 de septiembre de 2013

Proud

Nos acercamos, con los nuevos compañeros de M, a ver Proud,  una obra de teatro que estrenan en Ottawa. De antemano sólo sabíamos que era una sátira sobre Stephen Harper, el Primer Ministro canadiense. Como creo que ya he dicho en estos diarios, muchos liberales de la capital tienen la ilusión de estar viviendo, por fin, en un régimen fascista. Es la variante política de la nostalgie de la boue, comprensible en un país ayuno de emociones fuertes como es Canadá. Con ese prejuicio iba yo al teatro, esperando ver algo grosero. En absoluto. Proud es casi un homenaje. El autor, que intuyo a la izquierda, hace lo contrario que tantos izquierdistas infantiles: sospecha que el conservador es una buena persona, con buenas intenciones, e intenta explicarse, con gran inteligencia y sentido del humor, su personalidad, su doctrina, sus manías y los medios que despliega en su quehacer político, desde el convencimiento de que también Harper, a quien no vota, quiere el bien común. Queda el retrato de un hombre conservador, íntegro y chalado, que hace frente a las mismas contradicciones, miserias y delirios que el resto. Es posible que Harper sea, al cabo, bastante peor persona que lo que obra supone, pero prefiero con mucho ese desfase al contrario: suponer que nuestros rivales políticos son monstruos morales que anhelan el mal y la destrucción de todo lo justo. Qué gran país es este en el que el insulto político se convierte en una suave, afectuosa, bien humorada broma entre amigos. 

viernes, 20 de septiembre de 2013

Tiene prisa

El verano pasó y no ha sido. El otoño tiene prisa y no cabrá en un mes. Las hojas se han arrebolado tan rápido, y de manera tan intensa, que caídas sobre la hierba casi parecen amapolas de Monnet. Hoy, indian summer, mañana lluvia, y mi rodilla —tiempo atrás una lesión me la convirtió en un barómetro— se queja de tanto movimiento. También Lola se despereza, tanteando las paredes del mundo. La estamos esperando.

viernes, 2 de agosto de 2013

Torontonians (X)

Día y medio en Toronto ponen de buen humor a cualquiera. En el tren, a un lado tengo una familia que habla en ruso (una madre amonesta a su hija pequeña: niet niet!) y al otro una pareja que habla en portugués. Y al poco, en la calle Queen, me cruzo con una admirable pareja, adolescente, que camina de la mano, enamorada, ella de riguroso burka. Así es Toronto, donde la guerra ha terminado. Suelto la mochila en el Chelsea, el hotel de siempre, y me voy para la Universidad de Ryerson, espléndido campus urbano, para ver a Colin, el amable profesor que nos ayuda a traer la exposición de jóvenes arquitectos españoles. Se unen el Cónsul y Pilar R., nuestra infalible tabernera. Vamos a cenar a L, el  restaurante español de moda. Hasta hace poco ir a cenar a un restaurante español fuera de España era una insensatez. El problema es logístico. Uno puede, donde sea, montar un honesto restaurante japonés o italiano, porque en cualquier lugar del mundo hay atún crudo, pan, harina, huevo y tomate. Pero ¿cómo conseguir, en Canadá, una gamba de Palamós, tres litros de agua calcárea del Mediterráneo (imprescindible para la paella) o una piara de cerdos de la dehesa extremeña? Los obstáculos se han ido superando y ya hay en Toronto tres o cuatro figones que son sensación. La conversación fluye agradable. Colin es un torontoniano muy listo y culto. Está convencido, por cierto, de que el alcalde de la ciudad, el inefable y orondo Rob Ford, quien tanto ameniza los telediarios de la apacible Ottawa, está detrás del asesinato del narcotraficante que decía tener el vídeo con las bacanales en las que Ford participaba. Sensacional. Aparece el chef, F.G. para agasajarnos, con una pinta de acabar de salir de la boca de metro de Cuatro Caminos. Es especialmente obsequioso con Pilar. (Al día siguiente Pilar me informa de que F.G es un sinvergüenza que acumula varios impagos a bodegas españolas). Le halago sin demasiada efusividad su cocina, que no pasa de correcta. El pulpo a la gallega estaba tierno y bien salpimentado, el jamón era de recebo, los boquerones pequeños, las croquetas ofuscadas. El arroz para dos era interesante. Como soy un desgraciado, he pedido leche frita de postre; el rebozo era excesivo y me he metido en la cama con una tripotera de cuidado. ¡Ah, la comida étnica! Por la mañana desayuno en el hotel con Esther. R. una catalana encantadora que es profesora en York; preparamos el ciclo de conferencias de Laura F. Como todavía tengo un rato antes de mi tren, me acerco hasta la sede del tiff, en la calle King. El tiff es el festival de cine comercial más importante del mundo. El edificio que lo alberga es impresionante; un odeón para el siglo XXIII que no me termina de encandilar. Compro una entrada para la peli que están poniendo, la última —a juzgar por los quince minutos que veo— majadería hiperviolenta de Winding Refn. Quería ver una de las salas por dentro porque Marta y yo planeamos llevar el NSFF a este cine. No sé. Una modernez. Demasiado higiénico, domótico, láctico. No se si me encanta o me disgusta. Casi prefiero un cine de barrio de esos que todavía quedan por Toronto. Aunque el prestigio de aparecer en la programación del tiff es algo a tener en cuenta. Lo pensaremos. Ya estoy de vuelta en el tren. Un revisor chino, con dificultades para contar en inglés, nos pide el billete. Homeward bound. Y hoy llega Ariadna, la primera amiga que nos visita.


sábado, 27 de julio de 2013

Manzanas

El viento de Vetusta, caliente y perezoso, empuja la tarde. Y también a nosotros, verano adentro. Esta mañana, en el desayuno, he sentido un golpe seco en la tarima de la terraza. Ha sido una manzana, tan pequeña o tan grande como el puño de un niño, descolgándose del árbol. Un momento newtoniano en toda regla. Pero tengo claro que es el calor, no la gravedad, el que desmaya las manzanas, que caen muertas, mordisqueadas por las ardillas o acribilladas por los gusanos. Desde hace semanas hay una destilación de manzanitas, a ritmo tayloriano. Habremos recogido en el jardín lo menos trescientas, unas más rojas, otras verdes, otras rojiverdes. A veces una parece en buen estado, hasta que muestra la cara oculta picada de viruela. Poco que ver con las modélicas y fascinantes manzanas de Cezanne o de Steve Jobs. Alguna está roída hasta la nuez y entonces sonríes pensando en la ardilla satisfecha que andará durmiendo la merienda en lo alto de una rama.

Lola ha abierto los ojos.

viernes, 19 de julio de 2013

Chúpate esa, Merkel

Mañana vendrá por casa una estudiante alemana, filóloga de profesión, pero con experiencia en el cuidado de niños y mayores, para conocernos. Ella necesita alojamiento y nosotros una au pair para cuando nazca Lola. Mi siempre perspicaz esposa me hace notar la guasa que tendría, en el estado actual de cosas, que una alemana trabajara para una pareja de españoles. ¡Es un incentivo para la contratación, sin duda! Por lo pronto ya es ella la que nos hace madrugar. ¡Nos hemos citado a las nueve de la mañana de un sábado!

domingo, 16 de junio de 2013

Take this waltz

Ayer vimos Take this waltz, la última de la Polley, con la encantadora Michelle Williams en el papel protagonista. Buena. Muy buena. Trata de un asunto que siempre me ha interesado, y que podríamos llamar el caso de la heroína doblemente enamorada. Es el tema de una de mis películas favoritas, Brief encounter, de David Lean, y en cierto sentido, también de Lost in translation. Ella, felizmente casada, conoce a alguien por quien se siente irresistiblemente atraída; no es meramente sexual, es también la promesa de una afinidad de espíritu, de un amor total que colma las expectativas siempre insatisfechas de la vida. Sin por supuesto, dejar de amar al marido. Porque esa es la faena: constatar que el amor sincero y maduro hacia alguien no extingue el deseo sexual hacia otro, y lo que es peor, que se puede amar a dos personas a la vez (y no estar loco). Naturalmente, el tema de fondo es la responsabilidad y los riesgos de intentar cerrar la brecha que todos llevamos en el alma. En la película aparece un Toronto juvenil y desastrado, casi cutre, muy apetecible. Y qué decir de esta crítica totalmente desencaminada de Peter Bradshaw en The Guardian: dice que el trío protagonista le parece soso, abotargado y medio estúpido. No se ha enterado de que los personajes son canadienses, la película sucede en Canadá y está escrita por una cineasta de Toronto. Y todo ese abotargamiento que les atribuye no es más que la educada tristeza en la que flotan los canadienses. 

domingo, 9 de junio de 2013

La democracia en Canadá (II)

