Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

domingo, 7 de octubre de 2012

Al lago (IV)

De lago a lago. En el que estamos ahora, el Moraine, quizá aún más bello que el Louise, con sus diez picos blancos claveteados en el agua. Tras un rato de paseo M segrega una lágrima stendhaliana, lo que da una idea. Llegados a un punto un letrero anuncia la obligación de caminar en grupos de cuatro para mantener los osos a distancia. No hay problema, una pareja de jubilados, Sandra y Dave, están esperando quien les complete la expedición. Echamos a caminar las dos parejas, y yo aprovecho para acribillarlos a preguntas sobre la provincia. Como era de esperar ambos trabajan, de manera más o menos directa, para la industria del petróleo. ' Y tenemos que compartirlo con el resto del país' dice Dave con cara de fastidio. Pero lo cierto es que, además de hacer patente su aversión por lo que ellos llaman 'Central Canada' —fruto de los intentos de los gobiernos liberales de los años ochenta por socializar las ganancias de la exportación de gas y crudo— no me cuentan nada que no sepa por mis lecturas. No quiero parecer un fantasma, pero me suele pasar que me preparo un viaje a conciencia, leo sobre la historia y la actualidad del lugar que voy a visitar, y luego resulta que sé mucho más que los autóctonos. Los autóctonos, de hecho, no saben nada de su país o región. No exagero. Le pregunto a Dave por la población de Alberta, y tras mucho dudar y consultar con su mujer, responde 'debemos ser unos ocho o nueve millones'. No Dave, macho, sois tres y medio. Y así. Pero son buena gente. La caminata es espléndida; ha llovido un poco antes y el olor a la pinocha es un cloroformo delicioso. El sendero se esfuma y entramos en un valle solitario, salpicado por una pequeña laguna: el Consolation Lake. La falda de la colina está cubierta por rocas que parecen meteoros; por ellas trepamos hasta llegar a la ribera. Al final llegamos a una gran plancha de piedra donde nos sentamos para tomar nuestro picnic. La conversación es banal, agradable. Sandra nos sorprende con una propuesta: 'Oye, tengo una idea; mañana es Acción de Gracias, y nos encantaría que vinierais a cenar a casa'. La invitación nos pilla totalmente desarmados de pretextos. Además, alguien me había comentado hacía poco que en Norteamérica es casi un insulto no aceptar una invitación a thanksgiving sin una buena razón para ello. Lo cierto es que mañana por la tarde estaremos en Calgary sin nada que hacer. La propuesta es simpática, calurosa, indeclinable. Está decidido. Aceptamos con mucho gusto. Lo contaremos aquí.


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