Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 12 de mayo de 2012

Pemichangan


Hace poco, estudiando mi examen de Estética, topé con una frase de Schiller (o de Schelling) que sostiene algo así como que nuestros sentimientos hacia la naturaleza son comparables a los de un hombre enfermo hacia su salud perdida. Me ando con mucho cuidado con afirmaciones como ésta, porque nunca olvido el lado siniestro de la naturaleza (que es un lago de plata y el virus ébola). Pero es indudable, en un mundo donde parece que no queda un palmo de tierra por explotar, ante un paisaje hermoso y virgen, uno siente una especie de retorno, algo no muy distinto de un principio de sanación. Lo que algunos evolucionistas llaman biofilia. Canadá es el lugar apropiado para experimentarlo. Hoy, por ejemplo. El Jefe tiene un amigo, A.J que nos ha invitado a su cottage en una zona de lagos en Quebec, a una hora larga de Ottawa (los canadienses tienen sus cottage como los rusos tienen su dacha, y como éstos, sin teléfono ni electricidad). En barca hemos navegado por cinco lagos, comunicados por estrechos donde los castores construyen sus presas. Hemos visto uno, nadado a braza, de lado a lado. Y un ciervo remontar un desnivel de un brinco. Y un pájaro de pechera azul cuyo nombre inglés he olvidado. Y un pato batir sus alas compulsivamente. Las orillas, por cierto, parecían elevadas sobre un zócalo negro, como si el lago hubiera descendido de nivel durante el invierno. Qué va. Resulta que cuando el lago se hiela, los ciervos saltan a su superficie para comer los bajos de la vegetación. Es muy curioso, pero es uno de esos momentos en los que tendría que echar mano de un foto para mostrarlo y no la hice. Luego, tumbado en la terraza por encima del embarcadero, con la mirada absorta en el lago de un verde mercurial, tras haber comido un tierno solomillo de reno, sin más sonido que el ocasional de remos golpeando el agua, una cerveza, bajo un sol tibio, robinson del bosque, uno puede intentar la sanación. Pero cuesta. No puedo. Estoy y estaré enfermo de ciudad. Como dijo un día el Gran Peps (él no se acordará) ‘…beatus ille, beatus ille… ¡si hay internet!’

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