Ganó el Parti Quebequois, por poquito. Pero no
habrá, en mi opinión, ni un tercer referendo ni independencia para Quebec. A los nacionalistas se les ha enfriado el café. La tensión épica necesaria para una secesión no se puede
mantener indefinidamente, menos incluso si, bien mirado, el asunto no deja de ser una frivolidad. Parece que en Cataluña (ay) la independencia se propaga como una camiseta de moda. Es algo nuevo y excitante. No en Quebec, donde el soberanismo es mercancía rancia, ajada. Los que
intentaron la separación, por dos veces, son ahora abuelos haciendo de abuelos. Cierto es
que el apoyo al sí tiene un suelo sólido en torno al 35 % pero los del
PQ saben que es casi imposible armar una mayoría clara en un referendum.
Además el buen federalista Stephane Dion ya se aseguró de crear un potente
dique, la muy razonable Clarity Act, contra una nueva intentona. Sucederá lo siguiente: exigirán, en un tono desabrido, más competencias a Ottawa. Si se
obtienen se usaran para profundizar en su aislamiento; si no, tendrán en la
negativa el pretexto para caldear el ambiente. Darán una vuelta de
tuerca más a las leyes contra el inglés (la Loi 101, que tanto
dio de reir y de llorar a Richler). Quebec se hará un poco más pobre, y
los precios de la vivienda en Toronto subirán. El gobierno federal hará
bien en ignorar las baladronadas del PQ y en dejar que los tribunales,
que aquí se hacen respetar, frenen los abusos. Un sujeto atentó ayer a la salida del local donde celebraba la victoria el PQ. Mató a una
persona e hirió a otra. Mientras disparaba se le oyó decir algo así como
‘¡por fin se despiertan los ingleses!’ Un crimen patético que hubiera
causado una tremenda amargura al nunca suficientemente añorado Mordecai Richler.
No hay comentarios:
Publicar un comentario