Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

domingo, 30 de septiembre de 2012

Parque de la Gatineau

Como el día es cálido, llamamos a unos amigos y vamos a caminar al parque de Gatineau, donde el otoño sigue trabajando su pátina de cereza. Aún ha de llegar la gran orgía de rojos y amarillos que sólo durará un par de semanas hasta caer las hojas, exhaustas. El paseo es liviano, como corresponde a excursionistas postizos como nosotros (aunque C. y M.E, hubieran deseado algo más challenging). Vemos en el río congregarse un grupo de aves y alguien explica que están preparando su migración. Me hace pensar que en el fondo, últimamente, los seres humanos somo aves solitarias, y por eso nos vamos estampando contra los postes una y otra vez. Pero están los amigos. Luego en casa nos metemos en una discusión sobre la primacía de la vida del campo sobre la vida de ciudad o viceversa. Ottawa ofrece una curiosa mezcla de ambas, que se acentúa en un sentido o en otro en función de los barrios. M es claramente partidaria de la furia alegre de la ciudad. M.E se decanta por el sosiego de la montaña, vencida por la añoranza de sus Andes maternos. A. apuesta por el campo domesticado, con Internet y agua caliente. Y yo, yo me hago un lío, y como es natural en mí, soy incapaz de emitir un juicio sin reservas. Siempre me he considerado un hombre de ciudad, de gran ciudad, de metrópolis. Ocurre que ahora estoy viviendo mi periodo rousseauniano (sin exagerar) y reconozco que no me disgusta. Hace poco, durante una breve estancia en Barcelona, descubrí por primera vez el ruido de la ciudad. Horrible, muy horrible, el fin del mundo. Y si buscamos en el venero de la historia y la literatura encontramos argumentos a favor y en contra. Desde 'el aire de la ciudad te hace libre' del Medievo, hasta el Beatus Ille de Fray Luis. Estoy de acuerdo con Cavafis en que todas las ciudades son la misma. Además, campo... ¿qué campo? Lo que los urbanitas llamamos campo es un agradable chalet con piscina y televisión al final de un carretera perfectamente pavimentada. Ciudad o campo, discusión ociosa: lo que importa es no faltar a la cita con la soledad, aunque para eso haga falta ir y venir de la ciudad al campo, del campo a la ciudad, como un animal cimarrón. 

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