Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 28 de enero de 2013

Antillana (y VIII)

En nuestro último día en La Habana tomamos una calesa para turistas. M y yo somos feroces partidarios de calesas, coches de tiro, autobuses y trenecitos turísticos. Nuestro guía, que nos enseña un descolorido carné de funcionario de la oficina del historiador de la ciudad, riega de anécdotas y datos el trayecto. Al final del recorrido, conforme a un pacto tácito entre locales y turistas, se toma un mojito con nosotros. El barman le dará luego una comisión. Le pregunto si tiene conocidos que se hayan hecho españoles últimamente, aprovechando la última reforma legal. Cala una sonrisa y saca su propio pasaporte español del bolsillo. (Luego supe por I que el registro civil del consulado concede la nacionalidad española a setenta y cinco cubanos al día). 'Yo con esto entro y salgo cuando quiero', dice nuestro amigo. Yo me alegro de este viaje de ida y vuelta para tantos cubanos. Pero el pasaporte no es meramente instrumental. Hay en Cuba una simpatía no fingida hacia España. Cuando un cubano te habla de la 'Madre Patria' no parece estar totalmente de cachondeo. Otra cosa es la actitud del régimen, que, antipatía obliga, no pierde oportunidad de mantener cabalmente informados a los isleños de los infortunios de la ex-metrópoli: un taxista nos comenta, '¿y no es sierto que Mariano Rajoy afronta tremendos casos de corrupsión? A veces la propina nos la quieren dar a nosotros. Pero hasta en esa hostilidad se nota el inevitable parentesco, mucho más vivo que en otras partes de América.

Cenamos en uno de los balcones de El Patio. El restaurante está alojado en una vieja mansión de un patricio habanero, el Marques de Aguas Claras (¡qué hermoso título!). Era previsible: a la despensa le falta media carta. Pero la noche es bella de luna llena, en el antepalco lamido por las buganvillas, situado al mismo nivel de la catedral vieja, sabia y matriarcal, ennegrecida por el salitre, mordida por las corrientes marinas.. Coqueta, chata, íntima. La plaza es uno de los mejores lugares del mundo.
 

En el aeropuerto termino de leer Antes que anochezca. Es un libro obligatorio, en la misma división que Si esto es un hombre y Archipiélago Gulag. En él se cuenta la vida de Reinaldo Arenas, novelista cubano que, sin más tacha que ser homosexual y escritor desafecto, vivió perseguido y machacado dos décadas en la Cuba de Fidel Castro. Fue delatado por sus amigos, intentó llegar a Guantánamo cruzando a nado un río infestado de caimanes, vivió meses escondido en las cloacas del parque Lenín, fue preso y arrojado a la sentina de la cárcel del Morro, humillado y obligado a autoinculparse. Vio a sus amigos suicidarse o matarse en el intento de fuga; en el mejor de los casos, envilecerse para sobrevivir. Como muchos otros, cumplió trabajos forzados en un cañaveral. Conoció la amargura del exilio en Estados Unidos, cuando, oculto en una muchedumbre de 'indeseables' que Castro permitió excepcionalmente salir de la isla después de una crisis diplomática, logró fugarse. Fuera de la isla tuvo que soportar a 'la izquierda festiva', la misma que aplaudía atolondrada al régimen castrista. Se suicidó, enfermo de SIDA, en 1990. La suya es la historia de heroísmo de un hombre que sólo quería escribir, bañarse en el océano, y templar. Y lo hizo. He entrevisto a lo largo de todo el libro una tenue e inabdicada alegría de estar vivo.

Reinaldo Arenas vio venir la noche. La vio llover, oscura, sobre su cabeza, como casi dijo su paisano Martí. Yo creo que M y yo hemos visto la madrugada.

domingo, 27 de enero de 2013

Antillana (VII)

Hay cosas de las que no te das cuenta hasta que te das cuenta. Desde lo alto de la muralla del castillo de El Morro, la fortaleza que los españoles construyeron para defender el puerto de La Habana, se obtiene una dilatada panorámica de la bahía de la ciudad. Entonces caes en la cuenta: no hay barcos en esa bahía. Ni barcos, ni barcas, ni veleros, ni esquifes, ni lanchas ni pontones ni nada que flote. En el resto de grandes bahías del mundo siempre hay embarcaciones fondeadas o en el horizonte. No así en San Cristóbal de La Habana. Sólo una oscura lengua de mar. Se comprende mucho mejor el poderoso arranque de La isla en peso, de Virgilio Piñera: 'La maldita circunstancia del agua por todas partes'. Comentándolo con un amigo más tarde, éste dio en el clavo: 'Claro. El mar es su muro de Berlín'



