Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 26 de enero de 2013

Antillana (VI)

La pregunta que hice a I:

—¿Y cómo es que no hay una primavera cubana?
—No pueden. No tienen tiempo. Se pasan todo el día resolviendo.

Resolver es buscar un bujía, agenciarse un frasco de aspirinas, encontrar transporte, recoger algo de comida y, en general, conseguir aquello que hace falta o que se espera revender con beneficio. En Cuba hay un numerus clausus de cosas en circulación y los resolvedores te las consiguen.

—La vida es para ellos la lucha, y cuando me estreso me dicen, 'no cojas lucha gallego'.

¿La revolución se hizo para esto? Los Castro tienen un país talentoso y fértil viviendo de las propinas, de lo que envían los parientes de Miami y de la caridad bolivariana. Insisto. ¿Ha valido la pena? Para la gente de izquierdas, de mi generación y la generación anterior a la mía, sacar el saldo neto a la revolución cubana ha sido una preocupación obsesiva. Cuba era la última oportunidad de rescatar al socialismo realmente existente de su desgracia moral y aliviar de este modo la mala conciencia de la intelligentsia europea que lo apoyó con pertinacia. Ejemplo de ello es la invocación del extendido mito de la sanidad y la educación cubanas, haberes que habrían de compensar el monstruoso debe de la dictadura. Es indiscutible que el índice de alfabetización en Cuba es propio de países del tercer mundo, pero se me ocurre que la formación universitaria de calidad sólo puede hacer el retraso y la falta de libertad más lacerante. Es, por otro lado, una broma que haya excelentes médicos en la isla operando sin tiritas. Valiente revolución ésta.

'La diferencia entre el sistema comunista y el capitalista es que, aunque en los dos nos dan una patada en el culo, en el comunista te la dan y tienes que aplaudir, y en el capitalista te la dan y uno puede gritar; yo vine aquí a gritar.' (Reinaldo Arenas, al poco de escapar de Cuba).

*


El Tropicana. Váyase. Si te sientas en una de las mesas del final, ves el espectáculo. Si te sientas cerca, ves las nalgas. Lo más recomendable en estos cabarés es enamoriscarte de una de las bailarinas al principio, seguirla con la mirada toda la noche, e invitarla a vivir en tu memoria. Al final subimos todos al escenario, y hasta M y yo bailamos. Nuestra timidez para el baile siempre me ha parecido el peor de los pecados. Oigo a Nietzsche regañarnos: 'un día sin baile es un día perdido'.



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