El libro de la temporada se llama The big shift: The seismic change in Canadian politics, business, and culture and what it means for the future. En la cubierta aparece la bandera canadiense teñida de azul. Lo he disfrutado muchísimo. En un ensayo que se sabe provocador y está causando un educada polémica. La tesis: Canadá se ha vuelto de derechas. Por los siglos de los siglos. A los autores, un Ibbitson y un Bricker, nos les parece ni bien ni mal. Les parece un hecho demoscópico observable. Explican muy bien algo con lo que es fácil estar de acuerdo: Canadá es una creación de las élites ilustradas de Ottawa, Toronto y Montreal. Las tres ciudades tenían en común su liberalismo de centro-izquierda, su correcto entendimiento de la realidad francófona del país, su vocación atlantista y su federalismo nacional. Para referirse a esta legendaria raza de políticos, empresarios, periodistas y académicos los autores acuñan el término 'Laurentian Consensus' o 'Consenso del río San Lorenzo'. Durante la pasada centuria los laurentinos discutieron y resolvieron los asuntos capitales de la nueva nación: la distancia justa que habría de tomar respecto a Londres y Washington, la mejor manera de organizar el estado de bienestar, la creación de una identidad nacional que se pensaba frágil, cómo mantener a Quebec dentro de la federación, el papel de Canadá en el mundo, la repatriación de la Constitución, etc. El Consenso gobernó Canadá durante más de un siglo. Y el Consenso era el Partido Liberal de los primeros ministros Laurier, Mackencie King, Lester Pearson, Pierre Trudeau y Jean Chrétian, en el poder 69 años durante la pasada centuria. Pero en 2006 ganó las elecciones el partido que nunca  ganaba, el Partido Conservador, nucleado en torno al liderazgo de Stephen Harper. En 2008 repite victoria. Y en 2011, cosa increíble, le llega mayoría absoluta. ¿Qué ha pasado aquí? Canadá se ha vuelto de derechas y los laurentinos siguen sin enterarse. ¿Cómo ha sido? 1) El poderío económico y demográfico del país se ha desplazado hacia el Oeste, con su ethos capitalista y americano 2) A la clase media suburbana de Ontario —el extrarradio de Toronto—, le preocupa más la buena marcha de la economía que cualquier debate sociocultural que pueda proponer la izquierda y 3) Los nuevos canadienses, i.e. los inmigrantes que llevan en el país más de diez años, sobre todo aquellos de raíces asiáticas, se identifican con los mensajes conservadores de apoyo a la familia, equilibrio en las cuentas públicas, y seguridad en las calles. Si a todo esto añadimos una oposición dividida, la resulta es que las victorias del partido conservador serán la tónica en las próximas décadas. Todo esto está muy bien, pero requiere de matiz. Una cosa es que un partido político determinado se haya hecho fuerte, a consecuencia de una táctica electoral adecuada y del despiste del adversario, y otra proclamar que Canadá es conservadora. Vamos a ver. Una sociedad que sanciona el matrimonio homosexual, el aborto libre, el divorcio sin trabas, las políticas abiertas de inmigración, defiende la sanidad pública universal y se opone a la pena de muerte, difícilmente puede ser considerada conservadora. De hecho el conservadurismo de Harper se reduce a no dar demasiada importancia al medio ambiente, denostar el multilateralismo en política exterior, recauchutar la monarquía y sus símbolos y potenciar la imagen y los medios del ejército. Canadá sigue siendo el país liberal, civilizado e irenista que ha sido siempre. Esto es obvio para todos aquellos que, como el funcionario que suscribe, provienen de lugares que no pueden presumir de lo mismo.

Pero, además, hay una ley general de la política que predice que el partido conservador perderá más pronto que tarde una elecciones. La ley infalible que dice que la gente se cansa de sus gobiernos, sean del color que sean. Bueno, menos en las Comunidades Autónomas españolas.

The Big Shift: The Seismic Change in Canadian Politics, Business, and Culture and What It Means for Our Future


miércoles, 22 de mayo de 2013

Living in Ottawa

Hoy ha habido un terremoto de 5.2 grados en la escala de Richter. Todos en la oficina lo han sentido menos yo. Mi supuesta condición de hiperestésico al garete. M, por cierto, tampoco ha notado nada. 

*

(Only in Ottawa) ¿Dónde estaban las llaves que he buscado casi una hora? En la puerta, por fuera. ¿Cuánto tiempo han estado ahí? Toda la noche. ¿En qué ciudad vivimos? En Ottawa. 


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lunes, 20 de mayo de 2013

Algodón

En días como hoy Ottawa es una ciudad (si se permite la palabra) idílica. Todo es nuevo, todo es verde. El viento sisea entre las ramas de los árboles y los niños del vecindario juegan en la calle, sin armar escandalera, como juegan los niños canadienses, que aprenden desde pronto esa urbanidad y esa tristeza, con gorjeo desenfadado de pájaros en el fondo. Hay flores, crecidas por sorpresa, como si en lugar de brotar alguien las hubiese clavado por la noche. Señorea el tulipán, flor de gran arraigo y floración temprana, que tiene incluso un festival para sí. La cosa viene de 1945: la familia real de Holanda regaló a la ciudad 100.000 bulbos en agradecimiento a la acogida de la princesa Juliana durante la ocupación nazi. En nuestro propio jardín han florecido dos, que no sabíamos que estaban. El tulipán es una flor tipo Balenciaga, talle esbelto y corola lisa.  Decepciona un poco: se apocha enseguida. Tuve ocasión de comparar su decadencia con la de la rosa de tallo largo de Sant Jordi. El tulipán rápidamente dobló la cerviz, como hundido por el peso de su propia elegancia; al poco sus pétalos se despaturran exhaustos. La rosa, en cambio, altiva y resiliente, no pierde más de un pétalo al día, sin ladear, o un poquito, como una cabeza de Modigliani, con tristeza y dignidad inabdicada. Una jabata, la rosa. También han aparecido en los parterres fachendosos narcisos (curiosa flor) y dentro de poco, petunias. (Peonias, corrige M). Pero el acabose, el imposible, el mayor espectáculo del mundo, es el manzano en flor, que aunque pertenece a la finca vecina, reposa la copa sobre nuestra terraza. Ni Valle del Jerte ni cerezos de Fukushima ni nada. Ottawa y toda la ventana llena de algodón.

Las fotos no están todavía disponibles por razones técnicas.

martes, 30 de abril de 2013

Niágara (y III)

Si Niagara-at-the-falls es un santuario de fealdad la vecina Niagara-on-the-lake es un pueblecito encantador. Un punto cotorrón, pintoresco con avaricia, pero aseado y agradable. Es la Canadá que se muere por seguir pareciendo inglesa. Basta entrar en el Prince of Wales a pedir un té negro con bergamota para que los acentos se recoloquen y uno crea estar en una casa de huéspedes de Devonshire. En el teatro de enfrente programan a George Bernard Shaw todos los años de abril a noviembre y sólo falta que una banda de pueblo se ponga a tocar a Elgar. 'They thought we wanted to join the revolution and be like them, but we had other plans!' exclama David mientras nos enseña los lugares de la guerra de 1812. Jefferson pensó que la conquista de Canadá sería pan comido porque los colonos se unirían a la república con alborozo, y tal vez habría sido así de no ser por la arrogancia de sus generales y el ardor guerrero de los indios, que se quedaron del lado británico.  Con la guerra de 1812 Estados Unidos hizo un pan como unas tortas de la que sólo sacó el himno. Entretanto, David nos lleva a un viñedo a probar el famoso Ice Wine. En Niagara cada año hay una parte de la uva que no se recolecta, que no se cosecha hasta que llega la primera helada. Los canadienses hablan como si lo hubiesen inventado, pero M informa que es una técnica alemana. Es un vino dulce, de postre, muy goloso, del que Canadá produce dos tercios de la producción mundial. Atención, la bodega que visitamos pertenece al actor canadiense Dan Aykroyd, conocido en su bodega para casi todo el pasaje del autobús pero querido por mí por su papel en la simpática 'Cazafantasmas'. And we call it a day.

lunes, 29 de abril de 2013

Niagara (I)

Se entienden cosas importantes saliendo de Toronto por la Queen Elizabeth Way. Abandonas la gran ciudad y entras de seguido en Mississauga, con sus respetables 750.000 habitantes. Tras Mississauga vienen en fila Oakfield (200.000), Burlington (170.000) y Hamilton (500.000). En todo el Sur de Ontario viven 12 millones de personas. Es el único continuo urbano de Canadá, el único gajo del país que se adentra por debajo del paralelo 48, donde el clima permite cultivar frutas y hortalizas todo el año. Y vino. Un vino peleón para paladares complacientes. Aquí está -o estaba- la industria manufacturera del país. Este pedacito de tierra es la verdadera razón de por qué Toronto adelantó a Montreal: Toronto tenía un hinterland industrial, populoso y cerca de la frontera con Estados Unidos. Montreal es una isla y aunque el nacionalismo gripara su motor la geografía fue su destino. El pedacito resiste, y es la único bolsa de prosperidad de una provincia que ya es have not (que no tiene petróleo, vaya). También parece un buen lugar para vivir. Vamos a bordo de un autobús sucio y descosido (amortizado, dice con admiración mi padre, como le parece todo en el país), en la excursión obligatoria a las cataratas del Niágara. David es nuestro conductor y guía, un jubilado patriota que se solaza en contarnos los avatares de la guerra de 1812, cuyo teatro principal atravesamos. Dice que es descendiente directo de los leales, los colonos que se quedaron del lado de la Corono durante la independencia de Estados Unidos, gratificados en la derrota con un pedazo de tierra en Canadá. 'I guess you can consider me a Canadian' dice, con orgullo. Sí, un Canadian de los que ya sólo se puede ver aquí, en Southern Ontario.