*

El castillo del Morro fue la sentina penitenciaria de Castro hasta principios de los noventa. No es una información que aparezca en los letreros ni en las guías oficiales. Aquí fue a parar Reinaldo Arenas, por homosexual y desafecto. Las páginas sobre su estancia de algo más de un año en la prisión son insoportablemente lentas y detallistas:

'La peste y el calor eran insoportables. Ir al baño era ya una odisea; aquel baño no era sino un hueco donde todo el mundo defecaba; era imposible llegar allí sin llenarse de mierda los pies, los tobillos, y después, no había agua para limpiarse. Pobre cuerpo; el alma nada podía hacer por él en aquellas circunstancias'.

sábado, 26 de enero de 2013

Antillana (VI)

La pregunta que hice a I:

—¿Y cómo es que no hay una primavera cubana?
—No pueden. No tienen tiempo. Se pasan todo el día resolviendo.

Resolver es buscar un bujía, agenciarse un frasco de aspirinas, encontrar transporte, recoger algo de comida y, en general, conseguir aquello que hace falta o que se espera revender con beneficio. En Cuba hay un numerus clausus de cosas en circulación y los resolvedores te las consiguen.

—La vida es para ellos la lucha, y cuando me estreso me dicen, 'no cojas lucha gallego'.

¿La revolución se hizo para esto? Los Castro tienen un país talentoso y fértil viviendo de las propinas, de lo que envían los parientes de Miami y de la caridad bolivariana. Insisto. ¿Ha valido la pena? Para la gente de izquierdas, de mi generación y la generación anterior a la mía, sacar el saldo neto a la revolución cubana ha sido una preocupación obsesiva. Cuba era la última oportunidad de rescatar al socialismo realmente existente de su desgracia moral y aliviar de este modo la mala conciencia de la intelligentsia europea que lo apoyó con pertinacia. Ejemplo de ello es la invocación del extendido mito de la sanidad y la educación cubanas, haberes que habrían de compensar el monstruoso debe de la dictadura. Es indiscutible que el índice de alfabetización en Cuba es propio de países del tercer mundo, pero se me ocurre que la formación universitaria de calidad sólo puede hacer el retraso y la falta de libertad más lacerante. Es, por otro lado, una broma que haya excelentes médicos en la isla operando sin tiritas. Valiente revolución ésta.

'La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque en los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar.' (Reinaldo Arenas, al poco de escapar de Cuba).

*


El Tropicana. Váyase. Si te sientas en una de las mesas del final, ves el espectáculo. Si te sientas cerca, ves las nalgas. Lo más recomendable en estos cabarés es enamoriscarte de una de las bailarinas al principio, seguirla con la mirada toda la noche, e invitarla a vivir en tu memoria. Al final subimos todos al escenario, y hasta M y yo bailamos. Nuestra timidez para el baile siempre me ha parecido el peor de los pecados. Oigo a Nietzsche regañarnos: 'un día sin baile es un día perdido'.



viernes, 25 de enero de 2013

Antillana (V)



