Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 2 de marzo de 2012

Está roto (II)

Ayer me desperté con un fuego en la pierna y pidiendo furiosamente morfina. Me costaba un poco que acudiera una vestal con la inyección redentora. Ninguna de ellas sabía decirnos cuándo me iban a operar, y aunque ello podría no ocurrir en varios días, me aconsejaron no salir de la clínica. Para entonces mi tobillo ya estaba uncido a una férula hipermoderna de quita y pon. En esas estábamos, entre el sopor y la charleta, cuando nos anunciaron vía libre para operar en dos horas. Albricias. Seis horas después descendí a los avernos quirúrgicos, dónde discutí con el anestesista la distintas modalidades de dormición: general o de cintura para abajo. Un hombre joven y saludable como yo, me indican, tiene tantas posibilidades de tener una complicación derivada de la anestesia general como de que le parta un rayo. La posibilidad de no enterarme de nada me sedujo, porque uno tiene pocas chances en esta vida de mandar callar a la conciencia un rato. Recuerdo haber pedido algún tipo de explicación adicional. Y ya no recuerdo más ná. Tuve un maravilloso despertar -¿un minuto, un hora, un siglo después?- en el que primero los ojos se abrieron y en intervalos de cinco segundos las piernas y los brazos acudieron. Pregunté algo. El cirujano me dijo que lo mismo le había preguntado cinco veces antes pero que con gusto volvería a responder otras cinco. Tenía el pie enyesado hasta la rodilla. Me habían colocado dos placas de metal y ocho esquirlas, pero no me dolía nada. Un bálsamo maravilloso ahuyentaba el dolor. Me sigue pareciendo asombroso este apagón quirúrgico de la mente, tan dulce y espectacular. Pienso que los filósofos deberían venir a los quirófanos a discutir el problema cuerpo-alma con los especialistas. Estaba de buen humor cuando me subieron de nuevo a la habitación, donde me esperaba mi ángel custodio. Pude cenar algo. Y dormir dulce con la pierna y la mente embalsamados. Por la mañana, mientras M arreglaba los papeles del seguro, dos rubias amazonas me adiestraron en el uso de las muletas. Al tercer día volví a casa. Vi de nuevo las escaleras traidoras. Y me dije que a partir de ese momento bajaría todas las escaleras de mi vida como las subía mi abuela.

No hay comentarios:

Publicar un comentario