Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

jueves, 3 de mayo de 2012

Historia de Canada II

A partir de 1760, año en que sus dos mitades quedaron uncidas, la historia de Canadá es la de una lenta y gradual independencia de Reino Unido. Tan lenta y tan sabiamente administrada que no podemos, en rigor, pensar que haya concluido. Ahí está la crisálida de la monarquía, que, como una astuta oruga, tejió el genio político británico para todas sus colonias (o casi todas). Ayer mismo se anunció el nuevo billete de 20 dólares, en el que luce sonriente la reina Isabel II presumiendo de sus sesenta años de reinado. 

Nos habíamos quedado en que Canadá era la respetable porción de territorio, al Norte y fresquito, que Reino Unido no perdió en la guerra de 1775-1783 contra las 13 colonias. Los mismos antagonistas añadieron una coda a su enfrentamiento: la guerra de 1812, un conflicto que hoy yace semiolvidado en la penumbra del vasto drama napoleónico. La guerra fue declarada por Estados Unidos, al que irritaban los secuestros de sus barcos con destino a puertos franceses y sobre todo, el respaldo británico a las belicosas tribus indias del Noroeste. (En realidad, y aunque la acuñación es posterior, los americanos ya andaban convencidos de que su destino manifiesto era enseñorearse de todo el continente, como no tardarían en aprender los pobres mexicanos). De modo que Madison se lo tomó como una segunda guerra de la independencia: liberaría el trozo de Norteamérica que seguía en manos del Rey Jorge. Parecía fácil: siete millones y medio de americanos contra medio millón de colonos dependientes de una isla ocupada en una guerra internacional al otro lado del Atlántico. Pues perdieron, los americanos, haciendo gala de una escandalosa incompetencia militar. Sin entrar en el detalle, en lugar de cortar la vía de suministro del río San Lorenzo y ganar Montreal, a cincuenta kilómetros de la frontera, se obcecaron en penetrar por los grandes lagos, donde el apoyo indígena a los británicos era mayor. Sus generales fueron torpes y cobardes, y los británicos hábiles y eficientes, asistidos por su marina. Total: Tras dos años de guerra para nada todo se quedó más o menos como estaba y Canadá se ganó su lugar bajo el sol. Desde entonces, nunca más ha sido invadida por nadie.

Tras la guerra hubo en el interior de la colonia, en 1837, unas revueltas liberales de baja intensidad, una copia descolorida de lo que estaba ocurriendo en Europa tras el Convenio de Viena. (Sus líderes Mackencie y Papineau dieron luego nombre al batallón canadiense que se integró en las brigadas internacionales durante nuestra última guerra civil).

Mientras tanto, los sucesivos gobernadores británicos constataron que anglos y francos se profesaban un odio considerable. El gobierno de la colonia era pesadísimo. En 1838 llegó a Canadá un nuevo Gobernador General, Lord Durham, que vio lo que había y escribió un informe, el famoso Report on the Affairs of the British North America. La cita más importante es esta: "I found two nations warring in the bosom of a single state: I found a struggle, not of principles, but of races; and I perceived that it would be idle to attempt any amelioration of laws or institutions until we could first succeed in terminating the deadly animosity that now separates the inhabitants of Lower Canada into the hostile divisions of French and English". Como buen británico displicente, en el informe decía unas cuantas tonterías racistas sobre los canadienses de lengua francesa, para los que proponía la pura y dura asimilación. Pero Durham acertaba de pleno en algo: la necesidad de dejar el gobierno interior de la provincia en manos de los colonos; siempre que la política exterior y la defensa estuvieran en manos británicas, el vínculo colonial permanecía intacto. Sólo podemos admirar este alarde de inteligencia y realismo político, no tan obvio en la época como nos puede parecer ahora. El Parlamento británico hizo caso -otro interesante signo de distinción, el de hacer caso a los expertos- y en 1840 promulgó la Union Act, que creaba la Provincia de Canada, dividida en dos regiones, Upper y Lower, paritariamente representadas en una Asamblea única. Canadá empieza a tomar forma. 

Y vale por hoy.


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