Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 25 de enero de 2013

Antillana (V)



La Habana está igual que en mi recuerdo: bella, derelicta y pordiosera, a medio camino entre Beirut y Sarajevo. Qué fascinación, qué embotamiento produce. Una de esas ciudades que has de recomponer en la mirada, pensando a cada paso el oscuro vínculo entre decrepitud y belleza. Su riqueza arquitectónica es despampanante. En La Habana latía el corazón de América, se nota. Hoy es una Atlántida colonial. Hay columnas en todas las calles, columnas pintadas que dejan en penumbra las aceras y sostienen como pueden la ciudad, negándose contra toda lógica a desplomarse. Revoques, balaustres, cornisas: todo suspendido a media caída. Hay como un atlante benévolo que la apuntala para ti. Está esa tontería que se dice tan a menudo: hay que ir a Cuba antes de que se muera Fidel. Será una tontería, pero es verdad. Es toda una experiencia haber visto Habana antes del Starbucks y la sucursal del Banco Santander, que inevitablemente vendrán. A Cuba se le pide que se quede tal y como está, en la mierda, cinco minutos más. El trato es humillante para los cubanos, pero no es esa la peor de las vejaciones que soportan, y al menos, se cobran bien el espectáculo. Puedo ver ese delirio en los ojos de M, que está emocionada. Si es que es una ciudad casi mediterránea; el Paseo del Prado, que es una pura rambla catalana. ¡Y esos coches, tan vintage que que hay que llamarlos automóviles, con todas las letras, esas tartanas prodigiosas! Por la calle Obispos vemos unas pocas tiendas: una cafetería, una ferretería, un modesto supermercado. Podrían parecer signos de actividad económica embrionaria. Quiá. En Cuba todo lo que tiene un mostrador y una maquina registradora es propiedad del Estado; los camareros que trabajan en los bares son todos funcionarios. Ellos mismos se encargan de aclarárnoslo. Parece que el gobierno va a permitir el trabajo por cuenta propia, en ciertos sectores. También se ha habilitado la compraventa de casas (hasta ahora sólo se podían permutar): por ahí está entrando el dinero de Miami. El gobierno autoriza a tener un pasaporte y salir de la isla, aunque las restricciones son muchas, por miedo a la fuga de cerebros. La razón última de todas estas tímidas reformas es que la economía es un desastre. En Cuba sólo funcionan dos industrias: el turismo y el Che Guevara. Con esto y el petróleo de Venezuela han ido tirando. Pero la cosa no da más de si y el pragmatismo se impone poco a poco. Caminando hacia el hotel por el malecón, largo muslo de multa, se puede leer en los muros que cercan los descampados, en colores muy briosos, 'Año cincuenta y cinco de la Revolución. Seguimos adelante'. Me pregunto cómo demonios se puede llamar revolución a algo que dura cincuenta y cinco años.


*


El Floridita (de la infecta Bodeguita ni hablemos) estaría bien si todavía fuese un bar. Obviamente lo interesante no es ir al bar donde iba Hemingway cuando estaba en La Habana, sino al bar al que hoy iría Hemingway en la ciudad a la que hoy iría Hemingway.

1 comentario:

  1. Veritablement, caldria emmarcar el teu raonament sobre Hemingway.

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