Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 9 de noviembre de 2012

Revoluciones

Ayer se cumplió exactamente un año de nuestra llegada a Canadá, y, como en un bucle, M y yo caminamos sobre el cerco casi perfecto de nuestras pisadas. Con precisión celestial todo cuanto vivimos hace doce meses se repite. Esta noche iremos a la feria gastronómica de Ottawa, que fue nuestro primer plan hace doce meses; la semana que viene se celebra el festival de cine europeo, donde nos dimos a conocer en sociedad. El ciclo por excelencia, que es de las estaciones, también se completa. Esta noche, la primera helada. El general invierno por fin ha desembarcado. El sol sigue ahí pero ya no calienta, como si fuera el decorado de fondo de una opereta. El termómetro en la cocina indica que el mercurio navega por debajo del cero, el número antinúmero que inventaron los árabes. Los próximos meses la palabra 'frío' no será suficiente, y hablaremos de sutiles variaciones de temperatura, usando un lenguaje cada vez más técnico, para describir de manera precisa la textura metálica y cortante de los días. 

Hay algo de tranquilizador en el preciso mecanismo de la vida —la vida cósmica—, dando largas y serenas vueltas al sol. Uno llega a pensar que lo nuestro, la angustiosa creencia de que caminamos en línea recta hacia un cero absoluto, es lo complicado, y lo fácil sería dejarse llevar por este balanceo astrológico. Al mismo tiempo uno sabe que sin esa angustia, sin esa violencia que un día nos hizo arrancarnos del tiempo natural, nada se habría conseguido.

Mientras sorbo café, mientras miro el mercurio que no llega al muy humano cero y la primera escarcha en el jardín, concluyo que no ha sido un mal año.

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