Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 6 de agosto de 2012

Torontonians (II)

Los recién llegados a Toronto tienen varias cosas en que entretenerse. Arriba y abajo. Me explico: Han de, obedientes, hacer la larga cola que permite, previo peaje, acceder al ascensor que sube a la CN Tower, la estructura -que no edificio- más alta de la ciudad, y, a decir de la guía y folleto, del mundo. Algún día los torontonians tendrán que cantar la palinodia y admitir que esto no es verdad, porque hay tres cachirulos más altos en Cantón, Tokio y Dubai respectivamente. A mí, cada vez que la Lonely Planet me hace subir escaleras, me entran inmensas ganas de presentar mi dimisión. No me gusta subir a rascacielos, torreones, miradores y otros corcovados del mundo para ver las vistas por muy breathtaking que me las pinten. Soy muy vago, y por lo demás, las vistas, con sus excepciones, me aburren. Las vistas, por lo general, ya están vistas. Entonces para qué. Otrosí, es un sacacuartos. Pero, claro, es casi peor la actitud disciplente del turista esnob que no quiere subir. Entonces, se acaba subiendo, obediente, que es lo que hemos hecho esta mañana M y yo. Habíamos quedado en que la CN Tower no es un rascacielos, sino una antena o pincho de radiodifusión. Tiene un elegante fuste en forma de estrella o punta de flecha, todo él de hormigón visto. Como en el corte de un vestido imperio, la torre queda entallada más arriba de la cintura por una plataforma que hace de observatorio. Hay otra más pequeña más arriba todavía, al que también subiremos, por un módico suplemento. ¿Qué se ve desde lo alto? El enorme lago Ontario, que es el más pequeño de los lagos grandes, pero el doble de grande que, digamos, la provincia de Asturias. Tierra adentro, el formidable sprawl del Gran Toronto, casi una ciudad estado, con su hinterland de barrios residenciales y pequeños municipios. O sea, que no está tan mal y merece la pena el viaje en ascensor. Pero una vez y no más, Santo Tomás. Una vez se ha subido a la CN Tower (los desobedientes pueden empezar aquí) es hora de bajar, no al nivel de la calle, sino por debajo, a las catacumbas de la ciudad. Toronto, como tantas ciudades canadienses, tiene un invierno difìcil. Quizá no tan frío como el de Ottawa, pero complicado por la abundancia de vientos que forman corriente entre sus edificios. Para hacer más fácil la vida de los torontonians, la ciudad cuenta con un enorme y prolijo mundo subterráneo que comunica barrios enteros. El llamado PATH no es el subsuelo de Dostoievsky, sino un luminoso continuo de tiendas y comedores. M y yo nos hemos entretenido tratando de llegar desde el Eaton Centre, un centro comercial famoso y mesopotámico, hasta nuestro hotel sin salir a la superficie. Tiene su miga, porque las indicaciones no son fáciles de entender para el no iniciado, y de trecho en trecho nos hemos visto obligados a volver sobre nuestros pasos. Tras algo más de media hora de paseo hemos salido de las espeluncas de la ciudad como hormigas deslumbradas. Justo al pie de la CN Tower, la torre más alta del mundo, etc.




Por el camino del PATH
 

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