Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

miércoles, 22 de febrero de 2012

El deshielo (miércoles de ceniza)

Canadá está triste. El invierno metafísico termina. La nieve se funde, las calles se embarran. El río rompe sus costuras de hielo y se empieza a desperezar como una momia saliendo del sarcófago. Ayer un brazo de cuarzo, hoy una serpentina de mica que el tibio sol de febrero exfolia con la mirada. No lo hace solo: recibe ayuda. Esta tarde, paseando por la ribera al salir de trabajar, me ha estallado en los oídos un petardeo estruendoso: eran los ingenieros municipales, provocando voladuras en la superficie del río, al objeto, me explican, de evitar inundaciones por un deshielo incontrolado. La gente se arremolina en la margen para escuchar la alucinante mascletá. Poco a poco, a trompicones, el río de Heráclito vuelve a fluir. Lo están desfibrilando con dinamita. Observo todo esto con una aguda punzada de melancolía. Echo a faltar el frío homicida de primeros de año, glacial y glorioso, cuando pasear por el barrio era como lavarse la cara con vodka. El de hoy era un frío normalito, mesetario, sin garbo. Un frío bah. La gente lo comenta asombrada: el invierno más corto del siglo, dicen. ¡Dónde se ha visto un febrero a seis grados de temperatura! Noto que mi decepción es también la suya: a los canadienses, su invierno demoledor y los ritos asociados les llenan de orgullo; sus quejas son puro fingimiento. A mí me entristece este final prematuro de la estación y maldigo todas las tardes que no hemos salido M y yo a pasear y respirar ese gozoso oxígeno de hielo. Como un niño que no quiere que el recreo termine, ando pidiendo veinte, diez, cinco minutos más de invierno, por favor. Habrá más nevadas, hasta entrado marzo, me consuelan los amigos, pero serán mezquinas propinas, vahídos de pulmones pusilánimes. Es la ilusión del tiempo detenido que se quiebra; la tregua, que termina; la guerra que retoma su rutina de luz inclemente; la nieve que se adelgaza, todos los días, poco a poco, como un enfermo terminal. En fin; es tristísimo comprobar cómo también los copos se marchitan. 
    Le comento todo esto a M, que está en Barcelona, por teléfono y zanja la cuestión sin miramientos: 'Bueno, ya tocaba'.


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