domingo, 28 de abril de 2013

Niágara (II)

Niágara suena como chasquido de látigo. Antes era de filisteos no asombrarse. Hoy lo correcto es mostrar un poco de desdén, como delante de un grifo grande. Acompañado de mis padres y de M, he oscilado entre las dos poses. Las cataratas más famosas del mundo tienen al menos dos problemas. El primero, Niagara-on-the-falls, que es una ciudad que bate récords de cutrez, avaricia y fealdad. Pero incluso si uno consigue ignorar el entorno, descubre un inconveniente más sutil. Un problema de proporciones. Las cataratas son demasiado pequeñas o demasiado grandes. Demasiado grandes para poder relacionarse con ellas, o pensar en un chapuzón. Demasiado pequeñas —rodeadas de selva o montañas serían otra cosa—,  contra el paisaje chato y mercantil del sur de Ontario. Están tan ordeñadas por la industria del souvenir y de la electricidad que cualquier rendimiento poético es inevitablemente irónico. Pero ahí estaba M para impedir el desaliento. Nos convence a todos para ponernos el chubasquero a bordo del barquito que te lleva al interior de la nebulosa, como una gran rosa de incienso, que brota en medio de la herradura que forma la catarata principal, y empapados por el chirimiri galáctico podemos sin rubor sentirnos sobrecogidos. 


 
Lo atroz y lo sublime

jueves, 18 de abril de 2013

Correspondencias

(Docta y cariñosa reconvención de Carbasus) ...Pero vamos a ver: ¿qué es eso de que en tu ciudad sólo hay gorriones y urracas? Que te olvides de las palomas, que ni zurean bien, que se te pasen los verderones, que son escasos, pase, pero de los formidables y reconfortantes mirlos, sean machos negros o hembras pardas, que monologan en la 'unánime noche', charlan casi como humanos, o hacen ese agradable chasquido de tijeritas, ¿qué?


martes, 16 de abril de 2013

Ornitología

Para alargar la vuelta a casa vuelvo dando rodeos innecesarios y aleatorios por el barrio. Por fin vuelve a ser agradable salir a pasear, a respirar esa humedad de calle recién lavada por las gotas de lluvia. New Edinburgh es un vecindario tranquilo, casi se diría deshabitado. Sólo el autobús 57 por la calle Crichton interrumpe el silencio cada veintidós minutos. Pero por las callejas, junto a los cubos de basura vacíos, apenas se nota. Hay tímidos, minúsculos, brotes en las ramas de los árboles y algún montón irreductible de nieve sucia. Sobre todo trato de escuchar a los pájaros. El canto de los pájaros es una de esas cosas que hemos arrojado al purgatorio de lo cursi. Intento rehabilitarlo como fuente de placer. A veces suenan como la risa escondida de alguien que desea ser descubierto. Otra veces parecen una estrepitosa conversación de bar. Y otras una melodía se propaga en solitario sonando como una pistola láser. Metáforas mostrencas, cierto. Excusa: en mi ciudad solo hay dos pájaros: urracas y gorriones. Aquí en cambio hay pajarillos de varios tipos y tamaños, y los más bonitos, y que más me alegran, unos con la pechera naranja. Como tampoco tengo oído no sé si trinan de manera afinada o no. No podría distinguir al mirlo del ruiseñor. Soy un analfabeto ornitológico y musical. Más que el trino lo que me gusta es su presencia, la felicidad de saber que hay cosas que siempre vuelven. Al llegar a casa M sigue de parranda en casa de B. Pongo en el ordenador el Cantus Articus o Concierto para pájaros y orquesta de Rautavaara. Excelente y estrafalario. Suave. La melodía de los pájaros se funde con tanta sencillez con el resto de las notas que uno se pregunta cómo no se le ocurrió a nadie mucho antes. Me lo descubrió Mirapeix. Intento estudiar un poco. No puedo. Saco de la biblioteca El ruido eterno el fenomenal libro de Alex Ross sobre la música clásica del siglo XX, para ver si dice algo de Rautavaara. Pues no, pero hay varios pasajes sobre Messiaen y las transcripciones que hizo de la música de los pájaros. Dice 

A partir de 1949, Messiaen hizo apariciones en Darmstadt, donde se mostró tan hábil como cualquiera de sus colegas a la hora de llenar pizarras con diagramas cuasicientíficos. Pero enseguida se escapaba por una tangente inesperada. Un día de 1953, contó Antoine Gólea, enseñó a sus alumnos un libro que contenía ilustraciones de pájaros a todo color. 'Los pájaros han sido mis primeros y mis mayores maestros', anunció. Luego mostró cuadernos en los que había transcrito cantos de pájaros oídos en expediciones realizadas a diferentes partes de Francia. 'Los pájaros cantan siempre en un modo determinado', dijo. 'No conocen el intervalo de octava. Sus líneas melódicas recuerdan a menudo las inflexiones del canto gregoriano. Sus ritmos son de una complejidad y de una variedad infinitas, pero siempre de una precisión y de una claridad perfectas'. Los alumnos debieron de preguntarse si había perdido la cabeza o, alternativamente, si estaba haciendo una sátira de la mentalidad de Darmstadt. Pero Messiaen hablaba muy en serio  

Inmediatamente me pongo a buscar en los anaqueles de internet música de Messiaen, pero no hay tiempo. Oigo a M entrar en casa. Lo mejor del día: contarnos el día.

viernes, 12 de abril de 2013

En efecto

Hoy, pandemónium: lluvia helada y tormenta de nieves. Si hoy es doce de abril, esto es Canadá.



miércoles, 10 de abril de 2013

Últimas páginas

La nieve se funde en el jardín lentamente, como se pasan las setecientas páginas de ese novelón decimonónico con el que finalmente nos hemos atrevido. Presa de la ansiedad, me salto páginas para ver cuándo llega la primavera, ¡y me encuentro con una nevada de 20 cm para este sábado 12 de abril! Calma y sigamos leyendo.




jueves, 4 de abril de 2013

Nunavut

Hoy he conocido a la única española que vive en Nunavut. Una señora simpatiquísima de Melilla que es profesora en un colegio de Iqualit. Su marido, un quebequés, es el director del centro. De manera inevitable la he acribillado a preguntas. Esto es lo que ha dicho: El lugar es feo; hielo y tundra. El clima, terrible (una máxima media anual de menos seis). En Iqualit, la capital, viven 8.000 personas. No más de mil son blancos (del Sur, dicen) y el resto son Inuit (antes del advenimiento de lo políticamente correcto, decíase esquimales). Los puestos dirigentes —profesores, médicos, bancarios, etc.— están ocupados por gente del sur. Los Inuit también trabajan, tienen todas las ventajas para hacerlo, pero pueden irse a cazar y pasar semanas sin aparecer por la empresa. Los inuit son racistas, lo notas en su mirada. La región está plagada de conflictos sociales relacionados con la droga, el alcoholismo y la violencia endémica. El inuit es un idioma endiablado y no encuentran profesores formados que lo puedan enseñar. Hay tres restaurantes donde se come bien, pero ninguno sirve comida inuit. No hay restaurantes de comida inuit. A veces los inuit te invitan a comer pero has de estar preparado para comer un trozo de foca cruda o de reno con pelos. Hay quien ha visto en el interior de una casa sangre en las paredes o un oso desollándose colgado de la terraza. Hay buenos hoteles, cines, supermercados e Internet. Los billetes de avión Ottawa-Iqualit cuestan un mínimo de 1.500 dólares.

Esto es lo que ha dicho, y ya se entiende que uno pone el énfasis en lo truculento. Lo que más me ha interesado es el detalle de la comida. No hay restaurantes de comida inuit. Esto es excepcional. Significa que los inuit rechazan representarse a sí mismos como etnia. (Inuit significa, de hecho, 'la gente', igual que a la comida china, en China se la llama, simplemente, comida). Es tremendo. Hay como una profunda sabiduría reaccionaria en ello. Comparecer ante el gran bazar el mundo con su delicatessen es el primer paso para que una cultura distinta deje de serlo. No sé si me explico. Cuando el primer restaurante italiano abrió sus puertas, la pizza dejó de ser italiana. (Esbozo de teoría: las culturas sólo son propias en tanto consiguen ser privadas.)

Divago. Es capital convencer a M y marchar a Nunavut.


