Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 3 de marzo de 2012

Está roto (III)

Crece la sospecha de que la mano amiga y poderosa de un médico que, de pura casualidad, cenaba con el jefe el día de la caída, me hizo saltar varios turnos en la cola para ser operado. El cambio de cirujano en el último momento legitima la suposición. De de ser así, he comprobado en mi propia experiencia que el igualitarismo de la sanidad canadiense es un mito podrido. Algo que yo ya había visto en esa gran película de Denys Arcand. Una enfermera se abre paso por el pasillo mórbido y populoso de un hospital hasta la cama de Rémy, un viejo socialistón que presume de haber votado a favor de la nacionalización de la sanidad y quiere ahora ser consecuente con sus actos. Hasta que llega de Londres su odiado hijo yuppie y compra a los sindicatos del centro una planta entera para su padre. De manera que un sistema que pretende ser ejemplarmente público termina siendo un sistema dual, con pacientes ricos y pacientes pobres, igual que cualquier país en el que, de entrada, se admitiera, sin hipocresías, esa posibilidad. Y eso sin contar que los ricachos siempre pueden cruzar la frontera y tratarse en las clínicas privadas de Estados Unidos, prohibidas en Canadá. Pero esto que acabo de decir no es del todo cierto, como nos explicaba Chris: "Es un mito que en Canadá no exista la medicina privada. De hecho, casi todos los médicos son profesionales por cuenta propia. Lo que ocurre es que tienen prohibido cobrar a sus pacientes. Salvo las pocas atenciones no cubiertas, cobran al Estado o a la provincia directamente. De modo y manera que tenemos lo peor de ambos mundos: la ineficiencia de lo público y el corporativismo de los médicos particulares, que a través de los sindicatos presionan para elevar las tarifas. El 75 por 100 del gasto médico se destina a pagar sus salarios." Podríamos decir que los médicos en Canadá son como los notarios en España: ejercientes privados de funciones públicas. Por lo demás, uno no puede acudir a un especialista directamente. Ha de ser derivado por un médico de familia obligatoriamente. Las listas de espera son larguísimas, salvo que, como yo al parecer, uno tenga conocidos. Y aunque todos sepan que el sistema no funciona, nadie, ni siquiera el gobierno conservador, hará nada por cambiarlo, porque en Canadá la sanidad pública es un tótem, y su reforma, un tabú. (Menuda frase me ha quedado).

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