Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 23 de julio de 2012

Y volver

Arrecia la tormenta y el nuestro ha sido el último avión en ser autorizado a aterrizar en Ottawa. Ha sido un alivio saberlo, porque tras quince horas de viaje, un desvío a Toronto o Montreal hubiera sido desesperante. Viajar en avión es un latazo, y en mí como en tantos otros, el miedo que nunca tuvimos a volar se va transformando en una aprehensión invencible a los aeropuertos. No tomar nunca más un avión, me digo con determinación y sin realismo, mientras aparecen, tras la ventana del taxi, los campos amarillos, tostados, prensados por el sol. Ah, así que también el verano tiene su paleta en Canadá. La hierba vuelta paja, el llano humeante, la calima implacable. Ya solo nos queda barrer las hojas y el ciclo será completo. Este mundo, que creímos siempre blanco, y luego siempre verde, y ahora está abrasado, me entristece. Noto que a M también. Este mundo que no sabe quienes somos y cambia sin consultar. Aunque la verdadera razón de nuestras melancolías es saber que con su política de tierra quemada el general verano se llevó también a nuestros amigos Nacho y Ana. Las golondrinas que no volverán. El paso del tiempo. Y el aturdimiento de no saber cual de tus sucesivas moradas habitas. Solemos pensar que el paso del tiempo es una tropelía porque la proa siempre avanza hacia la nada. Pero el mero hecho de que no se esté quieto -el tiempo- es ya un inconveniente. El cuerpo trajina sus órganos de un sitio para otro, sin consideración alguna; te desplomas macilento en el sofá de una casa cerrada que te cuesta reconocer como la tuya. Pero es peor la mente, el alma, el cerebro, lo que sea, que como la cabeza de una flecha suspendida en el aire se ha quedado quieta, o un poco rotada sobre su eje, y no reconoce nada y va dando tumbos de un lado para otro. M sigue sin recuperarse de su afonía. Salgo a buscar víveres bajo las espesas gotas de agua. El pie no encuentra el embrague, el volante se me hace extraño al tacto. Sí, volver es una pesadilla. Como el planeta que ha sido violentamente arrancado de su órbita y ha de ser traído a rastras con mil poleas. Pero a dónde. Todo movimiento es una violencia, ya lo dijo Aristóteles, y lo ideal sería estarse quieto. A la altura del semáforo noto que tengo ganas de llorar. Volver y abrazar a M. Esos momentos en que te das cuenta con nitidez cristalina que algo ha cambiado y el pasado se va bruñendo de época dorada. Moverse es una violencia. No tomar nunca más un avión. No irme, no regresar. Que no hay más verano, ni primavera, ni otoño. Invierno sí, la estación de la calma. No moverte es no recordar. Pero algo hay que comer y al menos las alegres muchachas del Sushi Joint me reciben con los brazos abiertos y nos invitan a la sopa misu. Luego vuelvo, cenamos y dormimos quince horas del tirón.


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