File:Iqaluit skyline.jpg 


lunes, 1 de abril de 2013

La democracia en Canadá (I)

De tanto en tanto M y yo nos dejamos caer por Wakefield, Quebec. Creo que ya ha salido en estas notas. Es un pueblecito junto al río Gatineau que creció al arrimo de un molino de agua. Lo cierto es que no está a la altura de su reputación de pueblo de vida bohemia y facha pintoresca. Empezando, claro, por que no hay tal pueblo. El núcleo lo forman dos docenas de casas de madera encaradas al río, un par de iglesias, tres o cuatro albergues y cuatro buhoneros. Se supone que es un hub de mochileros y senderistas, a quienes no he visto nunca. Pero tiene al menos tres puntos de interés que merece la pena conocer. El primero, un bonito puente cubierto de madera, pintado de rojo. El segundo, el antiguo molino, hoy un hotelito relais donde sirven el mejor brunch de la zona. Por último, su cementerio en lo alto de un promontorio, aislado y apacible, cubierto de nieve o de verde según la estación. Es uno de los lugares más bellos de este país. Nos lo descubrió el añorado Embajador Mirapeix, que venía a menudo. Quizá para chafardear con un colega ilustre, allí enterrado: el diplomático Lester B. Pearson, que fue Primer Ministro de Canadá y premio Nobel de la Paz. (Me hace pensar, dicho sea de paso, en ese otro camposanto en Luarca, también de pueblo, también en altura, también cerca del agua, y también con premio Nobel, Severo Ochoa). Pearson fue un gran tipo. Su gobierno introdujo la sanidad pública universal, el sistema de pensiones, la bandera y los fundamentos del bilingüismo en el nivel federal (Pearson sólo hablaba inglés y se prometió ser el último Primer Ministro monolingüe de Canadá). Se negó a participar en la guerra en Vietnam (para gran enfado de Lyndon B. Johnson, quien al parecer llegó a amedrentarle cogiéndole de las solapas), mandó de vuelta a París a Charles De Gaulle cuando de manera lamentable —y mira que soy fan de De Gaulle— clamó por un Quebec Libre en el transcurso de un viaje oficial, y co-optó con una intuición admirable a Trudeau para el Partido Liberal. Casi nada. Pero el Premio Nobel ya lo había ganado antes, en su etapa como Ministro de Asuntos Exteriores de Canadá. En 1957 fue a él a quien se le ocurrió la creación de la UNEF, la Fuerza de Emergencia de Naciones Unidas, la misión de paz de la ONU que recondujo el memorable fiasco de Suez. Gracias a él, Canadá se quedó con la patente de los cascos azules y un nuevo papel en el mundo: el de Estado benéfico y responsable, sin ambiciones imperiales, en quien confiar, el adalid del multilteralismo. Lo contrario que Estados Unidos, que un Leviatán cuidado que muerdo. El tratado contra las minas antipersonales y la doctrina de la Responsabilidad de Proteger fueron cocinados en Ottawa por diplomáticos y políticos canadienses. Durante la segunda mitad del siglo pasado y primera década del presente, Canadá fue el más antimilitarista de los miembros de la OTAN. La mantequilla se comía el presupuesto—había un sistema de bienestar que mantener— y los sucesivos gobiernos dejaba que los cañones se volvieran obsoletos. Con el gobierno de Chrétian el gasto militar bajó al 1% del PIB, en el puesto décimo séptimo dentro de la Alianza, un poco por encima de Luxemburgo. Lo justo para que no echaran a Canadá de la OTAN, donde ocupaba el puesto de consejero aúlico y voz de la conciencia. La situación se volvió embarazosa. John Manley, Ministro de Exteriores de la época, se quejaba: 'No puedes sentarte en la mesa del G-8 y cuando llega la factura irte al cuarto de baño'. Todo eso se acabó en 2006 con la llegada al gobierno del Partido Conservador de Stephen Harper. Canadá, otrora caballero andante, es ahora un temido halcón de la escena internacional. Qué multilateralismo ni qué niño muerto. Realismo, intereses y negociación bilateral. A tope con Israel, con razón o sin ella. Fuera de Kyoto, más recursos para el ejército, pocas bromas en la ONU, que es una organización corrupta, y ayudar en serio en Afganistán. Es un giro tan abrupto que los diplomáticos canadienses, todos ellos orgullosos del legado de Pearson, no saben dónde meterse. En la paz de Wakefield, el Nobel, cuya tumba está junto a la de sus dos colaboradores y amigos Hume Wrong y Norman Robertson (qué bello es que te entierren con tus amigos) no sabe lo que pasa ni lo que ocurre. Y es dudoso que nada vuelva a ser lo que era.


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Lester B. Pearson, Caballero andante. 



jueves, 28 de marzo de 2013

Chicas

La nieve en el jardín fundiéndose, las ardillas ejercitándose, y los pájaros engolando el pico. Pero la prueba definitiva de que la primavera ha venido es esta: M quiere volver a comprarme ropa de entretiempo.

martes, 19 de marzo de 2013

San José

San José, a dos días de la proclamación de la primavera y caen copos como guisantes. Intolerable. A este paso qualsevol nit pot sortir el sol. Caminando de vuelta a casa me da por comparar la nieve cayendo con un repicar de campanas no por inaudible menos insoportable. M, de uñas.

domingo, 10 de marzo de 2013

Caramelo

A la entrada de la primavera, cuando la nieve empieza a fundirse, las ollas comienzan a hervir en las granjas de sirope. La mayoría de estas también llamadas casas del azúcar (cabanes à sucre, sugar shacks) se concentran en Quebec, que es el mayor productor de jarabe de arce del mundo. La provincia fabrica una cantidad tan loca, tan absurda, que los productores deben concertarse para restringir la oferta y no arruinarse inundando el mercado. Parte el bacalao la golosa Fédération de Producteurs Acéricoles de Québec, un cartel que en nada se distingue de la OPEP salvo en que su producto sabe mucho mejor. Si un granjero, llevado por su glotonería, vende por encima de la cuota asignada, puede contar con ser castigado por la Federación, que es la encargada de atesorar el excedente. En algún lugar de la provincia hay almacenados 20 millones de kilos de esta ambrosía rica, dicen, en potasio, manganesio, calcio y zinc. Pregunté a Chris por qué no producen menos. 'No pueden arriesgarse. La cosecha sólo dura seis semanas entre marzo y abril y les sale tan barata que no se lo plantean'. Y tanto que cuesta poco. Hoy, en una granja cercana a Ottawa, hemos visto cómo se hace. Se coge un arce de no menos de treinta años, se le clava un pitorro, de éste se cuelga un cubo que se tapa, y se espera junto al hogar a que el árbol segregue sus lagrimitas de caramelo. Uno puede mojar los dedos en la savia dentro del cubo. Es como un agua dulce. Luego se cuece para que se evapore la savia. A 40º se extrae el sirope; a temperaturas superiores, mantequilla, tofe y azúcar. Durante la cosecha las cabañas están abiertas al público dulcero e infantil. Primero te sientan y te dan tortitas untadas con el famoso sirope, que es menos denso que el almíbar, más consistente que un jarabe, más oscuro que el ámbar, más claro que una cerveza tostada; es como un oro horneado que sabe dulce como la miel pero menos empalagoso. En el exterior hay una barra donde se extienden unas tiritas de tofe en la nieve. Con una varilla de madera las enrollas y te queda un chupachups que está de muerte. Aquí es donde se concentran los niños. Porque estas chozas vienen a ser como granjas de Willy Wonka, deliciosas disneylandias con fondo de violines tras las cuales la Federación enmascara sus pérfidas prácticas colusorias. Ah, jarabe de arce, néctar de Lucifer, tú eres el milagro de la primavera que estábamos esperando. 





sábado, 9 de marzo de 2013

Cardenal

Un canadiense podría ser el próximo Papa. Se llama Marc Ouellet, es arzobispo de Quebec y su mayor baza es una larga carrera como misionero en Sudamérica. Aunque el tema es seguido con interés no parece que su candidatura suscite gran entusiasmo. De hecho, The Globe and Mail, el periódico anglófono de más prestigio y difusión, le ha dedicado una portada mezquina. Resulta que la pequeña iglesia rural de La Motte, la localidad quebequense donde Ouellet hizo sus votos, ha sido vendida al ayuntamiento ante la deserción de la mayoría de los feligreses. El titular es ¿Can this man [que no ha logrado salvar esta comunidad] lead the Church? Que el primer periódico de Canadá eche por tierra la candidatura de uno de los suyos, poniendo en duda sus méritos, da que pensar. Supongo que será una cicatería protestante. Un día habré de interesarme por cómo funcionan estas rencillas intersectarias. En todo caso, el credo romano es aquí mayoritario: un 46 por 100 de los canadienses se declaran católicos. De ellos, supongo que la mayor parte hará un seguimiento selectivo del catecismo, como en el resto del mundo. La mitad de los católicos está en Quebec. La provincia es una especie de edén perdido para la iglesia. Hasta los pasados años sesenta en Quebec era el clero el que manejaba casi en exclusiva la educación y la sanidad. La revolución tranquila consistió, entre otras cosas, en librarse de la férula eclesial. Ouellet tomó el camino contrario a su generación, incluidos sus familiares, que se dicen agnósticos o ateos. Le he visto por televisión: un hombre bonachón y afectuoso, aunque no parece muy listo. No es un reformista (tampoco es que entienda yo por qué todo el mundo no creyente anda empeñado en pedir reformas a la iglesia) y se le reprochan unas declaraciones contra el aborto en caso de violación. De ser elegido será interesante comprobar si eso supone un rearme de la iglesia en la provincia. Por lo demás, hoy es 9 de marzo. M abre la ventana y escucha los pájaros. ¡Han vuelto, han vuelto! Es un trino débil y huidizo, pero marca el fin de una época. El espeso, profundo, ubicuo silencio de la nieve ha acabado. M está tan contenta que ha abierto la última lata de berberechos. Sería estupendo volver a ver, precisamente estos días, fugado del cónclave, al pájaro cardenal y su pechera roja.


jueves, 7 de marzo de 2013

El coste de la vida en Canadá.

