Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

martes, 30 de abril de 2013

Niágara (y III)

Si Niagara-at-the-falls es un santuario de fealdad la vecina Niagara-on-the-lake es un pueblecito encantador. Un punto cotorrón, pintoresco con avaricia, pero aseado y agradable. Es la Canadá que se muere por seguir pareciendo inglesa. Basta entrar en el Prince of Wales a pedir un té negro con bergamota para que los acentos se recoloquen y uno crea estar en una casa de huéspedes de Devonshire. En el teatro de enfrente programan a George Bernard Shaw todos los años de abril a noviembre y sólo falta que una banda de pueblo se ponga a tocar a Elgar. 'They thought we wanted to join the revolution and be like them, but we had other plans!' exclama David mientras nos enseña los lugares de la guerra de 1812. Jefferson pensó que la conquista de Canadá sería pan comido porque los colonos se unirían a la república con alborozo, y tal vez habría sido así de no ser por la arrogancia de sus generales y el ardor guerrero de los indios, que se quedaron del lado británico.  Con la guerra de 1812 Estados Unidos hizo un pan como unas tortas de la que sólo sacó el himno. Entretanto, David nos lleva a un viñedo a probar el famoso Ice Wine. En Niagara cada año hay una parte de la uva que no se recolecta, que no se cosecha hasta que llega la primera helada. Los canadienses hablan como si lo hubiesen inventado, pero M informa que es una técnica alemana. Es un vino dulce, de postre, muy goloso, del que Canadá produce dos tercios de la producción mundial. Atención, la bodega que visitamos pertenece al actor canadiense Dan Aykroyd, conocido en su bodega para casi todo el pasaje del autobús pero querido por mí por su papel en la simpática 'Cazafantasmas'. And we call it a day.

lunes, 29 de abril de 2013

Niagara (I)

Se entienden cosas importantes saliendo de Toronto por la Queen Elizabeth Way. Abandonas la gran ciudad y entras de seguido en Mississauga, con sus respetables 750.000 habitantes. Tras Mississauga vienen en fila Oakfield (200.000), Burlington (170.000) y Hamilton (500.000). En todo el Sur de Ontario viven 12 millones de personas. Es el único continuo urbano de Canadá, el único gajo del país que se adentra por debajo del paralelo 48, donde el clima permite cultivar frutas y hortalizas todo el año. Y vino. Un vino peleón para paladares complacientes. Aquí está -o estaba- la industria manufacturera del país. Este pedacito de tierra es la verdadera razón de por qué Toronto adelantó a Montreal: Toronto tenía un hinterland industrial, populoso y cerca de la frontera con Estados Unidos. Montreal es una isla y aunque el nacionalismo gripara su motor la geografía fue su destino. El pedacito resiste, y es la único bolsa de prosperidad de una provincia que ya es have not (que no tiene petróleo, vaya). También parece un buen lugar para vivir. Vamos a bordo de un autobús sucio y descosido (amortizado, dice con admiración mi padre, como le parece todo en el país), en la excursión obligatoria a las cataratas del Niágara. David es nuestro conductor y guía, un jubilado patriota que se solaza en contarnos los avatares de la guerra de 1812, cuyo teatro principal atravesamos. Dice que es descendiente directo de los leales, los colonos que se quedaron del lado de la Corono durante la independencia de Estados Unidos, gratificados en la derrota con un pedazo de tierra en Canadá. 'I guess you can consider me a Canadian' dice, con orgullo. Sí, un Canadian de los que ya sólo se puede ver aquí, en Southern Ontario.


domingo, 28 de abril de 2013

Niágara (II)

