El tiempo intenta pasar sin ser visto, pero no siempre lo consigue. Esta mañana, una mañana de sol, esperaba a M frente a la oficina. Miraba el suelo, distraído. De pronto, la sombra de una hoja, que caía desde un árbol a mi espalda, se ha dibujado contra el suelo, meciéndose como el arco de un violinista. Durante unos segundos he seguido su trayectoria con la mirada, su pequeño vals solitario sobre el pavimento; luego la hoja, roja como un farolillo chino, se ha descolgado para unirse a su sombra justo a mis pies. Ha sido un momento de singular belleza, de esos que piden a gritos un significado. Lo comento, risueño, con M, que cree que la hoja me ha venido a buscar. Me mira en el pelo y me dice 'Te están saliendo canas, por cierto'. Las primeras.
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