Uno de los asuntos de envergadura que por trabajo he debido seguir es la negociación de un acuerdo de libre comercio entre Canadá y la Unión Europea, el ínclito CETA. Estaba previsto que las negociaciones terminasen en 2011. Ahora tengo la impresión de que el acuerdo no cerrará nunca. En contra de lo que uno pueda pensar, Canadá es una economía protegida, oligopolística e ineficiente. El NAFTA, ya se ha dicho, es un trola. Hay dos aerolíneas, cuatro bancos, dos cadenas de distribución, una droguería-farmacia que se repite en numerosas franquicias. El consumidor paga la cuenta. La protección es bárbara en los sectores lácteo y avícola, parapetados tras una atalaya irreductible. Básicamente, el sistema consiste en ajustar el precio final a la oferta y no a la demanda, lo que recuerda a la PAC de los años ochenta y noventa y sitúa al granjero canadiense en un pedestal equivalente al que se diseñó en Bruselas para el agricultor europeo. El sistema se cierra con una muralla de aranceles. El queso manchego, por poner un ejemplo querido, está sometido a un 366% de gravamen. No se trata únicamente de las dificultades para los productos extranjeros. La producción doméstica también sale por un pico. Debido a su enanismo demográfico Canadá no disfruta de las economías de escala que se podrían suponer a su tamaño continental. Si a la falta de apertura y la ineficiencia del mercado sumamos las propias trabas interprovinciales y el alza general de los precios de los alimentos en todo el mundo, se comprende que esta tarde hayamos pagado una coliflor fresca (por decir algo) a tres dólares y medio, dos tomates plastificados por tres dólares y dos aguacates a cinco dólares. Un filete de ternera, suculentamente hormonado, está entre seis y ocho dólares. Con la gasolina sucede otro tanto. Canadá tiene abundante crudo, pero caro de refinar, y no se trae gasolina americana, más barata. El litro de gasolina si sitúa en un dólar treinta seis céntimos hoy. Un 20% más cara que en USA. En fin, que este país es bastante caro. Otro día más datos.

sábado, 2 de marzo de 2013

lunes, 25 de febrero de 2013

domingo, 24 de febrero de 2013

Diana Krall

No estuvo fina ayer Diana Krall en el NAC, presentando su gira mundial 'Glad rag doll'. Muy resfriada, seguramente no quiso suspender el concierto, aunque sí quitárselo de encima cuanto antes. Habló mucho, demasiado, de una manera espesa y torpe, como si sólo su voz, que es extraordinaria ya sea hablando o cantando, ligeramente rasposa, ahumada, bastara para conectar con el público. Y lo hizo, porque el público de Ottawa es poco exigente. Y también, dicho sea en honor a la verdad, porque es guapísima, muy sensual, provocadora, una blonde piegée en toda regla, vaya. Es una ley: con las guapas se es más indulgente cuando otros atributos fallan. Pero tampoco se puede dudar del talento de la Krall. Era un mismatch considerable: no casa nada bien la sofisticación de DK (que por cierto, todavía no lo he dicho, es canadiense de Nanaimo, British Columbia) con el público de jubilados mal vestidos de Ottawa. Krall condescendía, como cuando después de interpretar algunas canciones del disco (una recreación de las tonadas de los años veinte) se avino a tocar a desgana algunos de los estándar que la han hecho famosa. Ella misma preguntó al respetable qué es lo que quería escuchar. Un detalle, si no nos hubiera quedado perfectamente claro que nos estaba haciendo un favor. Estuve a punto de gritar desde la butaca I've got you under my skin, pero tuve la impresión de que me iba a decir que no, e, históricamente, los nos de las rubias me han afectado mucho. Al final el favor fue Let´s face the music and dance. Nos fuimos sin escuchar los bises. Le perdonamos el pinchazo. Sigue en nuestra selecta lista de Favourite canadians.



miércoles, 20 de febrero de 2013

El invierno cansa

Es 20 de febrero y ahí fuera sigue nevando. Con fuerza. El viento levanta ráfagas de nieve dejando dunas aquí y allá. Es un invierno largo, inextinguible y sin miramientos. La primera nevada ocurrió el 12 de octubre. En algún momento, quizá a finales de diciembre, o sería a principios de enero, el frío se me metió en el cuerpo y todavía no se ha marchado. Me sorprende lo mucho que ha cambiado mi vivencia de la estación. Hace un año la nieve, el frío, la blancura del mundo fueron como un emoliente, un consuelo, un éxtasis casi. Este año el frío se ha clavado como un arpón y la carraca ululante me saca de quicio. Pocas ganas de salir de casa, entre otras cosas, por no cargar con el abrigo. ¡Y todavía queda el barrizal de marzo! ¡Cambio climático, escucha nuestras plegarias! Sí, el paisaje, el clima, profundiza los estados de ánimo. Son estados de ánimo. Tanto estoy dispuesto a conceder a los románticos.

'No es que no se acabe nunca. Es que parece que cada día comience de nuevo' dice M, que vuelve de la calle, a propósito de este invierno. 'Me estoy quedando ciega a base de ver únicamente blanco'. En fin, poco queda más que armarse de paciencia y esperar la primavera escuchando, gracias a Richter (y a mi hermano Nacho, que me lo descubrió) la Primavera por primera vez. (A Juan M., le gustará)

martes, 12 de febrero de 2013

Trenes

Por razones de trabajo me muevo en tren esta semana. De Ottawa a Toronto, de Toronto a Montreal y de Montreal otra vez a Ottawa. El tren es bastante lento. Soy feliz. En materia ferroviaria soy un gran reaccionario, y considero que ningún tren debería circular a más de ochenta kilómetro por hora. Me gusta sentarme sobre la madera de mi vagón de tercera y ver los arbolitos pasar. Éste en el que viajo no debe de ir mucho más rápido (diremos que para el trayecto de Toronto a Montreal, algo menos que un Madrid Barcelona, emplea seis horas). A mí me encantan esos días perdidos en un tren. A diferencia del avión, que empieza en el aparcamiento del aeropuerto y es un no-lugar desagradable y agotador, el tren es un no-tiempo que pone unos placenteros corchetes a la vida. Lo molesto, como decía Machado, es la llegada. En Canadá tiene mucho sentido. Canadá la hicieron un puñado de hombres audaces, el castor y el tren. Canadá también se hizo para el tren, para que lo hubiera. (La condición que puso Columbia Británica para entrar en la Confederación fue que los raíles llegaran hasta el Pacífico). Espera. Se me acerca el azafato para ofrecerme algún refrigerio. Le pido un café, pero luego desisto al ver que únicamente acepta efectivo y yo sólo llevo tarjeta de débito. Al cabo de un rato vuelve a pasar, me toca en el hombro: me trae un café con leche y un azucarillo y me dice, con cariño de madre: 'It hasn't has to be always about the money'. Ha sido un momento canadiana. ¡Prueba a que te inviten a un café los de US Airways! Miro por la ventana: no hay arbolitos, sino el trávelin de un cuadro de Malévich. Un par de horas después, entramos en Toronto, azul, prístina, atlética desde el primer horizonte, y veinticuatro horas más tarde, en sentido inverso, el tren penetra en Montreal, portuaria, cenicienta; parece el daguerrotipo de una vieja prostituta. Tengo decidido que viviría en Toronto, pero a condición de visitar Montreal cada dos semanas máximo. Creo que M piensa lo mismo. Viajando en tren, bien entendu

Entrando en Montreal

sábado, 9 de febrero de 2013

Esculturas

Aprovechando la feliz circunstancia de que uno vive en Chicago, y la otra en Nueva York, han venido a visitarnos mis hermanos. El fin de semana ha sido bien escogido. Esta mañana la hemos pasado en el festival de invierno, que M y yo apenas pudimos catar el año pasado. En la parte de Gatineau, nos hemos tirado, felices, por la pendiente de los grandes toboganes de nieve. Poco nos ha importado que el resto de la cola estuviese formado por niños y sus padres. Tampoco nadie nos ha mirado mal. Después nos hemos ido al salón del hielo de Ottawa. Queríamos presenciar la gran final del concurso de esculturas de hielo. Dos finalistas disponen de una hora para tallar un bloque helado y modelar algo bajo un tema que se les anuncia en el momento. Como hemos llegado con veinte minutos de antelación nos hemos tenido que tragar a los teloneros, que en esta ocasión eran un grupo de señoras vestidas de tirolesas que tocaban los cencerros. Han aparecido, han colocado una mesa en el centro del escenario y sobre la mesa han desplegado una gama de cencerros de diversos tamaños, de forma que era fácil coger uno, hacerlo sonar, y volver a dejarlo encima de la mesa, mientras con la otra mano se tañe otro. Me gustaría decir que es increíble la cantidad de sonidos que se puede arañar a un cencerro, pero no lo diré, porque no es verdad. Es una carraca monótona. A nuestro lado había dos señoras. Una decía que la función era típica de Suiza. La otra insistía que se trataba de una tradición austriaca, y porfiaba por sacar a la primera de su error haciéndola ver que ella misma era nativa de la región de Austria donde el arte del badajo hace cumbre. La primera no se dejaba convencer, e interpelaba a grito pelado a los virtuosos, para que zanjaran la disputa. 

