Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 18 de enero de 2013

Un médico

El brote de cólera en La Habana nos obliga a vacunarnos de emergencia. Encontramos una clínica especializada en viajeros donde el viento da la vuelta y ahí que nos vamos. Llegamos al lugar y oh sorpresa. La sala de espera es cálida y acogedora. No nos hacen esperar más de unos veinte minutos y al entrar en el despacho del médico nos tenemos que restregar los ojos: hay dos butacas frente a una mesa noble y sapiencial. Hay diplomas colgados en las paredes, y estanterías con literatura especializada y fotos de la familia. Por primera vez nos sentimos en un consultorio de verdad, no como hámsters en el veterinario. Entra el doctor, con bata blanca, de piel oscura, tocado de turbante, con dos ojos fijos y redondos como dos enciclopedias. Por la forma del turbante M deduce que es sikh. Pero no osaremos preguntarlo. En Canadá nadie pregunta a nadie de dónde es, sobre todo si el acento o al aspecto indica un origen extranjero, porque sería casi como poner en cuestión su ciudadanía canadiense. El doctor Suri, que así se llama, elabora con eficacia un pequeño historial médico y nos regaña por haber olvidado la fecha de vacunaciones anteriores. Es severo, pero de vez en cuando hace una broma que te llena de orgullo infantil. (A M se la gana celebrando que escriba con pluma, cómo él). Dios mío, pensamos: un médico de verdad. Habíamos ido a vacunarnos del cólera y hemos salido con la vacuna para el hepatitis B y la antitetánica puestas. A mí todavía me molestan las banderillas que me ha clavado en los hombros. Al final, le hemos preguntado, tímidamente, si podría ser nuestro médico de familia (estamos hartos del otro). Nos ha mirado como un padre, deslizando su tarjeta en mi mano.

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