Niágara suena como chasquido de látigo. Antes era de filisteos no asombrarse. Hoy lo correcto es mostrar un poco de desdén, como delante de un grifo grande. Acompañado de mis padres y de M, he oscilado entre las dos poses. Las cataratas más famosas del mundo tienen al menos dos problemas. El primero, Niagara-on-the-falls, que es una ciudad que bate récords de cutrez, avaricia y fealdad. Pero incluso si uno consigue ignorar el entorno, descubre un inconveniente más sutil. Un problema de proporciones. Las cataratas son demasiado pequeñas o demasiado grandes. Demasiado grandes para poder relacionarse con ellas, o pensar en un chapuzón. Demasiado pequeñas —rodeadas de selva o montañas serían otra cosa—,  contra el paisaje chato y mercantil del sur de Ontario. Están tan ordeñadas por la industria del souvenir y de la electricidad que cualquier rendimiento poético es inevitablemente irónico. Pero ahí estaba M para impedir el desaliento. Nos convence a todos para ponernos el chubasquero a bordo del barquito que te lleva al interior de la nebulosa, como una gran rosa de incienso, que brota en medio de la herradura que forma la catarata principal, y empapados por el chirimiri galáctico podemos sin rubor sentirnos sobrecogidos. 


 
Lo atroz y lo sublime

jueves, 18 de abril de 2013

Correspondencias

(Docta y cariñosa reconvención de Carbasus) ...Pero vamos a ver: ¿qué es eso de que en tu ciudad sólo hay gorriones y urracas? Que te olvides de las palomas, que ni zurean bien, que se te pasen los verderones, que son escasos, pase, pero de los formidables y reconfortantes mirlos, sean machos negros o hembras pardas, que monologan en la 'unánime noche', charlan casi como humanos, o hacen ese agradable chasquido de tijeritas, ¿qué?


martes, 16 de abril de 2013

Ornitología

Para alargar la vuelta a casa vuelvo dando rodeos innecesarios y aleatorios por el barrio. Por fin vuelve a ser agradable salir a pasear, a respirar esa humedad de calle recién lavada por las gotas de lluvia. New Edinburgh es un vecindario tranquilo, casi se diría deshabitado. Sólo el autobús 57 por la calle Crichton interrumpe el silencio cada veintidós minutos. Pero por las callejas, junto a los cubos de basura vacíos, apenas se nota. Hay tímidos, minúsculos, brotes en las ramas de los árboles y algún montón irreductible de nieve sucia. Sobre todo trato de escuchar a los pájaros. El canto de los pájaros es una de esas cosas que hemos arrojado al purgatorio de lo cursi. Intento rehabilitarlo como fuente de placer. A veces suenan como la risa escondida de alguien que desea ser descubierto. Otra veces parecen una estrepitosa conversación de bar. Y otras una melodía se propaga en solitario sonando como una pistola láser. Metáforas mostrencas, cierto. Excusa: en mi ciudad solo hay dos pájaros: urracas y gorriones. Aquí en cambio hay pajarillos de varios tipos y tamaños, y los más bonitos, y que más me alegran, unos con la pechera naranja. Como tampoco tengo oído no sé si trinan de manera afinada o no. No podría distinguir al mirlo del ruiseñor. Soy un analfabeto ornitológico y musical. Más que el trino lo que me gusta es su presencia, la felicidad de saber que hay cosas que siempre vuelven. Al llegar a casa M sigue de parranda en casa de B. Pongo en el ordenador el Cantus Articus o Concierto para pájaros y orquesta de Rautavaara. Excelente y estrafalario. Suave. La melodía de los pájaros se funde con tanta sencillez con el resto de las notas que uno se pregunta cómo no se le ocurrió a nadie mucho antes. Me lo descubrió Mirapeix. Intento estudiar un poco. No puedo. Saco de la biblioteca El ruido eterno el fenomenal libro de Alex Ross sobre la música clásica del siglo XX, para ver si dice algo de Rautavaara. Pues no, pero hay varios pasajes sobre Messiaen y las transcripciones que hizo de la música de los pájaros. Dice 

A partir de 1949, Messiaen hizo apariciones en Darmstadt, donde se mostró tan hábil como cualquiera de sus colegas a la hora de llenar pizarras con diagramas cuasicientíficos. Pero enseguida se escapaba por una tangente inesperada. Un día de 1953, contó Antoine Gólea, enseñó a sus alumnos un libro que contenía ilustraciones de pájaros a todo color. 'Los pájaros han sido mis primeros y mis mayores maestros', anunció. Luego mostró cuadernos en los que había transcrito cantos de pájaros oídos en expediciones realizadas a diferentes partes de Francia. 'Los pájaros cantan siempre en un modo determinado', dijo. 'No conocen el intervalo de octava. Sus líneas melódicas recuerdan a menudo las inflexiones del canto gregoriano. Sus ritmos son de una complejidad y de una variedad infinitas, pero siempre de una precisión y de una claridad perfectas'. Los alumnos debieron de preguntarse si había perdido la cabeza o, alternativamente, si estaba haciendo una sátira de la mentalidad de Darmstadt. Pero Messiaen hablaba muy en serio  