Eran de Baviera.

Por fin se retiraron los bávaros y aparecieron los tallistas. Teníamos todos curiosidad por ver cómo se hacía una escultura de hielo: en la exposición habíamos visto auténticas birlerías. Pues bien, en primer lugar se adjudica a cada contendiente un cacho de hielo: un bloque de un metro de alto por sesenta centímetros. El agua con el que se ha hecho el hielo es de gran pureza, para que la escultura resultante parezca de diamante. Es como decir que es un mármol que viene de una cantera buenísima, y Ottawa es, a estos efectos, como Carrara. Con agua caliente lo pegan bien a la superficie de la mesa (el agua caliente sirve de pegamento, parece). Sólo entonces se anuncia el tema, que es una patochada: 'Nomos, trols y otras criaturas místicas que se pueden encontrar en un jardín' (Si es místico pero no vive en un jardín, no vale). Lo primero que hacen los tallistas es dibujar con un rotulador (quizá era un pintalabios) un esquema de su obra. Rápidamente se ha visto que uno de ellos, llamado Gabi, tiraba raso y quería hacer un pitufo. El otro, un tal Susuru, ha trazado unas líneas enigmáticas que nos han tenido en vilo hasta el final. Para los primeros desbastados han echado mano de una sierra mecánica, trabajando subsiguientemente el formón y el martillo. A veces cogían un bloque desprendido y lo tallaban antes de volver a pegarlo al cuerpo principal. Así por ejemplo, la nariz del pitufo. Para pegar un bloque sobre otro utilizaban una lámina de metal calentada con una plancha. Desde el primer momento mi hermano Nacho, M y yo hemos tomado firme partido por Susuru; la idea de hacer un pitufo nos parecía una vulgaridad; en cambio, nos seducía el misterio con que Susuru envolvía su plan; sólo cuando faltaban menos de diez minutos se ha desvelado la faz de su proyecto: la vista cenital de un trol saliendo del hueco de un árbol. Ambicioso y técnicamente audaz. Pero nos temíamos el desenlace. El público iba a dirimir el resultado de la contienda, mediante la medición de los decibelios provocados por sus aplausos, y dado que estaba formado en su mayor parte por niños, y que Gabi se había dedicado a hacer el payaso todo el tiempo —haciendo pasar por adustez, injustamente, la rígida disciplina de Susuru—, y a pesar de que Nacho, M y yo nos hemos roto las palmas a favor de Susuru —mi hermana Ana ha optado, traidora, por el pitufo— ha ganado Gabi, ha ganado el pitufo, que ni siquiera tengo claro que sea un nomo. En definitiva, un nuevo y rotundo fracaso del populus.

Pero luego nos hemos ido al cine y se nos ha pasado el cabreo. 




Aguantar de pie un hora a quince bajo cero tiene su aquel. 


 

lunes, 28 de enero de 2013

Antillana (y VIII)

En nuestro último día en La Habana tomamos una calesa para turistas. M y yo somos feroces partidarios de calesas, coches de tiro, autobuses y trenecitos turísticos. Nuestro guía, que nos enseña un descolorido carné de funcionario de la oficina del historiador de la ciudad, riega de anécdotas y datos el trayecto. Al final del recorrido, conforme a un pacto tácito entre locales y turistas, se toma un mojito con nosotros. El barman le dará luego una comisión. Le pregunto si tiene conocidos que se hayan hecho españoles últimamente, aprovechando la última reforma legal. Cala una sonrisa y saca su propio pasaporte español del bolsillo. (Luego supe por I que el registro civil del consulado concede la nacionalidad española a setenta y cinco cubanos al día). 'Yo con esto entro y salgo cuando quiero', dice nuestro amigo. Yo me alegro de este viaje de ida y vuelta para tantos cubanos. Pero el pasaporte no es meramente instrumental. Hay en Cuba una simpatía no fingida hacia España. Cuando un cubano te habla de la 'Madre Patria' no parece estar totalmente de cachondeo. Otra cosa es la actitud del régimen, que, antipatía obliga, no pierde oportunidad de mantener cabalmente informados a los isleños de los infortunios de la ex-metrópoli: un taxista nos comenta, '¿y no es sierto que Mariano Rajoy afronta tremendos casos de corrupsión? A veces la propina nos la quieren dar a nosotros. Pero hasta en esa hostilidad se nota el inevitable parentesco, mucho más vivo que en otras partes de América.

Cenamos en uno de los balcones de El Patio. El restaurante está alojado en una vieja mansión de un patricio habanero, el Marques de Aguas Claras (¡qué hermoso título!). Era previsible: a la despensa le falta media carta. Pero la noche es bella de luna llena, en el antepalco lamido por las buganvillas, situado al mismo nivel de la catedral vieja, sabia y matriarcal, ennegrecida por el salitre, mordida por las corrientes marinas.. Coqueta, chata, íntima. La plaza es uno de los mejores lugares del mundo.
 

En el aeropuerto termino de leer Antes que anochezca. Es un libro obligatorio, en la misma división que Si esto es un hombre y Archipiélago Gulag. En él se cuenta la vida de Reinaldo Arenas, novelista cubano que, sin más tacha que ser homosexual y escritor desafecto, vivió perseguido y machacado dos décadas en la Cuba de Fidel Castro. Fue delatado por sus amigos, intentó llegar a Guantánamo cruzando a nado un río infestado de caimanes, vivió meses escondido en las cloacas del parque Lenín, fue preso y arrojado a la sentina de la cárcel del Morro, humillado y obligado a autoinculparse. Vio a sus amigos suicidarse o matarse en el intento de fuga; en el mejor de los casos, envilecerse para sobrevivir. Como muchos otros, cumplió trabajos forzados en un cañaveral. Conoció la amargura del exilio en Estados Unidos, cuando, oculto en una muchedumbre de 'indeseables' que Castro permitió excepcionalmente salir de la isla después de una crisis diplomática, logró fugarse. Fuera de la isla tuvo que soportar a 'la izquierda festiva', la misma que aplaudía atolondrada al régimen castrista. Se suicidó, enfermo de SIDA, en 1990. La suya es la historia de heroísmo de un hombre que sólo quería escribir, bañarse en el océano, y templar. Y lo hizo. He entrevisto a lo largo de todo el libro una tenue e inabdicada alegría de estar vivo.

Reinaldo Arenas vio venir la noche. La vio llover, oscura, sobre su cabeza, como casi dijo su paisano Martí. Yo creo que M y yo hemos visto la madrugada.

domingo, 27 de enero de 2013

Antillana (VII)

Hay cosas de las que no te das cuenta hasta que te das cuenta. Desde lo alto de la muralla del castillo de El Morro, la fortaleza que los españoles construyeron para defender el puerto de La Habana, se obtiene una dilatada panorámica de la bahía de la ciudad. Entonces caes en la cuenta: no hay barcos en esa bahía. Ni barcos, ni barcas, ni veleros, ni esquifes, ni lanchas ni pontones ni nada que flote. En el resto de grandes bahías del mundo siempre hay embarcaciones fondeadas o en el horizonte. No así en San Cristóbal de La Habana. Sólo una oscura lengua de mar. Se comprende mucho mejor el poderoso arranque de La isla en peso, de Virgilio Piñera: 'La maldita circunstancia del agua por todas partes'. Comentándolo con un amigo más tarde, éste dio en el clavo: 'Claro. El mar es su muro de Berlín'



*

El castillo del Morro fue la sentina penitenciaria de Castro hasta principios de los noventa. No es una información que aparezca en los letreros ni en las guías oficiales. Aquí fue a parar Reinaldo Arenas, por homosexual y desafecto. Las páginas sobre su estancia de algo más de un año en la prisión son insoportablemente lentas y detallistas:

'La peste y el calor eran insoportables. Ir al baño era ya una odisea; aquel baño no era sino un hueco donde todo el mundo defecaba; era imposible llegar allí sin llenarse de mierda los pies, los tobillos, y después, no había agua para limpiarse. Pobre cuerpo; el alma nada podía hacer por él en aquellas circunstancias'.

sábado, 26 de enero de 2013

Antillana (VI)

La pregunta que hice a I:

—¿Y cómo es que no hay una primavera cubana?
—No pueden. No tienen tiempo. Se pasan todo el día resolviendo.

Resolver es buscar un bujía, agenciarse un frasco de aspirinas, encontrar transporte, recoger algo de comida y, en general, conseguir aquello que hace falta o que se espera revender con beneficio. En Cuba hay un numerus clausus de cosas en circulación y los resolvedores te las consiguen.

—La vida es para ellos la lucha, y cuando me estreso me dicen, 'no cojas lucha gallego'.