La Habana está igual que en mi recuerdo: bella, derelicta y pordiosera, a medio camino entre Beirut y Sarajevo. Qué fascinación, qué embotamiento produce. Una de esas ciudades que has de recomponer en la mirada, pensando a cada paso el oscuro vínculo entre decrepitud y belleza. Su riqueza arquitectónica es despampanante. En La Habana latía el corazón de América, se nota. Hoy es una Atlántida colonial. Hay columnas en todas las calles, columnas pintadas que dejan en penumbra las aceras y sostienen como pueden la ciudad, negándose contra toda lógica a desplomarse. Revoques, balaustres, cornisas: todo suspendido a media caída. Hay como un atlante benévolo que la apuntala para ti. Está esa tontería que se dice tan a menudo: hay que ir a Cuba antes de que se muera Fidel. Será una tontería, pero es verdad. Es toda una experiencia haber visto Habana antes del Starbucks y la sucursal del Banco Santander, que inevitablemente vendrán. A Cuba se le pide que se quede tal y como está, en la mierda, cinco minutos más. El trato es humillante para los cubanos, pero no es esa la peor de las vejaciones que soportan, y al menos, se cobran bien el espectáculo. Puedo ver ese delirio en los ojos de M, que está emocionada. Si es que es una ciudad casi mediterránea; el Paseo del Prado, que es una pura rambla catalana. ¡Y esos coches, tan vintage que que hay que llamarlos automóviles, con todas las letras, esas tartanas prodigiosas! Por la calle Obispos vemos unas pocas tiendas: una cafetería, una ferretería, un modesto supermercado. Podrían parecer signos de actividad económica embrionaria. Quiá. En Cuba todo lo que tiene un mostrador y una maquina registradora es propiedad del Estado; los camareros que trabajan en los bares son todos funcionarios. Ellos mismos se encargan de aclarárnoslo. Parece que el gobierno va a permitir el trabajo por cuenta propia, en ciertos sectores. También se ha habilitado la compraventa de casas (hasta ahora sólo se podían permutar): por ahí está entrando el dinero de Miami. El gobierno autoriza a tener un pasaporte y salir de la isla, aunque las restricciones son muchas, por miedo a la fuga de cerebros. La razón última de todas estas tímidas reformas es que la economía es un desastre. En Cuba sólo funcionan dos industrias: el turismo y el Che Guevara. Con esto y el petróleo de Venezuela han ido tirando. Pero la cosa no da más de si y el pragmatismo se impone poco a poco. Caminando hacia el hotel por el malecón, largo muslo de multa, se puede leer en los muros que cercan los descampados, en colores muy briosos, 'Año cincuenta y cinco de la Revolución. Seguimos adelante'. Me pregunto cómo demonios se puede llamar revolución a algo que dura cincuenta y cinco años.


*


El Floridita (de la infecta Bodeguita ni hablemos) estaría bien si todavía fuese un bar. Obviamente lo interesante no es ir al bar donde iba Hemingway cuando estaba en La Habana, sino al bar al que hoy iría Hemingway en la ciudad a la que hoy iría Hemingway.

jueves, 24 de enero de 2013

Antillana (IV)

Los empresas hoteleras cubanas se toman muy en serio el relax de sus clientes. El uso de Internet está restringido y es disuasoriamente lento. Las tarifas para hablar por teléfono son letales para cualquier bolsillo. No hay periódicos. En resumen: una experiencia libre de modernos ansiógenos y archiperres electrónicos. Si alguien todavía se siente tenso y alerta siempre puede comprar y leer un fascículo de las obras del Che, de venta en la tienda del hotel. A mí, plim. Nos lo estamos pasando bien M y yo. Ayer hasta trasnochamos un poco; fuimos al espectáculo del hotel en homenaje a Michael Jackson. Los cubanos te bailan lo que quieras.

Mañana llegamos a La Habana. El joven Reinaldo, un poco revolucionario, llegó por primera vez a La Habana en 1960 traído en tren por el nuevo gobierno, junto a otros miles, porque Fidel Castro iba a pronunciar un discurso y necesitaba público. Poco más tarde consiguió quedarse en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria. Y de ahí se fue a la Biblioteca Nacional, gracias a los buenos oficios de su directora. Muchos de los que allí trabajaban fueron pronto 'parametrados'.

'El mayor encarnizamiento [...] fue contra los homosexuales. Se leyeron acápites donde se consideraba el homosexualismo como un caso patológico y, sobre todo, donde se decía que todo homosexual que ocupase un cargo en los organismos culturales debía de ser separado, inmediatamente, de su centro de trabajo. Comenzó el parametraje, es decir, cada escritor, cada artista, cada dramaturgo homosexual, recibía un telegrama en el que se decía que no reunía los parámetros políticos y morales para desempeñar el cargo que ocupaba y, por tanto, era dejado sin empleo o se le ofertaba otro en un campo de trabajos forzados'.


*

En algún lugar de esta isla hay dos sátrapas que están agonizando. 



 

miércoles, 23 de enero de 2013

Antillana (III)

Supongo que a bastantes turistas de resort les debe de entrar la tentación de salir a ver la llamada Cuba real. Hace diez años yo sentí ese impulso bienintencionado. Habíamos venido un grupo de la facultad en uno de esos viajes que se dicen 'de ecuador', promediada la carrera universitaria. Tras un par de días de aniquilamiento espiritual en la barra de la piscina, tres amigos alquilamos un todoterreno y atravesamos la isla de Norte a Sur. Hicimos alto en Cienfuegos, Santa Clara y Trinidad. Recuerdo una carretera enorme y abombada que más parecía una pista de aterrizaje y que quizá lo era. Casas pequeñas, tiendas cerradas, herrumbre en fábricas desiertas, jóvenes caminado en los arcenes, algunos pocos coches destartalados; gente que tendría aspecto de estar esperando si tuvieran algo que esperar. En aquel viaje no nos matamos de milagro. En el camino de regreso, los ciclistas llevaban una antorcha encendida incrustada en la parte trasera del sillín, para poder así ser vistos en la infinita oscuridad de la noche cubana.

