Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 24 de noviembre de 2012

Cartas canadianas

Hay escritores de viajes que en sus relatos hacen que la gente que se encuentran parezcan completos extraterrestres. Mienten, claro. Mentir es la tentación por excelencia del escritor. Yo no puedo. Fuente de algún defecto, y también de alguna virtud, es no tener una sola gota de imaginación en mi cabeza, razón por la cual jamás podré escribir una novela ni ser un nacionalista. No me puedo engañar sobre lo que veo. Y allá donde voy sólo veo cosas semejantes, humanamente semejantes. Es una desventaja en un mundo donde el elogio de la diversidad forma parte de lo políticamente correcto. Yo, en cambio, creo que todos los hombres (¡incluso si son mujeres!) son variaciones infinitesimales de un mismo ser humano, y todas las sedicentes naciones son poco más o menos la misma comunidad política enfrentada a los mismos problemas. ¡Oh, ah, oh! Sí, hijos míos, qué le vamos a hacer. Pero esto no reduce en un ápice mi curiosidad por la especie a la que pertenezco ni me impide apreciar esos márgenes incrementales, esa porciúncula de diversidad realmente existente, con la mirada serena y analítica de un miniaturista. 

Sirva lo anterior como reserva general a lo que sigue:

¿Cómo son los canadienses? Tras un año de observar numerosos ejemplos individuales es seguro hacer unas generalizaciones. En primer lugar son gente amable. Desde que estamos aquí no he tenido ni un altercado con ellos, y si alguna fricción ha habido ha sido por mi propia irritabilidad ibérica. Es gente discreta, centrada, liberal, poco dada a los excesos. Su amabilidad se sitúa siempre dentro de los límites de la buena educación, lejos de la invasiva simpatía de los estadounidenses. Alguna vez te interpelan en la cola del supermercado, o en la calle, con una confianza que entre europeos que no se conocen es inusitada, pero nunca con insistencia o reiteración. Se mueven por el espacio (el territorio sale a muchos metros cuadrados por persona) con holgura; esa amplitud les protege del estrés. Han entendido las virtudes del igualitarismo sensato. Imposible que en Canadá surgiera una derecha lunática como en Estados Unidos; tampoco una izquierda populista. A fuerza de vivir en un país que invita al ejercicio físico y en cierta medida lo exige, los canadienses son algo más saludables que el resto de angloamericanos. Sienten un razonable orgullo por lo que han construido y no les impresiona nada la vana presunción de sus vecinos de vivir 'in the greatest country on earth'. No tienen más que cruzar la frontera y visitar Detroit para saber quién domina mejor el arte de la vida buena. Pero tampoco los desprecian. Como en todas partes, hay un poco de chovinismo, consistente en dispensar moralina al resto del mundo ('the world needs more Canada' se puede leer en las paredes de Chapters, la cadena de librerías más importante del país) pero es un engreimiento que sólo opera a determinados niveles. Sosiego, refugio, cordialidad, un poco de melancolía infligida por el paisaje. 'Peace, order, and good government' dice su constitución. Es un objetivo más realista que la búsqueda de la felicidad que Jefferson inscribió en la declaración de independencia. La felicidad ya la traerá el buen gobierno, deben de pensar. No tengo queja, no les veo doblez ni aristas. Me gustan. Canada, no cambies.





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