Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

martes, 22 de enero de 2013

Antillana (II)

Primer baño. Una pequeña decepción al reparar en que, técnicamente, las aguas son atlánticas y no caribeñas. El mar está salado, resacoso, no muy frío, pero tampoco tan cálido como esperaba. Corre un viento algo molesto —el viento no sale en los folletos turísticos—, pero M y yo nos negamos a admitir que no todo es perfecto. Son nuestras vacaciones, el sol todavía no ha tomado la pendiente y yo me llevo mi segundo mojito a los labios. En el hotel los sirven con angostura y muy cargados de azúcar. A mí me gustan fragantes y hasta arriba de hierbabuena. M ha descubierto la piña colada, que es una golosina temible. 'Es curiosa esta forma de divertirnos que nos hemos inventado los humanos'. Y tanto, y a menudo nos parece que inmoral, como lo parece el ocio frívolo por el que se paga quizá demasiado. Pero con un libro en la mano el tiempo siempre está bien empleado y no hay que fustigarse. Así que los dos leemos a la sombra de un cocotero. Ella Lolita (luz de mi vida, fuego de mis entrañas) y yo las memorias de antes de que anochezca. Mi lectura es ampliamente más obscena que la suya. Humbert Humbert no tiene nada que hacer frente a la sexualidad desaforada del guajiro Reinaldo Arenas. Ahí lo tengo, en su Holguín natal, comiendo tierra, conjurando la lluvia, guardando turno con los demás chavales para templarse a la yegua, todo ello bajo la poderosa égida de su abuela, señora que 'orinaba de pie y hablaba con Dios'.

'...llegaba hasta el pozo y veía el agua cayendo sobre el agua; miraba hacia el cielo y veía bandadas de querequetenses verdes que también celebraban la llegada del aguacero. Yo quería no sólo revolcarme por la hierba, sino alzarme, elevarme como aquellos pájaros, solo con el aguacero. Llegaba hasta el río que bramaba poseído del hechizo incontrolable de la violencia. La fuerza de aquella corriente desbordándose lo arrastraba casi todo, llevándose árboles, piedras, animales, casas; era el misterio de la ley de la destrucción y también de la vida. Yo no sabía bien entonces hasta dónde llegaría aquella carrera frenética, pero algo me decía que yo también tenía que lanzarme a aquellas aguas y perderme; que solamente en medio de aquel torrente, partiendo siempre, iba a encontrar un poco de paz'.






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