Más modestamente, las cortinas de la burbuja también pueden entreabrirse pegando la hebra con el personal del hotel. Los cubanos son orgullosos y extrovertidos. Sorprende la pureza de su español, vasto y meloso. Un camarero me informa que el minibar será surtido cada mañana; otro que vigilemos nuestras pertenencias; pido una toalla y el encargado de la piscina me advierte que debo retornarla, pues se trata de un implemento del hotel. Palabras con lustre que se usan poco en España. Todo esto te lleva a pensar que, quizá, de todos los mitos que administran los narradores de la revolución cubana, el que defiende el legado educativo sea el menos objetable. Y los cubanos tienen el empeño de seguir educándose: Maileen, la única peluquera del hotel, toma tres autobuses tres días a la semana para ir a La Habana a titularse como 'cosmetóloga'. Todo lo que gana lo invierte en su casa. Ahora ya tiene azulejos suficientes para alicatar el baño, mañana irá a otra ciudad porque alguien le puede vender barato un teléfono. Nos comenta que los españoles somos muy elegantes, no como los canadienses, y que en Cuba se ven muchas series españolas por televisión. 'Nos partimos de risa, ustedes dicen 'joder' y ya no hase falta más nada'.

martes, 22 de enero de 2013

Antillana (II)

Primer baño. Una pequeña decepción al reparar en que, técnicamente, las aguas son atlánticas y no caribeñas. El mar está salado, resacoso, no muy frío, pero tampoco tan cálido como esperaba. Corre un viento algo molesto —el viento no sale en los folletos turísticos—, pero M y yo nos negamos a admitir que no todo es perfecto. Son nuestras vacaciones, el sol todavía no ha tomado la pendiente y yo me llevo mi segundo mojito a los labios. En el hotel los sirven con angostura y muy cargados de azúcar. A mí me gustan fragantes y hasta arriba de hierbabuena. M ha descubierto la piña colada, que es una golosina temible. 'Es curiosa esta forma de divertirnos que nos hemos inventado los humanos'. Y tanto, y a menudo nos parece que inmoral, como lo parece el ocio frívolo por el que se paga quizá demasiado. Pero con un libro en la mano el tiempo siempre está bien empleado y no hay que fustigarse. Así que los dos leemos a la sombra de un cocotero. Ella Lolita (luz de mi vida, fuego de mis entrañas) y yo las memorias de antes de que anochezca. Mi lectura es ampliamente más obscena que la suya. Humbert Humbert no tiene nada que hacer frente a la sexualidad desaforada del guajiro Reinaldo Arenas. Ahí lo tengo, en su Holguín natal, comiendo tierra, conjurando la lluvia, guardando turno con los demás chavales para templarse a la yegua, todo ello bajo la poderosa égida de su abuela, señora que 'orinaba de pie y hablaba con Dios'.

'...llegaba hasta el pozo y veía el agua cayendo sobre el agua; miraba hacia el cielo y veía bandadas de querequetenses verdes que también celebraban la llegada del aguacero. Yo quería no sólo revolcarme por la hierba, sino alzarme, elevarme como aquellos pájaros, solo con el aguacero. Llegaba hasta el río que bramaba poseído del hechizo incontrolable de la violencia. La fuerza de aquella corriente desbordándose lo arrastraba casi todo, llevándose árboles, piedras, animales, casas; era el misterio de la ley de la destrucción y también de la vida. Yo no sabía bien entonces hasta dónde llegaría aquella carrera frenética, pero algo me decía que yo también tenía que lanzarme a aquellas aguas y perderme; que solamente en medio de aquel torrente, partiendo siempre, iba a encontrar un poco de paz'.






lunes, 21 de enero de 2013

Antillana (I)

