Siguiendo la margen del río Rideau, por la parte de Ontario, a cincuenta kilómetros de Ottawa, está Merrickville, population 1,027. Es lo que llamaríamos un pueblecito mono, acicalado y algo cursi, como vestido de polisón. Por supuesto, nada que impresione a europeos resabiados como nosotros. Hay tres o cuatro calles, farolas floreadas, dos iglesias de piedra, casitas de madera con veranda, aceras pulidas, colmados de pitiminí y posadas cotorronas. El pueblo se formó al arrimo de la construcción del canal, que lo bordea con sus compuertas. Entre sus habitantes se cuentan acuarelistas, ceramistas, ebanistas y turistas. Hoy estaba especialmente endomingado y bullicioso; tocaba la feria de antigüedades 'and nostalgia'. A propuesta del jefe, hasta allí nos hemos llegado, en plan Mr. Pickwick y cuadrilla. Junto a unos pocos quincalleros había anticuarios con oficio, y si no tuviéramos ya nuestras necesidades de mobiliario bien cubiertas, algo habríamos comprado. Bueno, de hecho algo hemos comprado: unas cajas antiguas de madera para munición y explosivos; he pensado que podría poner ahí los libros más subversivos de la biblioteca. O una planta; quedaría bien. Luego hemos ido a comer a un restaurante algo alejado, en Oxford Mills, de nombre Brigadoon, atiborrado de ancianos. La dueña es fanática de los objetivos decorativos, los estampados de cretona y la Reina Isabel, retratada en múltiples fotos colgadas de las paredes del figón. Pisábamos feudo realista; un sitio puramente british, podría estar en Bath o en el otro Oxford. El jefe y yo nos hemos comido un filetazo de bisón, atlético y sabroso pese a ser de granja, que nos ha dejado satisfechos, e incluso realizados. Junto a nuestra mesa había todo tipo de cachivaches, incluida una postal de un bailaor y bailadora ejecutando no sé qué palo con remite de Sant Feliu de Guixols. Conversación grata. Una buena excursión, en definitiva.
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