Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

miércoles, 23 de enero de 2013

Antillana (III)

Supongo que a bastantes turistas de resort les debe de entrar la tentación de salir a ver la llamada Cuba real. Hace diez años yo sentí ese impulso bienintencionado. Habíamos venido un grupo de la facultad en uno de esos viajes que se dicen 'de ecuador', promediada la carrera universitaria. Tras un par de días de aniquilamiento espiritual en la barra de la piscina, tres amigos alquilamos un todoterreno y atravesamos la isla de Norte a Sur. Hicimos alto en Cienfuegos, Santa Clara y Trinidad. Recuerdo una carretera enorme y abombada que más parecía una pista de aterrizaje y que quizá lo era. Casas pequeñas, tiendas cerradas, herrumbre en fábricas desiertas, jóvenes caminado en los arcenes, algunos pocos coches destartalados; gente que tendría aspecto de estar esperando si tuvieran algo que esperar. En aquel viaje no nos matamos de milagro. En el camino de regreso, los ciclistas llevaban una antorcha encendida incrustada en la parte trasera del sillín, para poder así ser vistos en la infinita oscuridad de la noche cubana.

Más modestamente, las cortinas de la burbuja también pueden entreabrirse pegando la hebra con el personal del hotel. Los cubanos son orgullosos y extrovertidos. Sorprende la pureza de su español, vasto y meloso. Un camarero me informa que el minibar será surtido cada mañana; otro que vigilemos nuestras pertenencias; pido una toalla y el encargado de la piscina me advierte que debo retornarla, pues se trata de un implemento del hotel. Palabras con lustre que se usan poco en España. Todo esto te lleva a pensar que, quizá, de todos los mitos que administran los narradores de la revolución cubana, el que defiende el legado educativo sea el menos objetable. Y los cubanos tienen el empeño de seguir educándose: Maileen, la única peluquera del hotel, toma tres autobuses tres días a la semana para ir a La Habana a titularse como 'cosmetóloga'. Todo lo que gana lo invierte en su casa. Ahora ya tiene azulejos suficientes para alicatar el baño, mañana irá a otra ciudad porque alguien le puede vender barato un teléfono. Nos comenta que los españoles somos muy elegantes, no como los canadienses, y que en Cuba se ven muchas series españolas por televisión. 'Nos partimos de risa, ustedes dicen 'joder' y ya no hase falta más nada'.

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