Cada año más de un millón de canadienses realiza una breve migración a Cuba para cortar en seco el invierno. No hay capital de provincia canadiense que no tenga vuelo directo a Varadero o Cayo Coco. La isla es especialmente popular entre los francosajones de Quebec, que son atraídos por la llamativa ausencia de turista americano. Nosotros hemos venido porque, tras el mal trago de diciembre, el frío nos resulta especialmente depresivo, porque M no conoce la isla, y porque yo guardo un grato recuerdo de la única vez que estuve, hace diez años. Estuve pensando en las lecturas. Hablé con mi mentor: Pablo me dijo que Antes que anochezca, las memorias de Reinaldo Arenas. No era un libro que fuera a conseguir in situ, así que le pedí a un amigo que lo sacara de la biblioteca de la Universidad de Ottawa. Luego, en Chapters, tuve entre mis manos la edición de bolsillo de Cuba de Hugh Thomas. Era un tomo robusto. Lo sopesé como quien estudia un melón en el supermercado y lo volví a meter en la balda. Anotaré lo que vea, sin más apoyo bibliográfico que Arenas. Para evitar miradas iracundas le he puesto la camisa de otra novela. Quizá no hacía falta. Veremos. Esperando al avión, lo he abierto por la primera página. Dice:

'Yo esperaba morirme en el invierno de 1987'

*

Mira circunspecto mi pasaporte y me pide que vuelva a la cola. M hace un rato que espera al otro lado de la aduana. Pasan cinco minutos, el tiempo para él de comprobar no se sabe qué, y para mí de borrar algunos mensajes del teléfono, que, se me ha ocurrido, podían resultar levemente comprometedores. Finalmente me deja pasar. He tenido el tino de no preguntar cual era el problema. Como en cualquier dictadura, sus funcionarios el régimen les entrena para resultar adustos y antipáticos. En su pequeña esfera, ellos también dictan. En el autobús hacia el hotel, cargado de quebequenses poco distinguidos, un muchacho, educado y agradable, nos advierte de los usos y costumbres de la isla. Sobre el régimen de gratificaciones, informa: 'Los cubanos viven de las propinas'. Lo dice en un tono neutro, no le parece ni bien ni mal; es un hecho.

*

Viento perezoso y cálido; rumor de mar. La heroica isla duerme la siesta. 

domingo, 20 de enero de 2013

Póster

Por una feliz coincidencia la publicación de mi artículo sobre Trudeau ha coincidido con la llegada de su retrato enmarcado, que había encargado por Internet. Ha resultado ser un fiasco. Principiando porque hemos tenido que ir a recogerlo a la oficina de Fedex, que está en el quinto pino. Luego, he debido pagar cuarenta dólares de arancel —ciertamente no sé qué entienden los norteamericanos por libre comercio—. Pero el colmo de mi disgusto ha sido comprobar que me había equivocado con las medidas, y que en lugar de una foto de tamaño algo mayor que un folio, había comprado un póster de casi un metro de alto. A todas luces grotesco e inservible. Un hombre adulto no puede tener colgada de su despacho la foto enorme de su héroe, por muy estadista que sea. Así que habré de emprender, a la vuelta de las vacaciones, la engorrosa tarea de devolverlo y tratar de recuperar el dinero, o cambiarlo por uno más pequeño. 



viernes, 18 de enero de 2013

Un médico

El brote de cólera en La Habana nos obliga a vacunarnos de emergencia. Encontramos una clínica especializada en viajeros donde el viento da la vuelta y ahí que nos vamos. Llegamos al lugar y oh sorpresa. La sala de espera es cálida y acogedora. No nos hacen esperar más de unos veinte minutos y al entrar en el despacho del médico nos tenemos que restregar los ojos: hay dos butacas frente a una mesa noble y sapiencial. Hay diplomas colgados en las paredes, y estanterías con literatura especializada y fotos de la familia. Por primera vez nos sentimos en un consultorio de verdad, no como hámsters en el veterinario. Entra el doctor, con bata blanca, de piel oscura, tocado de turbante, con dos ojos fijos y redondos como dos enciclopedias. Por la forma del turbante M deduce que es sikh. Pero no osaremos preguntarlo. En Canadá nadie pregunta a nadie de dónde es, sobre todo si el acento o al aspecto indica un origen extranjero, porque sería casi como poner en cuestión su ciudadanía canadiense. El doctor Suri, que así se llama, elabora con eficacia un pequeño historial médico y nos regaña por haber olvidado la fecha de vacunaciones anteriores. Es severo, pero de vez en cuando hace una broma que te llena de orgullo infantil. (A M se la gana celebrando que escriba con pluma, cómo él). Dios mío, pensamos: un médico de verdad. Habíamos ido a vacunarnos del cólera y hemos salido con la vacuna para el hepatitis B y la antitetánica puestas. A mí todavía me molestan las banderillas que me ha clavado en los hombros. Al final, le hemos preguntado, tímidamente, si podría ser nuestro médico de familia (estamos hartos del otro). Nos ha mirado como un padre, deslizando su tarjeta en mi mano.