Inmediatamente me pongo a buscar en los anaqueles de internet música de Messiaen, pero no hay tiempo. Oigo a M entrar en casa. Lo mejor del día: contarnos el día.

viernes, 12 de abril de 2013

En efecto

Hoy, pandemónium: lluvia helada y tormenta de nieves. Si hoy es doce de abril, esto es Canadá.



miércoles, 10 de abril de 2013

Últimas páginas

La nieve se funde en el jardín lentamente, como se pasan las setecientas páginas de ese novelón decimonónico con el que finalmente nos hemos atrevido. Presa de la ansiedad, me salto páginas para ver cuándo llega la primavera, ¡y me encuentro con una nevada de 20 cm para este sábado 12 de abril! Calma y sigamos leyendo.




jueves, 4 de abril de 2013

Nunavut

Hoy he conocido a la única española que vive en Nunavut. Una señora simpatiquísima de Melilla que es profesora en un colegio de Iqualit. Su marido, un quebequés, es el director del centro. De manera inevitable la he acribillado a preguntas. Esto es lo que ha dicho: El lugar es feo; hielo y tundra. El clima, terrible (una máxima media anual de menos seis). En Iqualit, la capital, viven 8.000 personas. No más de mil son blancos (del Sur, dicen) y el resto son Inuit (antes del advenimiento de lo políticamente correcto, decíase esquimales). Los puestos dirigentes —profesores, médicos, bancarios, etc.— están ocupados por gente del sur. Los Inuit también trabajan, tienen todas las ventajas para hacerlo, pero pueden irse a cazar y pasar semanas sin aparecer por la empresa. Los inuit son racistas, lo notas en su mirada. La región está plagada de conflictos sociales relacionados con la droga, el alcoholismo y la violencia endémica. El inuit es un idioma endiablado y no encuentran profesores formados que lo puedan enseñar. Hay tres restaurantes donde se come bien, pero ninguno sirve comida inuit. No hay restaurantes de comida inuit. A veces los inuit te invitan a comer pero has de estar preparado para comer un trozo de foca cruda o de reno con pelos. Hay quien ha visto en el interior de una casa sangre en las paredes o un oso desollándose colgado de la terraza. Hay buenos hoteles, cines, supermercados e Internet. Los billetes de avión Ottawa-Iqualit cuestan un mínimo de 1.500 dólares.

Esto es lo que ha dicho, y ya se entiende que uno pone el énfasis en lo truculento. Lo que más me ha interesado es el detalle de la comida. No hay restaurantes de comida inuit. Esto es excepcional. Significa que los inuit rechazan representarse a sí mismos como etnia. (Inuit significa, de hecho, 'la gente', igual que a la comida china, en China se la llama, simplemente, comida). Es tremendo. Hay como una profunda sabiduría reaccionaria en ello. Comparecer ante el gran bazar el mundo con su delicatessen es el primer paso para que una cultura distinta deje de serlo. No sé si me explico. Cuando el primer restaurante italiano abrió sus puertas, la pizza dejó de ser italiana. (Esbozo de teoría: las culturas sólo son propias en tanto consiguen ser privadas.)

Divago. Es capital convencer a M y marchar a Nunavut.


