Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

domingo, 27 de enero de 2013

Antillana (VII)

Hay cosas de las que no te das cuenta hasta que te das cuenta. Desde lo alto de la muralla del castillo de El Morro, la fortaleza que los españoles construyeron para defender el puerto de La Habana, se obtiene una dilatada panorámica de la bahía de la ciudad. Entonces caes en la cuenta: no hay barcos en esa bahía. Ni barcos, ni barcas, ni veleros, ni esquifes, ni lanchas ni pontones ni nada que flote. En el resto de grandes bahías del mundo siempre hay embarcaciones fondeadas o en el horizonte. No así en San Cristóbal de La Habana. Sólo una oscura lengua de mar. Se comprende mucho mejor el poderoso arranque de La isla en peso, de Virgilio Piñera: 'La maldita circunstancia del agua por todas partes'. Comentándolo con un amigo más tarde, éste dio en el clavo: 'Claro. El mar es su muro de Berlín'



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El castillo del Morro fue la sentina penitenciaria de Castro hasta principios de los noventa. No es una información que aparezca en los letreros ni en las guías oficiales. Aquí fue a parar Reinaldo Arenas, por homosexual y desafecto. Las páginas sobre su estancia de algo más de un año en la prisión son insoportablemente lentas y detallistas:

'La peste y el calor eran insoportables. Ir al baño era ya una odisea; aquel baño no era sino un hueco donde todo el mundo defecaba; era imposible llegar allí sin llenarse de mierda los pies, los tobillos, y después, no había agua para limpiarse. Pobre cuerpo; el alma nada podía hacer por él en aquellas circunstancias'.

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