Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 20 de febrero de 2012

Ratolins

Estoy tardando mucho en contar lo del ratón. De ello hace por lo menos tres semanas. Lo contaré ahora. Me había levantado un poco antes que M y había sacado los cubos de la basura al garaje, todos menos uno, porque ya no tenía manos. Me fui en silencio. Estaba reunido cuando timbró el móvil. Era M, que hablaba con una voz que no supe interpretar si doliente, enfadada o hiposa, consternada en cualquier caso. Me alarmé. '¿Qué pasa?'. 'No es grave, no es nada. No hace falta que vengas ni que te preocupes. Ya está controlado. Ha aparecido una rata, un ratón, no sé, muerto en el fondo del cubo de basura que no te has llevado esta mañana. Cuando he ido a retirar la bolsa, he visto algo ahí, pensé que era una cáscara, la piel podrida de algo. He estado a punto de cogerlo con la mano. Dios qué asco'. Sí, qué asco; era nuestro primer incidente de este tipo y, aun totalmente apenado por M, reconozco que, medroso y miserable marido, un soplo de alivio me esponjó el corazón sólo de pensar que por poco no había sido yo el levantador del cadáver, mezquindad que enseguida dio paso al sentimiento de culpa por no haber compartido el trance con M. 'Siempre me habían parecido tontas las escenas en que a alguien le entra un ataque de histeria al ver un ratón, en los dibujos y en las películas. Te aseguro que es exactamente lo que pasa. Habré estado un minuto gritando en el salón'. '¿Y luego?' 'He metido el cubo entero, tal cual, en una bolsa grande de plástico y lo he sacado al porche. Cuando vengas te lo llevas, por favor. Yo voy a comprar veneno ahora mismo'. Y así hice. La crisis del ratolí quedó asociada rápidamente a algo que había pasado la víspera, cuando M nos habíamos detenido a mirar en puro éxtasis un hermoso pájaro, quizá un halcón, de alas pardas, arenosas, que había hincado sus garras sobre una de las dunas de nieve del jardín, como el capitán que toma una colina sin oposición. Al aproximarnos para fotografiarlo  echó a volar soltando lo que antes había quedado oculto: el cadáver de otro animal, quizá una urraca. Fue una visión bastante repelente. 'Mira, entre lo del pajarraco de ayer y el ratolí del hoy, estoy un poco afectada. Un incidente animal más y nos mudamos al centro a un apartamento. Y ya puedes recoger todas las migas que vas dejando por ahí'. El incidente del ratolí me ha hecho pensar. ¿Qué atávico resorte de nuestra naturaleza nos hace temer a un insignificante ratón de campo, o a una araña, y no, por ejemplo, al microondas o a un camión, entes potencialmente mucho más peligrosos? Por lo demás, queda al descubierto lo superficial e ambivalente de mi idilio con la naturaleza. La naturaleza, los arbolitos, el mundo animal, es principalmente esa vieja homicida que hocica en el cubo de la basura. Trataré de recordarlo la próxima vez que me ponga lírico.

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