Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

martes, 26 de junio de 2012

Los de la Iglesia

El domingo pasado recogimos esta carta del buzón:

Junio 16, 2012


Estimados Vecinos Magdalena y Juan,

Nosotros, sus vecinos en la iglesia al lado, tenemos de nuestra afectación a Madrid (1991-1995) una botilla de Vega Sicilia 1985, que es en peligro de ser demasiado viejo.

Sería un placer compartir esta botilla con ustedes. Por ejemplo, pueden ustedes venir este jueves, junio 21, tomar un vaso a las 18:30 horas?

Saludos cordiales

Brian

Brian y Marie-Rose
13 Crichton. 
(613 872 0451)

Respondiendo a tan simpático ofrecimiento, repicamos a la hora convenida en la aldaba, con una de las famosas tortillas de M en la mano. La iglesia en cuestión es un pequeño templo protestante de ladrillo rojo y reconvertido en vivienda. Está pegada a nuestra casa —la copa de un manzano de su parcela da sombra a Little Ibiza—, aunque la puerta da a otra calle. Salió a abrir Brian, señor menudo y enjuto; pulcros y breves mechones blancos y ojos brillantes como canicas. Según averiguamos, es un antiguo diplomático canadiense, veterano de la guerra del fletán; conserva un castellano rugoso y efectivo, aprendido en sus puestos en Madrid y Montevideo, ciudad ésta donde el matrimonio tiene sus cuarteles de invierno. Habla con verdadero cariño de España. Es curioso, pero explicable, que un país tan áspero como el nuestro deje siempre tan buen recuerdo a los extranjeros. Pero no nos desviemos. La nave de la iglesia es un espacio despejado y revestido enteramente de madera; en el lugar del coro hay máquinas de hacer gimnasia, y donde uno esperaría la sacristía, el dormitorio, el cuarto de baño y el gabinete; hacia la mitad hay una cocina americana, con mesa de comedor, y enfrente unas butacas y un tresillo. La salmodia ha dado paso a una música jazzy; los reclinatorios a muebles ampulosos y tapizado de cretona, un poco como un loft decorado por la abuela. Es raro, justo de luz, pero no siniestro. Las vidrieras están muy limpias, en colores primarios fuertes. Compraron la iglesia no sé cuando y hay un piso bajo alquilado a unos muchachos, al parecer ruidosos. Marie-Rose es una señora comedida, vestida de verano, de aspecto algo triste, como convaleciente. Habla también un buen español y es culta. Resulta que es belga, lo que me da pie a insinuar una de mis interpretaciones de Jacques Brel, un rompehielos infalible. Saca de la nevera una crema helada de aguacate, y yo detesto el aguacate, pero me lo tomo bajo la mirada atenta de M. Brian decanta el Vega Sicilia, que cae como un oro de cereza y entra con su típico sabor a Stradivarius, ácido en la punta de la lengua. Hay libros desparramados y eso nos permite hablar de lecturas y cambiar recomendaciones. Brian está leyendo El Quijote, en castellano, por tercera vez. Palabras muy duras hacia el gobierno conservador de Harper. Pasa una hora y media sin excesiva dificultad. Salimos un poco turbados por el vino cuando el cielo ya pregonaba la tormenta. Como ciervos que se acercan curiosos, en tímidos círculos, siguen entrando en nuestras vida nuevos rostros y nombres.

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