¿La revolución se hizo para esto? Los Castro tienen un país talentoso y fértil viviendo de las propinas, de lo que envían los parientes de Miami y de la caridad bolivariana. Insisto. ¿Ha valido la pena? Para la gente de izquierdas, de mi generación y la generación anterior a la mía, sacar el saldo neto a la revolución cubana ha sido una preocupación obsesiva. Cuba era la última oportunidad de rescatar al socialismo realmente existente de su desgracia moral y aliviar de este modo la mala conciencia de la intelligentsia europea que lo apoyó con pertinacia. Ejemplo de ello es la invocación del extendido mito de la sanidad y la educación cubanas, haberes que habrían de compensar el monstruoso debe de la dictadura. Es indiscutible que el índice de alfabetización en Cuba es propio de países del tercer mundo, pero se me ocurre que la formación universitaria de calidad sólo puede hacer el retraso y la falta de libertad más lacerante. Es, por otro lado, una broma que haya excelentes médicos en la isla operando sin tiritas. Valiente revolución ésta.

'La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque en los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar.' (Reinaldo Arenas, al poco de escapar de Cuba).

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El Tropicana. Váyase. Si te sientas en una de las mesas del final, ves el espectáculo. Si te sientas cerca, ves las nalgas. Lo más recomendable en estos cabarés es enamoriscarte de una de las bailarinas al principio, seguirla con la mirada toda la noche, e invitarla a vivir en tu memoria. Al final subimos todos al escenario, y hasta M y yo bailamos. Nuestra timidez para el baile siempre me ha parecido el peor de los pecados. Oigo a Nietzsche regañarnos: 'un día sin baile es un día perdido'.



viernes, 25 de enero de 2013

Antillana (V)



La Habana está igual que en mi recuerdo: bella, derelicta y pordiosera, a medio camino entre Beirut y Sarajevo. Qué fascinación, qué embotamiento produce. Una de esas ciudades que has de recomponer en la mirada, pensando a cada paso el oscuro vínculo entre decrepitud y belleza. Su riqueza arquitectónica es despampanante. En La Habana latía el corazón de América, se nota. Hoy es una Atlántida colonial. Hay columnas en todas las calles, columnas pintadas que dejan en penumbra las aceras y sostienen como pueden la ciudad, negándose contra toda lógica a desplomarse. Revoques, balaustres, cornisas: todo suspendido a media caída. Hay como un atlante benévolo que la apuntala para ti. Está esa tontería que se dice tan a menudo: hay que ir a Cuba antes de que se muera Fidel. Será una tontería, pero es verdad. Es toda una experiencia haber visto Habana antes del Starbucks y la sucursal del Banco Santander, que inevitablemente vendrán. A Cuba se le pide que se quede tal y como está, en la mierda, cinco minutos más. El trato es humillante para los cubanos, pero no es esa la peor de las vejaciones que soportan, y al menos, se cobran bien el espectáculo. Puedo ver ese delirio en los ojos de M, que está emocionada. Si es que es una ciudad casi mediterránea; el Paseo del Prado, que es una pura rambla catalana. ¡Y esos coches, tan vintage que que hay que llamarlos automóviles, con todas las letras, esas tartanas prodigiosas! Por la calle Obispos vemos unas pocas tiendas: una cafetería, una ferretería, un modesto supermercado. Podrían parecer signos de actividad económica embrionaria. Quiá. En Cuba todo lo que tiene un mostrador y una maquina registradora es propiedad del Estado; los camareros que trabajan en los bares son todos funcionarios. Ellos mismos se encargan de aclarárnoslo. Parece que el gobierno va a permitir el trabajo por cuenta propia, en ciertos sectores. También se ha habilitado la compraventa de casas (hasta ahora sólo se podían permutar): por ahí está entrando el dinero de Miami. El gobierno autoriza a tener un pasaporte y salir de la isla, aunque las restricciones son muchas, por miedo a la fuga de cerebros. La razón última de todas estas tímidas reformas es que la economía es un desastre. En Cuba sólo funcionan dos industrias: el turismo y el Che Guevara. Con esto y el petróleo de Venezuela han ido tirando. Pero la cosa no da más de si y el pragmatismo se impone poco a poco. Caminando hacia el hotel por el malecón, largo muslo de multa, se puede leer en los muros que cercan los descampados, en colores muy briosos, 'Año cincuenta y cinco de la Revolución. Seguimos adelante'. Me pregunto cómo demonios se puede llamar revolución a algo que dura cincuenta y cinco años.


*


El Floridita (de la infecta Bodeguita ni hablemos) estaría bien si todavía fuese un bar. Obviamente lo interesante no es ir al bar donde iba Hemingway cuando estaba en La Habana, sino al bar al que hoy iría Hemingway en la ciudad a la que hoy iría Hemingway.

jueves, 24 de enero de 2013

Antillana (IV)

Los empresas hoteleras cubanas se toman muy en serio el relax de sus clientes. El uso de Internet está restringido y es disuasoriamente lento. Las tarifas para hablar por teléfono son letales para cualquier bolsillo. No hay periódicos. En resumen: una experiencia libre de modernos ansiógenos y archiperres electrónicos. Si alguien todavía se siente tenso y alerta siempre puede comprar y leer un fascículo de las obras del Che, de venta en la tienda del hotel. A mí, plim. Nos lo estamos pasando bien M y yo. Ayer hasta trasnochamos un poco; fuimos al espectáculo del hotel en homenaje a Michael Jackson. Los cubanos te bailan lo que quieras.

Mañana llegamos a La Habana. El joven Reinaldo, un poco revolucionario, llegó por primera vez a La Habana en 1960 traído en tren por el nuevo gobierno, junto a otros miles, porque Fidel Castro iba a pronunciar un discurso y necesitaba público. Poco más tarde consiguió quedarse en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria. Y de ahí se fue a la Biblioteca Nacional, gracias a los buenos oficios de su directora. Muchos de los que allí trabajaban fueron pronto 'parametrados'.

'El mayor encarnizamiento [...] fue contra los homosexuales. Se leyeron acápites donde se consideraba el homosexualismo como un caso patológico y, sobre todo, donde se decía que todo homosexual que ocupase un cargo en los organismos culturales debía de ser separado, inmediatamente, de su centro de trabajo. Comenzó el parametraje, es decir, cada escritor, cada artista, cada dramaturgo homosexual, recibía un telegrama en el que se decía que no reunía los parámetros políticos y morales para desempeñar el cargo que ocupaba y, por tanto, era dejado sin empleo o se le ofertaba otro en un campo de trabajos forzados'.


*

En algún lugar de esta isla hay dos sátrapas que están agonizando. 



 

miércoles, 23 de enero de 2013

Antillana (III)

Supongo que a bastantes turistas de resort les debe de entrar la tentación de salir a ver la llamada Cuba real. Hace diez años yo sentí ese impulso bienintencionado. Habíamos venido un grupo de la facultad en uno de esos viajes que se dicen 'de ecuador', promediada la carrera universitaria. Tras un par de días de aniquilamiento espiritual en la barra de la piscina, tres amigos alquilamos un todoterreno y atravesamos la isla de Norte a Sur. Hicimos alto en Cienfuegos, Santa Clara y Trinidad. Recuerdo una carretera enorme y abombada que más parecía una pista de aterrizaje y que quizá lo era. Casas pequeñas, tiendas cerradas, herrumbre en fábricas desiertas, jóvenes caminado en los arcenes, algunos pocos coches destartalados; gente que tendría aspecto de estar esperando si tuvieran algo que esperar. En aquel viaje no nos matamos de milagro. En el camino de regreso, los ciclistas llevaban una antorcha encendida incrustada en la parte trasera del sillín, para poder así ser vistos en la infinita oscuridad de la noche cubana.

Más modestamente, las cortinas de la burbuja también pueden entreabrirse pegando la hebra con el personal del hotel. Los cubanos son orgullosos y extrovertidos. Sorprende la pureza de su español, vasto y meloso. Un camarero me informa que el minibar será surtido cada mañana; otro que vigilemos nuestras pertenencias; pido una toalla y el encargado de la piscina me advierte que debo retornarla, pues se trata de un implemento del hotel. Palabras con lustre que se usan poco en España. Todo esto te lleva a pensar que, quizá, de todos los mitos que administran los narradores de la revolución cubana, el que defiende el legado educativo sea el menos objetable. Y los cubanos tienen el empeño de seguir educándose: Maileen, la única peluquera del hotel, toma tres autobuses tres días a la semana para ir a La Habana a titularse como 'cosmetóloga'. Todo lo que gana lo invierte en su casa. Ahora ya tiene azulejos suficientes para alicatar el baño, mañana irá a otra ciudad porque alguien le puede vender barato un teléfono. Nos comenta que los españoles somos muy elegantes, no como los canadienses, y que en Cuba se ven muchas series españolas por televisión. 'Nos partimos de risa, ustedes dicen 'joder' y ya no hase falta más nada'.

martes, 22 de enero de 2013

Antillana (II)

Primer baño. Una pequeña decepción al reparar en que, técnicamente, las aguas son atlánticas y no caribeñas. El mar está salado, resacoso, no muy frío, pero tampoco tan cálido como esperaba. Corre un viento algo molesto —el viento no sale en los folletos turísticos—, pero M y yo nos negamos a admitir que no todo es perfecto. Son nuestras vacaciones, el sol todavía no ha tomado la pendiente y yo me llevo mi segundo mojito a los labios. En el hotel los sirven con angostura y muy cargados de azúcar. A mí me gustan fragantes y hasta arriba de hierbabuena. M ha descubierto la piña colada, que es una golosina temible. 'Es curiosa esta forma de divertirnos que nos hemos inventado los humanos'. Y tanto, y a menudo nos parece que inmoral, como lo parece el ocio frívolo por el que se paga quizá demasiado. Pero con un libro en la mano el tiempo siempre está bien empleado y no hay que fustigarse. Así que los dos leemos a la sombra de un cocotero. Ella Lolita (luz de mi vida, fuego de mis entrañas) y yo las memorias de antes de que anochezca. Mi lectura es ampliamente más obscena que la suya. Humbert Humbert no tiene nada que hacer frente a la sexualidad desaforada del guajiro Reinaldo Arenas. Ahí lo tengo, en su Holguín natal, comiendo tierra, conjurando la lluvia, guardando turno con los demás chavales para templarse a la yegua, todo ello bajo la poderosa égida de su abuela, señora que 'orinaba de pie y hablaba con Dios'.

