Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 2 de agosto de 2013

Torontonians (X)

Día y medio en Toronto ponen de buen humor a cualquiera. En el tren, a un lado tengo una familia que habla en ruso (una madre amonesta a su hija pequeña: niet niet!) y al otro una pareja que habla en portugués. Y al poco, en la calle Queen, me cruzo con una admirable pareja, adolescente, que camina de la mano, enamorada, ella de riguroso burka. Así es Toronto, donde la guerra ha terminado. Suelto la mochila en el Chelsea, el hotel de siempre, y me voy para la Universidad de Ryerson, espléndido campus urbano, para ver a Colin, el amable profesor que nos ayuda a traer la exposición de jóvenes arquitectos españoles. Se unen el Cónsul y Pilar R., nuestra infalible tabernera. Vamos a cenar a L, el  restaurante español de moda. Hasta hace poco ir a cenar a un restaurante español fuera de España era una insensatez. El problema es logístico. Uno puede, donde sea, montar un honesto restaurante japonés o italiano, porque en cualquier lugar del mundo hay atún crudo, pan, harina, huevo y tomate. Pero ¿cómo conseguir, en Canadá, una gamba de Palamós, tres litros de agua calcárea del Mediterráneo (imprescindible para la paella) o una piara de cerdos de la dehesa extremeña? Los obstáculos se han ido superando y ya hay en Toronto tres o cuatro figones que son sensación. La conversación fluye agradable. Colin es un torontoniano muy listo y culto. Está convencido, por cierto, de que el alcalde de la ciudad, el inefable y orondo Rob Ford, quien tanto ameniza los telediarios de la apacible Ottawa, está detrás del asesinato del narcotraficante que decía tener el vídeo con las bacanales en las que Ford participaba. Sensacional. Aparece el chef, F.G. para agasajarnos, con una pinta de acabar de salir de la boca de metro de Cuatro Caminos. Es especialmente obsequioso con Pilar. (Al día siguiente Pilar me informa de que F.G es un sinvergüenza que acumula varios impagos a bodegas españolas). Le halago sin demasiada efusividad su cocina, que no pasa de correcta. El pulpo a la gallega estaba tierno y bien salpimentado, el jamón era de recebo, los boquerones pequeños, las croquetas ofuscadas. El arroz para dos era interesante. Como soy un desgraciado, he pedido leche frita de postre; el rebozo era excesivo y me he metido en la cama con una tripotera de cuidado. ¡Ah, la comida étnica! Por la mañana desayuno en el hotel con Esther. R. una catalana encantadora que es profesora en York; preparamos el ciclo de conferencias de Laura F. Como todavía tengo un rato antes de mi tren, me acerco hasta la sede del tiff, en la calle King. El tiff es el festival de cine comercial más importante del mundo. El edificio que lo alberga es impresionante; un odeón para el siglo XXIII que no me termina de encandilar. Compro una entrada para la peli que están poniendo, la última —a juzgar por los quince minutos que veo— majadería hiperviolenta de Winding Refn. Quería ver una de las salas por dentro porque Marta y yo planeamos llevar el NSFF a este cine. No sé. Una modernez. Demasiado higiénico, domótico, láctico. No se si me encanta o me disgusta. Casi prefiero un cine de barrio de esos que todavía quedan por Toronto. Aunque el prestigio de aparecer en la programación del tiff es algo a tener en cuenta. Lo pensaremos. Ya estoy de vuelta en el tren. Un revisor chino, con dificultades para contar en inglés, nos pide el billete. Homeward bound. Y hoy llega Ariadna, la primera amiga que nos visita.