Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 28 de enero de 2013

Antillana (y VIII)

En nuestro último día en La Habana tomamos una calesa para turistas. M y yo somos feroces partidarios de calesas, coches de tiro, autobuses y trenecitos turísticos. Nuestro guía, que nos enseña un descolorido carné de funcionario de la oficina del historiador de la ciudad, riega de anécdotas y datos el trayecto. Al final del recorrido, conforme a un pacto tácito entre locales y turistas, se toma un mojito con nosotros. El barman le dará luego una comisión. Le pregunto si tiene conocidos que se hayan hecho españoles últimamente, aprovechando la última reforma legal. Cala una sonrisa y saca su propio pasaporte español del bolsillo. (Luego supe por I que el registro civil del consulado concede la nacionalidad española a setenta y cinco cubanos al día). 'Yo con esto entro y salgo cuando quiero', dice nuestro amigo. Yo me alegro de este viaje de ida y vuelta para tantos cubanos. Pero el pasaporte no es meramente instrumental. Hay en Cuba una simpatía no fingida hacia España. Cuando un cubano te habla de la 'Madre Patria' no parece estar totalmente de cachondeo. Otra cosa es la actitud del régimen, que, antipatía obliga, no pierde oportunidad de mantener cabalmente informados a los isleños de los infortunios de la ex-metrópoli: un taxista nos comenta, '¿y no es sierto que Mariano Rajoy afronta tremendos casos de corrupsión? A veces la propina nos la quieren dar a nosotros. Pero hasta en esa hostilidad se nota el inevitable parentesco, mucho más vivo que en otras partes de América.

Cenamos en uno de los balcones de El Patio. El restaurante está alojado en una vieja mansión de un patricio habanero, el Marques de Aguas Claras (¡qué hermoso título!). Era previsible: a la despensa le falta media carta. Pero la noche es bella de luna llena, en el antepalco lamido por las buganvillas, situado al mismo nivel de la catedral vieja, sabia y matriarcal, ennegrecida por el salitre, mordida por las corrientes marinas.. Coqueta, chata, íntima. La plaza es uno de los mejores lugares del mundo.
 

En el aeropuerto termino de leer Antes que anochezca. Es un libro obligatorio, en la misma división que Si esto es un hombre y Archipiélago Gulag. En él se cuenta la vida de Reinaldo Arenas, novelista cubano que, sin más tacha que ser homosexual y escritor desafecto, vivió perseguido y machacado dos décadas en la Cuba de Fidel Castro. Fue delatado por sus amigos, intentó llegar a Guantánamo cruzando a nado un río infestado de caimanes, vivió meses escondido en las cloacas del parque Lenín, fue preso y arrojado a la sentina de la cárcel del Morro, humillado y obligado a autoinculparse. Vio a sus amigos suicidarse o matarse en el intento de fuga; en el mejor de los casos, envilecerse para sobrevivir. Como muchos otros, cumplió trabajos forzados en un cañaveral. Conoció la amargura del exilio en Estados Unidos, cuando, oculto en una muchedumbre de 'indeseables' que Castro permitió excepcionalmente salir de la isla después de una crisis diplomática, logró fugarse. Fuera de la isla tuvo que soportar a 'la izquierda festiva', la misma que aplaudía atolondrada al régimen castrista. Se suicidó, enfermo de SIDA, en 1990. La suya es la historia de heroísmo de un hombre que sólo quería escribir, bañarse en el océano, y templar. Y lo hizo. He entrevisto a lo largo de todo el libro una tenue e inabdicada alegría de estar vivo.

Reinaldo Arenas vio venir la noche. La vio llover, oscura, sobre su cabeza, como casi dijo su paisano Martí. Yo creo que M y yo hemos visto la madrugada.

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