Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

lunes, 28 de mayo de 2012

Quebequiana (III)

Han llamado a Canadá el país de las dos soledades. Una habla francés, la otra inglés. Sus difíciles relaciones están brillantemente narradas, con humor y melancolía, por Mordecai Richler en su "Oh Canada! Oh Quebec! Requiem for a divided country". Ni que decir que todo me suena demasiado familiar. A estas alturas de la noche, no hay nadie que comprenda mejor que yo la historia que cuenta. Su tristeza es la mía, su cabreo también. Y sus llagas. Y es todos los personajes de su drama tienen exacta correspondencia española. Están todos. (Por poner un par de ejemplos, ¿cómo no ver en las diatribas racistas del Abbé Groulx a nuestro inefable Sabino Arana?). La historia es complicada. La expulsión del paraíso se produjo para Quebec en 1767, año de la derrota. Faltos de poderlos asimilar, el Canadá inglés redujo durante décadas a los francófonos a simpáticos estereotipos: granjeros, violinistas de taberna y comerciantes de pieles viajando en canoa, silbando sus canciones en las orillas de los lagos. Gente que debía de estar contenta de pertenecer al Imperio Británico. Por eso se sorprendieron cuando un número considerable comenzó a emitir señales de descontento. El francés no estuvo nunca prohibido en Quebec, pero para lo que importaba sólo se utilizaba el inglés. Se cumplía así el dictum de Humpty Dumpty: Lo importante no son las palabras, sino saber quién manda. Mandaban los anglos, hacia quienes los francófonos acumularon un resentimiento creciente. De lo que voy leyendo creo comprender que su descontento estaba en ocasiones justificado, y que en otras las quejas entraban de lleno en la teoría de la conspiración. Da igual, estoy lejos de poder valorar en su justa medida la larga lista de agravios que los nacionalistas quebequeses esgrimen frente al Canadá que habla inglés; además, he aprendido que en una discusión que se eterniza es improbable que ambas partes no tengan su poco de razón. El turista, en todo caso, se sabe en presencia una pelea familiar rápidamente. Por ejemplo, en las matrículas de los coches de Quebec está escrita la divisa de la provincia: Je me souviens. "Lo recuerdo". ¿De qué se acuerdan los quebequeses? Según Richler, de la batalla de los llanos de Abraham de 1759, cuando los ingleses tomaron Quebec en la guerra de los siete años. Se acuerdan también de cómo Luis XIV, entre trufa y trufa, dispuso ceder la provincia a cambio de Martinica y Guadalupe. Pocas veces se ve tan bien la naturaleza morbosa del nacionalismo que cuando uno está parado en un semáforo de Montreal, y los mil ojos de la memoria de Quebec te acosan con su advertencia pegada en el culo de todos los coches: je me souviens, je me souviens, je me souviens... En el centro de todo está, claro, la lengua, que aun hablada por la mayoría fue durante largo tiempo marginada por la élite. Hoy está protegida hasta el abuso. Atención a este párrafo de la ley lingüística, la ínclita ley 101, que saco del libro de Mordecai: «Las letras francesas deben ser mayores que las letras inglesas; el espacio en torno de las letras debe ser más amplio para las letras francesas; el mensaje francés debe ser colocado a la la izquierda del inglés o encima; las letras francesas e inglesas deben ser del mismo color, o en su defecto el color de las letras francesas debe ser más visible (el inspector de la comisión decidirá qué color es más visible); si el francés y el inglés van al mismo tamaño en un mensaje deberá haber dos veces más mensajes en francés que en inglés.» Esto, atención, sólo rige para los carteles de dentro de los locales, por fuera el inglés está vetado. Puf, y en España aun dicen que el pescado es caro. Lo último de hoy: la misma ley obligó a cambiar todas las señales de "Stop / Arrêt" por una que pusiera únicamente "Arrêt". No expongo a la luz estas chorradas para ridiculizar a los nacionalistas francófonos. Durante mucho tiempo no lo tuvieron fácil. Pero una injusticia, habrá que decirlo mil veces, no repara otra. Las estadísticas oficiales hablan de un trasvase de 307.000 anglófonos de Quebec a otras provincias. Y los que permanecen, unos 700.000 están envejeciendo. Es otro caso de una minoría que habiendo sido maltratada se dedica a hostigar a su propia minoría cuando logra la hegemonía. Es, en todo tiempo y lugar, la misma canción. Triste.

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