domingo, 13 de enero de 2013

Breaking news (Ikea monkey)

La parrilla televisiva en Canadá es prácticamente la misma que en Estados Unidos: un millar de canales inútiles, que sólo recorrerlo ocupa una hora. Los programas son de parecido jaez a los españoles, con no pocos formatos calcados, aunque sin esa espantosa proliferación de tertulias de la televisión española. M y yo sólo consumimos series, alguna película y los telediarios de la CBC. La Canadian Broadcasting Corporation es uno de esos toques 'british' que dan lustre al país. Es la cadena pública creada a semejanza de la BBC. Me gusta. Es rigurosa y cuenta con buenos profesionales, con Peter Mansbridge a la cabeza, una especie de Pedro Piqueras local. El problema es que, a veces, en Canadá, escasea el contenido. Parvedad de materia, lo llamaban mis viejos e inolvidados profesores jesuitas. La estructura tipo de un telediario canadiense es como sigue: abre una noticia climática, digamos, un tormentón en Terranova. A veces, no siempre, sigue una noticia parlamentaria, en la que dos señores muy educados intercambian pareceres en la Cámara de los Comunes. De vez en cuando se informa de alguna algarada o manifestación, casi siempre en Quebec. Algo de hockey, sobre todo ahora que vuelve la liga. Y para terminar, un reportaje sobre curiosidades científicas, avances médicos o algún nuevo patrón estadístico alumbrado. Pero lo que nunca falta es una abundante crónica de sucesos, del tipo 'reno se adentra en el downtown de Calgary'. Ayer por ejemplo, una pareja de jubilados habían sido estafados por un falsa compañía de retirada de nieve. Cómo evitarlo. Y hoy —aunque el asunto colea desde hace tiempo— el caso de un mono perdido en el aparcamiento del Ikea de Toronto. Al parecer el pobre animal se escapó de una familia de desaprensivos que lo tenían adoptado y le hacían todo tipo de putadas, como no cambiarle el pañal sino cada tres días. Total, que las autoridades se han quedado con el mono y lo han metido en un zoo (sanctuary, dicen en la tele). La familia está desconsolada y ha entablado un juicio por la custodia del primate, alegando parentesco y encariñamiento inenarrable. Hace meses que el pleito se sigue en los telediarios de máxima audiencia.

El mono se llama Darwin 






viernes, 11 de enero de 2013

Descubrimiento

Como M ya se encuentra mejor hemos salido a tomar el brunch en el mercado. Había muchísima nieve, pero el frío no era insoportable. La salchicha casera de Murray's es olvidable, por cierto. Luego hemos ido a la National Gallery. La araña de Louise Bourgeois, idéntica a la que hay en Bilbao, estaba muy divertida con gorro y mitones blancos. Cerraba hoy la exposición dedicada a la fotógrafa canadiense Margaret Watkins. Yo no me había fijado en ella, y la hemos visitado por iniciativa de M. Ha sido excepcional. Es increíble que esta señora no sea más conocida. Tiene una inteligencia y una sensibilidad extraordinarias. Y su historia, con su voluntaria reclusión en las brumas de Glasgow, es de lo más sugestiva. Vuelvo a casa rumiando un artículo largo.

lunes, 7 de enero de 2013

Winter blues

Será cierto que un paisaje es un estado del alma. El invierno ya no me enternece tanto como el año pasado. Quizá, sencillamente, es que una cosa es un poco de nieve, otra, mucha nieve, y otra muy distinta, una marea de mierda blanca. 

No podía dormir y subí al salón. Mientras me tomaba un yogur vi unas máquinas enormes tragarse la nieve en las aceras. Parecían versiones gigantescas de esos robots que caminan por Marte.

Esto es Canadá: Abrigarte hasta los dientes, salir a espalar o sacar la basura, dejarte cortar los pómulos por una navaja invisible, volver a casa, sacudirte la nieve, limpiarte del vaho de las gafas y decirle ufano a tu mujer: '¡Pues hoy no hace frío!'.

No por nada lo llaman General. Hay tanta nieve que las aceras parecen zanjas y las calles trincheras.