Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

martes, 7 de agosto de 2012

Torontonians (III)

En Toronto hay varios museos de interés. El Royal Ontario Museum (macizo edificio neo-románico con discutible ampliación del arquitecto Libeskind) pertenece a la categoría de los museos totales en los que un pedazo de templo babilónico convive con la osamenta enorme de un dinosaurio, no muy lejos de la sala de porcelana china o mobiliario victoriano. Para tener este tipo de museo hace falta a) un país sin ruinas y por lo mismo con necesidad de hacerlas traer b) un imperio abundante en piedras c) un cierto número de ricachos locales que regalen sus colecciones. Son lugares para perderse y querer ser de nuevo un niño, con la ilusión de querer saberlo todo por creer que se puede saber todo. Yo me quedo con la reproducción lúgubre y abracadabrante de una cueva de murciélagos de Jamaica. Desde el ROM se puede caminar, atravesando el barrio de la universidad, hasta la Art Gallery of Ontario, cuyo edificio originario fue totalmente renovado hace poco por el arquitecto local Frank Ghery. El resultado es extraordinario. La colección también lo es. El turista con poco tiempo, como nosotros, debe al menos examinar con cuidado dos sectores: la sala que contiene la mayor colección del mundo de esculturas de Henry Moore, y la salas dedicadas al arte canadiense, generosas en pinturas de Tom Thomson y el Grupo de los Siete, que cada día me gustan más y de los que ya hablaremos otro día. Y mañana, si hay tiempo, del Salón de la Fama del hockey sobre hielo.



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