Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 11 de mayo de 2012

Oisive jeunese...

Los estudiantes de Quebec llevan tres meses de huelga revolucionaria. De día no van a clase y de noche salen en romería. Protestan contra la subida de las tasas universitarias decretada por el gobierno de la provincia. El incremento es de un 75 por 100, nada menos, y, de hacerse firme, los alumnos pasarían a abonar unos 3500 $ anuales por sus estudios. Ocurre, sin embargo, que, antes y después de la medida, los universitarios de Quebec pagan muy poco en comparación con el resto de estudiantes de Canadá. La mitad que en Ontario o Alberta. También es cierto que pagan mucho en relación a sus pares europeos. Por su parte, el gobierno dice que, sin nuevos ingresos, la universidad amenaza ruina. (Nota: En Canadá no hay universidades privadas). El asunto ha dividido a la opinión pública del país entre los que defienden a los estudiantes (ellos mismos, un 30 por 100 del total, y unos pocos intelectuales) y quienes los tachan de niños malcriados (el resto de la población, incluidos los universitarios de otras provincias). Al contrario que en mayo del 68, los sindicatos obreros han pasado de la movida. Los estudiantes están bastante solos, la verdad. No ayuda a la causa, claro, que una minoría descerebrada se dedique desde hace semanas a romper escaparates, quemar coches, lanzar bombas de humo en el metro e impedir el acceso normal a clase. En honor a la verdad, conviene saber que la sociedad quebequesa era prácticamente subdesarrollada hace sesenta años: de ahí que perder la cuasi gratuidad de la que vienen les suponga un trauma considerable.

El caso es que, estando a favor de una universidad pública de calidad y accesible a todos los bolsillos, no consigo que me caigan bien los manifestantes. El líder la revuelta es un tal Gabriel Nadeau Dubois, un jovencito repelente con ganas de hacer carrera; se le ve el plumero Cohn Bendit a la milla. Dice cosas como 'Je n'ai pas le pouvoir de dénoncer la violence'. El filisteísmo es fatal, absoluto. Dicen que lo suyo es como lo que sucede en Siria. Toma ya.

Pienso en los inconvenientes de la juventud. Los inconvenientes intelectuales. De jóvenes somos incapaces de hacernos cargo de la complejidad del mundo, de la necesidad del pacto. Todo es así o asá, y cualquier penalidad la imputamos al fantasma en boga, en este caso el llamado neoliberalismo. Abrimos la boca y es para decir que estamos oprimidos como en Libia. (Siempre hay, claro está, quien nunca sale de este estado de minoría mental). Modestia aparte, estoy satisfecho de haber superado la febrícula ideológica pronto en mi vida, que es aprender la moderación (todos mis excesos fueron sentimentales, en ese campo sí que hice el ridículo con avaricia, pero por amor se puede hacer el ridículo, pienso yo). Y no haber sido estúpidamente de izquierdas cuando mozo es una relativa garantía de no ser estúpidamente de derechas más tarde. En definitiva: La moderación es ya la virtud que más aprecio, y no la veo por ningún sitio en estos garibaldis de Montreal.

Creo que a la larga lo único que echaré de menos de la juventud será el esplendor físico que le es propio, que en mi caso nunca fue gran cosa. Y también, puede, los ridículos amatorios. Pero eso será la memoria, engañándome.

Como siempre, al releerme, me viene la reserva. ¿Y si ya no soy capaz de reconocer una causa justa cuando la tengo delante de mis narices? ¿Y si yo también estuviera, al cabo, pidiendo que les traigan brioche a estos pobres chicos?

Ya lo decía Supertramp.

Lo dejo aquí. 

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