'...llegaba hasta el pozo y veía el agua cayendo sobre el agua; miraba hacia el cielo y veía bandadas de querequetenses verdes que también celebraban la llegada del aguacero. Yo quería no sólo revolcarme por la hierba, sino alzarme, elevarme como aquellos pájaros, solo con el aguacero. Llegaba hasta el río que bramaba poseído del hechizo incontrolable de la violencia. La fuerza de aquella corriente desbordándose lo arrastraba casi todo, llevándose árboles, piedras, animales, casas; era el misterio de la ley de la destrucción y también de la vida. Yo no sabía bien entonces hasta dónde llegaría aquella carrera frenética, pero algo me decía que yo también tenía que lanzarme a aquellas aguas y perderme; que solamente en medio de aquel torrente, partiendo siempre, iba a encontrar un poco de paz'.






lunes, 21 de enero de 2013

Antillana (I)

Cada año más de un millón de canadienses realiza una breve migración a Cuba para cortar en seco el invierno. No hay capital de provincia canadiense que no tenga vuelo directo a Varadero o Cayo Coco. La isla es especialmente popular entre los francosajones de Quebec, que son atraídos por la llamativa ausencia de turista americano. Nosotros hemos venido porque, tras el mal trago de diciembre, el frío nos resulta especialmente depresivo, porque M no conoce la isla, y porque yo guardo un grato recuerdo de la única vez que estuve, hace diez años. Estuve pensando en las lecturas. Hablé con mi mentor: Pablo me dijo que Antes que anochezca, las memorias de Reinaldo Arenas. No era un libro que fuera a conseguir in situ, así que le pedí a un amigo que lo sacara de la biblioteca de la Universidad de Ottawa. Luego, en Chapters, tuve entre mis manos la edición de bolsillo de Cuba de Hugh Thomas. Era un tomo robusto. Lo sopesé como quien estudia un melón en el supermercado y lo volví a meter en la balda. Anotaré lo que vea, sin más apoyo bibliográfico que Arenas. Para evitar miradas iracundas le he puesto la camisa de otra novela. Quizá no hacía falta. Veremos. Esperando al avión, lo he abierto por la primera página. Dice:

'Yo esperaba morirme en el invierno de 1987'

*

Mira circunspecto mi pasaporte y me pide que vuelva a la cola. M hace un rato que espera al otro lado de la aduana. Pasan cinco minutos, el tiempo para él de comprobar no se sabe qué, y para mí de borrar algunos mensajes del teléfono, que, se me ha ocurrido, podían resultar levemente comprometedores. Finalmente me deja pasar. He tenido el tino de no preguntar cual era el problema. Como en cualquier dictadura, sus funcionarios el régimen les entrena para resultar adustos y antipáticos. En su pequeña esfera, ellos también dictan. En el autobús hacia el hotel, cargado de quebequenses poco distinguidos, un muchacho, educado y agradable, nos advierte de los usos y costumbres de la isla. Sobre el régimen de gratificaciones, informa: 'Los cubanos viven de las propinas'. Lo dice en un tono neutro, no le parece ni bien ni mal; es un hecho.

*

Viento perezoso y cálido; rumor de mar. La heroica isla duerme la siesta. 

domingo, 20 de enero de 2013

Póster

Por una feliz coincidencia la publicación de mi artículo sobre Trudeau ha coincidido con la llegada de su retrato enmarcado, que había encargado por Internet. Ha resultado ser un fiasco. Principiando porque hemos tenido que ir a recogerlo a la oficina de Fedex, que está en el quinto pino. Luego, he debido pagar cuarenta dólares de arancel —ciertamente no sé qué entienden los norteamericanos por libre comercio—. Pero el colmo de mi disgusto ha sido comprobar que me había equivocado con las medidas, y que en lugar de una foto de tamaño algo mayor que un folio, había comprado un póster de casi un metro de alto. A todas luces grotesco e inservible. Un hombre adulto no puede tener colgada de su despacho la foto enorme de su héroe, por muy estadista que sea. Así que habré de emprender, a la vuelta de las vacaciones, la engorrosa tarea de devolverlo y tratar de recuperar el dinero, o cambiarlo por uno más pequeño. 



viernes, 18 de enero de 2013

Un médico

El brote de cólera en La Habana nos obliga a vacunarnos de emergencia. Encontramos una clínica especializada en viajeros donde el viento da la vuelta y ahí que nos vamos. Llegamos al lugar y oh sorpresa. La sala de espera es cálida y acogedora. No nos hacen esperar más de unos veinte minutos y al entrar en el despacho del médico nos tenemos que restregar los ojos: hay dos butacas frente a una mesa noble y sapiencial. Hay diplomas colgados en las paredes, y estanterías con literatura especializada y fotos de la familia. Por primera vez nos sentimos en un consultorio de verdad, no como hámsters en el veterinario. Entra el doctor, con bata blanca, de piel oscura, tocado de turbante, con dos ojos fijos y redondos como dos enciclopedias. Por la forma del turbante M deduce que es sikh. Pero no osaremos preguntarlo. En Canadá nadie pregunta a nadie de dónde es, sobre todo si el acento o al aspecto indica un origen extranjero, porque sería casi como poner en cuestión su ciudadanía canadiense. El doctor Suri, que así se llama, elabora con eficacia un pequeño historial médico y nos regaña por haber olvidado la fecha de vacunaciones anteriores. Es severo, pero de vez en cuando hace una broma que te llena de orgullo infantil. (A M se la gana celebrando que escriba con pluma, cómo él). Dios mío, pensamos: un médico de verdad. Habíamos ido a vacunarnos del cólera y hemos salido con la vacuna para el hepatitis B y la antitetánica puestas. A mí todavía me molestan las banderillas que me ha clavado en los hombros. Al final, le hemos preguntado, tímidamente, si podría ser nuestro médico de familia (estamos hartos del otro). Nos ha mirado como un padre, deslizando su tarjeta en mi mano.

domingo, 13 de enero de 2013

Breaking news (Ikea monkey)

La parrilla televisiva en Canadá es prácticamente la misma que en Estados Unidos: un millar de canales inútiles, que sólo recorrerlo ocupa una hora. Los programas son de parecido jaez a los españoles, con no pocos formatos calcados, aunque sin esa espantosa proliferación de tertulias de la televisión española. M y yo sólo consumimos series, alguna película y los telediarios de la CBC. La Canadian Broadcasting Corporation es uno de esos toques 'british' que dan lustre al país. Es la cadena pública creada a semejanza de la BBC. Me gusta. Es rigurosa y cuenta con buenos profesionales, con Peter Mansbridge a la cabeza, una especie de Pedro Piqueras local. El problema es que, a veces, en Canadá, escasea el contenido. Parvedad de materia, lo llamaban mis viejos e inolvidados profesores jesuitas. La estructura tipo de un telediario canadiense es como sigue: abre una noticia climática, digamos, un tormentón en Terranova. A veces, no siempre, sigue una noticia parlamentaria, en la que dos señores muy educados intercambian pareceres en la Cámara de los Comunes. De vez en cuando se informa de alguna algarada o manifestación, casi siempre en Quebec. Algo de hockey, sobre todo ahora que vuelve la liga. Y para terminar, un reportaje sobre curiosidades científicas, avances médicos o algún nuevo patrón estadístico alumbrado. Pero lo que nunca falta es una abundante crónica de sucesos, del tipo 'reno se adentra en el downtown de Calgary'. Ayer por ejemplo, una pareja de jubilados habían sido estafados por un falsa compañía de retirada de nieve. Cómo evitarlo. Y hoy —aunque el asunto colea desde hace tiempo— el caso de un mono perdido en el aparcamiento del Ikea de Toronto. Al parecer el pobre animal se escapó de una familia de desaprensivos que lo tenían adoptado y le hacían todo tipo de putadas, como no cambiarle el pañal sino cada tres días. Total, que las autoridades se han quedado con el mono y lo han metido en un zoo (sanctuary, dicen en la tele). La familia está desconsolada y ha entablado un juicio por la custodia del primate, alegando parentesco y encariñamiento inenarrable. Hace meses que el pleito se sigue en los telediarios de máxima audiencia.

El mono se llama Darwin