Si de colores se trata, el otoño es otra forma de primavera. Desde hace semanas, cada tono posible de verde, amarillo, rojo y marrón se entrevera en las copas de los árboles. Según el día, la hora casi, el amarillo más parece oro, nácar o paja; el rojo, entre heráldico, cobrizo y borgoña. El verde a la fuga y el marrón, sereno y pardo, convocando legiones. La luz, un poco brillante. Qué curioso que la muerte vegetal se presente como un regalo para los sentidos, que sea alegre antes que fúnebre. Una entropía desplegada con infinita delicadeza, con infinitos matices. Su belleza consiste en extinguirse.
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