Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

domingo, 5 de agosto de 2012

Torontonians (I)

Volvemos a Toronto. Qué pedazo de ciudad. Todavía la están terminando. Lo de menos son los rascacielos acristalados, con sus miles de teselas de aguamarina, creciendo como champiñones. Lo importante son esas sesenta personas llegando cada día para quedarse. Un casi inverosímil cincuenta por ciento de sus cinco millones de almas han nacido en otro país. Su hospital Monte Sinaí, donde hay intérpretes de cuarenta y ocho lenguas. Sus razas mezcladas hasta que uno ya no percibe la mezcla. La ciudad donde se hace cierta la bella sentencia de Richler: Canada es el país de las segundas oportunidades de todo el mundo. El anti-guetto. Estamos bien instalados en el Intercontinental, tarifa para amigos y familia del DX Exchange, con los que tengo negocio esta semana. La ventana da de narices a la celebérrima, altísima, CN Tower, tanto más fea cuanto más cerca la tienes. Una estalagmita de hormigón de 500 y picos metros, que habrá que escalar porque es una de esas cosas que si no se ven pareces idiota. Entretanto, y mientras esperamos a Juli, tomamos el autobús turístico, que una panda de estudiantes ha comprado de segunda mano en Londres. Las explicaciones son divertidas, amigables. Luego llegan Juli y su mujer y salimos a cenar a chinatown. Hay cuatro barrios chinos en la ciudad, pero nosotros vamos al más grande y bullicioso, el de Spadina con Dundas. Cenamos pato, fideos, ternera y langosta por 100 dólares, que es bastante barato. Y volvemos caminando al hotel seducidos por las bombillas de los teatros, la música que se escapa de unos antros formidables y los olores que flotan desde los tubos extractores de los restaurantes étnicos. Ese aroma fuertemente condensado de vida que exhalan las ciudades de verdad. 

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