Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 16 de junio de 2012

Pow wow

Agustí nos ha regalado hoy una experiencia impagable: nos ha llevado a un pow wow, que es, en síntesis, una reunión pública de indios, no muy distinta de nuestras romerías, pero en círculo y con mucha percusión. La cita era en un prado a las afueras de Ottawa. 'Ya no estamos en Canadá. Esto es tierra algonquina' nos advierte Agustí, bajando el tono. 'Hay pow wows de varias clases: celebratorios, de preparación de la caza o de la guerra, rituales, funerarios. El de hoy es familiar y abierto al público'. Léase: para turistas. Pagamos una entrada de veinte dólares, nos estampillan el dorso de la mano, y entramos en el recinto. Un graderío cerca un espacio circular y hay puestos de buhonero, aunque no precisamente de baratillo, esparcidos en los alrededores. Como lo que tenga que empezar no ha empezado todavía, damos una vuelta por los expositores, a ver si hay alguna pulsera o collar bonitos. Yo me quedo muy contento de comprar una History of the North American Indian Wars que ya me leeré. Agustí nos comenta que los algonquinos son los anfitriones, pero que otras tribus han sido invitadas; así los mohawks, iroqueses, cree, etc. La cosa tarda en empezar así que los cuatro —Agustí, Derek, M y yo— pedimos una hamburguesa de búfalo (será de bisonte, le digo al que atiende, que no se da por enterado) que nos dan en un bollo frito. La carne es dental, indigesta, magnífica. Al parecer solo los indios tienen el privilegio para cazar bisontes, y por ende, de comer hamburguesas de bisonte cuando quieren. Hay tiempo de mezclarse con la concurrencia. La mayoría de los asistentes son indios, claro. Tienen la piel oscura, los ojos rasgados, los pómulos altos. Las mujeres llevan el pelo negrísimo anudado en una larga cola de caballo o en trenzas. Quien más quien menos, todos tienen problemas de sobrepeso. La diabetes —padecida en mucha mayor proporción que los europeos por inadaptación del organismo a nuestra porquería de dieta hiperglucémica— hace estragos en la población indígena. El animador del evento nos convoca por megafonía. El sol castiga las gradas, los pocos espacios de sombra ya ocupados. Nos sentamos e inmediatamente comienzan a sonar los tambores y un murmullo de voces mugiendo. Es como un cante jondo, pero yo diría que con poco duende. Nos piden que nos pongamos de pie para recibir a los veteranos. Entonces comienza un desfile que no comprendo. Una guarnición de first nations portando las banderas de la ONU, de la OTAN, de Canadá, de Estados Unidos y de la Nación mestiza (negra con un símbolo de infinito sobreimpreso). La verdad, no esperaba ver la bandera de la OTAN en un pow wow. Luego, por fin, empieza la fiesta, y tras un primer rondo ejecutado por los más avezados, el animador, cuyas bromas no terminan de funcionar, invita a las familias a saltar a la pista. Bajan unos pocos y se ponen a bailar, sin orden aparente. Un poco a lo Chiquito de la Calzada, pero con brío y algún espasmo. Todo es patético y medianamente pintoresco, alternándose los indios empenachados con vistosas coronas de plumas, y vestidos con lujosos cueros, con los que van en sandalias y camiseta, los abuelos con los chavales. El espectáculo es monótono, fallido. Cunde la decepción entre el público. El animador se apercibe de que la cosa decae y se excusa 'Vamos hombre, ya sé que esto no es cómo el año pasado. Este es un pow wow familiar, con los recortes no nos daba para más'. Los tambores suenan como un taladro. Es el tipo de música que desata mi eurocentrismo (¿en qué universo este tam tam obstinado podría tener el mismo valor que un cuarteto de cuerda?) Pero lo más sorprendente es girar la cabeza y darme cuenta de yo, el euro céntrico soberbio y descreído, soy el que mejor se lo está pasando. A M le ha entrado una risa nerviosa y Derek está visiblemente hastiado. Agustí, que lo sabe, nos invita a concluir nuestra vista a la tierra algonquina. Yo me hubiera quedado un rato más y pido que conste. Todo esto da mucho que reflexionar pero lo haremos otro día. Baste apuntar ahora que la hamburguesa estaba de miedo y que el resto me ha dado mucha pena.

P.S. N me informa de que los bisontes ya se crían en granjas. Así, que lo correcto es decir que sólo los indios disfrutan de hamburguesas de bisontes salvajes


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