Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

jueves, 31 de mayo de 2012

Quebequiana (y VI)

No me creo que el pintor Riopelle no realizara sus cuadros bajo la influencia de Pollock. Hay tablas que podrían ser intercambiables, como este oscuro L'Espagne que hemos descubierto en el Museo de Bellas Artes de Quebec, visitado en soledad estricta y monacal. Del museo y de su aire acondicionado se sale al campo de batalla, no exactamente llano, sino una gran pradera ondulante, verde y despejada. Hace un calor del demonio y el cielo se ha puesto de primera comunión. Caminamos descalzos por el escenario del combate, tres siglos ha, entre Francia y Gran Bretaña, por el control del continente. En la noche del 12 de septiembre de 1759 las tropas de Wolfe escalaron en silencio la pared del acantilado que secciona la llanura. Nadie los vio llegar. Dispuso su regimiento en la kiplianiana delgada línea roja que formaban las casacas de la infantería británica. Allí esperó la acometida del francés Montcalm, que había ordenado la carga. Cuando los franceses estuvieron a pocos metros -no antes- descargaron los mosquetes, causando estragos en las líneas enemigas, que se batieron en retirada. Desde entonces se ha tachado a Montcalm de incompetente, responsabilizándolo de la derrota. Hubiera bastado que esperase  en el fuerte los refuerzos que pudieran atacar la retaguardia de Wolfe, empujándolo de nuevo al río. Es muy fácil decirlo ahora. Las batallas se reconstruyen con lógica perfecta, pero en el momento deben de ser un caos completo, y como diría un periodista deportivo, se deciden por detalles. No suele ser el vencedor, sospecho, un genio, ni el derrotado un patán. 700 muertos para cada uno, pero con Quebec rendida y mejor flota los británicos. Wolfe y Montcalm muertos. Hay en el parque sendos hitos señalando el lugar exacto en que cayeron, separados por apenas ochenta metros. Honor y gloria a los viejos generales que se dignaban morir en las batallas que libraban. Hoy hay merenderos, parejas en arrobo, cometas. Y que no venga ningún historiador marxista a decirme que las batallitas no cuentan en la historia. Aquí, en media hora desapareció Francia de América y nació el Imperio Británico. Hoy la guerra continua por otros medios, que sólo dañan a la inteligencia, las voces ancestrales de Wolfe y Montcalm puestas en sordina. Volveremos a Quebec, y un poco más al Norte, a ver ballenas, en Tadoussac. Quebec es lo más interesante que en Canadá se debe a la mano del hombre. Sólo le reprocharía estar excesivamente pulida para el turista y un invierno que adivino apocalíptico. 


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