Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 8 de octubre de 2012

Al lago (V)

Conducimos por una carretera sin curvas de regreso a Calgary. Atrás quedan las Rockies, como un escote turgente. El paisaje es ahora es pardo y horizontal; no me resulta ajeno y, en su desnudez, descansa la vista tras la agotadora exuberancia de días pasados. Ya he dicho que en Canadá no hay muchos sitios donde parar y romper la monotonía de un viaje en coche. Una salida de la autopista indica la proximidad de un casino, que vemos aparecer junto a un campamento indio, seguramente postizo, como reclamo visual. Vacilamos. Al final es M quien dice 'Venga, va, y así comemos algo'. Y luego, según nos acercamos: 'Prepárate para ver algo deprimente'. Yo sé por la televisión que hay en Norteamérica casinos regentados por empresarios amerindios, sin saber muy bien por qué. La razón, sencillísima, la da M. 'En muchos Estados el juego está prohibido y a los indios, es decir, a los native americans o first nations, como se les llama aquí, se les permite abrir locales en lo que consideran su territorio. Es una fuente de ingresos basada en el monopolio'. Parece que en Alberta, los indios, vicio sobre vicio, permiten fumar en sus casinos: nada más salir del coche, todavía en el aparcamiento, me golpea una peste a tabaco que me genera una arcada instantánea. Es mucho peor dentro. El aire enrarecido y la lobreguez anulan en nosotros cualquier atisbo de curiosidad. La sala de tragaperras esta casi vacía, y aunque hacemos ademán de jugarnos unos dólares, no tenemos monedas. Vamos al bufé, dónde sí hay gente. La comida es escasa e indeseable: sandwiches de atún y una marmita donde bulle un cataplasma violáceo. Teníamos que haber venido el jueves, pienso, seguro que los jueves dan paella. M me tira de la manga para que nos vayamos; yo estoy a punto de vomitar. Compramos un kit-kat (algo seguro) en la tienda y nos vamos a toda prisa. Sólo he visto un par de indígenas. El resto eran rostros pálidos disfrutando de un ocio patético. La verdad es esta: Todo cuanto rodea a los nativos americanos en Canadá es tristísimo. Ha sido peor de lo que esperaba. A la hora de escribirlo, quince horas después, todavía se me cierra la garganta.


Por la tarde hemos acudido a la cena de acción de gracias a la que Dave y Sandra nos habían invitado. Lo contaré mañana, ahora estoy cansado. Baste un apunte. Comentando nuestra visita al casino indio. Sandra ha empezado a enumerar una retahíla de buenas obras (charities, las llaman aquí) en las que trata a aborígenes. 'They struggle', ha dicho. 'Luchan'. Y lo ha repetido varias veces. They struggle. Todos lo hacemos, claro, pero pocos cómo ellos, siento.



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