File:Iqaluit skyline.jpg 


lunes, 1 de abril de 2013

La democracia en Canadá (I)

De tanto en tanto M y yo nos dejamos caer por Wakefield, Quebec. Creo que ya ha salido en estas notas. Es un pueblecito junto al río Gatineau que creció al arrimo de un molino de agua. Lo cierto es que no está a la altura de su reputación de pueblo de vida bohemia y facha pintoresca. Empezando, claro, por que no hay tal pueblo. El núcleo lo forman dos docenas de casas de madera encaradas al río, un par de iglesias, tres o cuatro albergues y cuatro buhoneros. Se supone que es un hub de mochileros y senderistas, a quienes no he visto nunca. Pero tiene al menos tres puntos de interés que merece la pena conocer. El primero, un bonito puente cubierto de madera, pintado de rojo. El segundo, el antiguo molino, hoy un hotelito relais donde sirven el mejor brunch de la zona. Por último, su cementerio en lo alto de un promontorio, aislado y apacible, cubierto de nieve o de verde según la estación. Es uno de los lugares más bellos de este país. Nos lo descubrió el añorado Embajador Mirapeix, que venía a menudo. Quizá para chafardear con un colega ilustre, allí enterrado: el diplomático Lester B. Pearson, que fue Primer Ministro de Canadá y premio Nobel de la Paz. (Me hace pensar, dicho sea de paso, en ese otro camposanto en Luarca, también de pueblo, también en altura, también cerca del agua, y también con premio Nobel, Severo Ochoa). Pearson fue un gran tipo. Su gobierno introdujo la sanidad pública universal, el sistema de pensiones, la bandera y los fundamentos del bilingüismo en el nivel federal (Pearson sólo hablaba inglés y se prometió ser el último Primer Ministro monolingüe de Canadá). Se negó a participar en la guerra en Vietnam (para gran enfado de Lyndon B. Johnson, quien al parecer llegó a amedrentarle cogiéndole de las solapas), mandó de vuelta a París a Charles De Gaulle cuando de manera lamentable —y mira que soy fan de De Gaulle— clamó por un Quebec Libre en el transcurso de un viaje oficial, y co-optó con una intuición admirable a Trudeau para el Partido Liberal. Casi nada. Pero el Premio Nobel ya lo había ganado antes, en su etapa como Ministro de Asuntos Exteriores de Canadá. En 1957 fue a él a quien se le ocurrió la creación de la UNEF, la Fuerza de Emergencia de Naciones Unidas, la misión de paz de la ONU que recondujo el memorable fiasco de Suez. Gracias a él, Canadá se quedó con la patente de los cascos azules y un nuevo papel en el mundo: el de Estado benéfico y responsable, sin ambiciones imperiales, en quien confiar, el adalid del multilteralismo. Lo contrario que Estados Unidos, que un Leviatán cuidado que muerdo. El tratado contra las minas antipersonales y la doctrina de la Responsabilidad de Proteger fueron cocinados en Ottawa por diplomáticos y políticos canadienses. Durante la segunda mitad del siglo pasado y primera década del presente, Canadá fue el más antimilitarista de los miembros de la OTAN. La mantequilla se comía el presupuesto—había un sistema de bienestar que mantener— y los sucesivos gobiernos dejaba que los cañones se volvieran obsoletos. Con el gobierno de Chrétian el gasto militar bajó al 1% del PIB, en el puesto décimo séptimo dentro de la Alianza, un poco por encima de Luxemburgo. Lo justo para que no echaran a Canadá de la OTAN, donde ocupaba el puesto de consejero aúlico y voz de la conciencia. La situación se volvió embarazosa. John Manley, Ministro de Exteriores de la época, se quejaba: 'No puedes sentarte en la mesa del G-8 y cuando llega la factura irte al cuarto de baño'. Todo eso se acabó en 2006 con la llegada al gobierno del Partido Conservador de Stephen Harper. Canadá, otrora caballero andante, es ahora un temido halcón de la escena internacional. Qué multilateralismo ni qué niño muerto. Realismo, intereses y negociación bilateral. A tope con Israel, con razón o sin ella. Fuera de Kyoto, más recursos para el ejército, pocas bromas en la ONU, que es una organización corrupta, y ayudar en serio en Afganistán. Es un giro tan abrupto que los diplomáticos canadienses, todos ellos orgullosos del legado de Pearson, no saben dónde meterse. En la paz de Wakefield, el Nobel, cuya tumba está junto a la de sus dos colaboradores y amigos Hume Wrong y Norman Robertson (qué bello es que te entierren con tus amigos) no sabe lo que pasa ni lo que ocurre. Y es dudoso que nada vuelva a ser lo que era.


Lester B. Pearson with a pencil.jpg

Lester B. Pearson, Caballero andante.