Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 5 de octubre de 2012

Al lago (III)

El lago forma parte de un estrategia de poblamiento. Consciente de la necesidad de ocupar el inmenso hinterland occidental recién adquirido, el gobierno federal hizo dos cosas inteligentes, de puro necesarias: crear la policía montada para poner orden en el territorio y encargar a empresarios de Montreal la misión de llevar el tren hasta Vancouver atravesando praderas y montañas. Con una buena inyección de dinero público estos fundaron la Canadian Pacific Railways, que a su vez estableció su división de hoteles, con la tarea de abrir grandes establecimientos junto a cada estación terminada. Los hoteles, que al gusto moderno resultan ampulosos y carranclones, son el origen de la cadena Fairmont, icono, de mar a mar, del paisaje canadiense. La explotación de ambas líneas, hotelera y ferroviaria, necesitaba un abundante material publicitario. Lo mismo que en Suiza, Tanzania o las Islas Canarias, comenzaba el turismo moderno, con sus vistosos carteles de esbeltas mujeres fumando en boquilla en la cabina del tren, y tocadas de cloché durante la cena y sensuales maillots en la piscina. Oh, bella engañifa, propaganda de un mundo que quizá existió; hoy conocemos el verdadero rostro del turista, rollizo zampabollos en el bufé del desayuno, horda tentacular, acémila impúdica, igualitos nosotros que todos ellos. Pero divago. Nació entonces también la red de parques nacionales; el primero aquí, en Banff, 1888, la ciudad más elevada del país. Banff está enclavada en medio del recinto del parque nacional, reluce como un diamante y está sujeta a severas restricciones: no se puede construir ni un metro cuadrado más y sólo puede vivir en ella aquel cuyo empleador le ponga cama. En un intento de estirar la nostalgia hasta ese mundo perdido de novela de Agatha Christie o Thomas Mann, M y yo hemos venido hasta aquí para tomar las aguas. Un swimming pool day pass cuesta doce dólares y te permite remojarte en las termas al pie de la Sulphur Mountain. Es como una piscina climatizada al aire libre, con mucha densidad de carne y despliegue de tatuajes. Nos salimos pronto, no por asco, sino por aburrimiento, y como tenemos mucha hambre y tememos no encontrar una cocina abierta, no nos duchamos. En el coche nos damos cuenta de que olemos a azufre (un olor muy parecido al de huevo podrido) al punto de intoxicación. Comemos buena ternera de Alberta en el pueblo, vemos un museo local, y nos volvemos dando un largo rodeo en coche al hotel, donde al fin podemos desprendernos del odor vintage. El lago, que marca las horas del día como una clepsidra, nos pone a dormir. 
 
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario