Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 13 de enero de 2012

El fin del mundo

Ayer nevó todo el día; no ha parado de nevar durante la noche y la nieve sigue cayendo con fuerza esta mañana. En el jardín casi se puede ver crecer el colchón de nieve, con lentitud de nube; oigo el ruido de la quitanieves trasquilando el barrio; empuja la pala por la calzada como Sísifo su roca. Los copos enormes siguen cayendo furiosamente. M llega de la peluquería -desesperada, por fin hoy se ha atrevido a hacerse las mechas, tal es la confianza que le inspira el gremio de estilistas de Ottawa- dando gritos; '¡No para de nevar, es el fin del mundo! ¡Y me han dejado el pelo verde! ¡Verde!' Yo le digo que no, que no lo tiene verde, lo tiene rubio y está bien. Al rato, está de acuerdo. Decidimos salir a comer. 'Tienes que ver cómo está el barrio'. Y añade, aliviada 'Ole el tío que inventó el four-wheel drive'. Tiene razón. Merece la pena salir a ver las copas desnudas de los árboles convertidas en intrincadas y frágiles moléculas de cristal. O las cabezas ilustres de las estatuas públicas, luciendo de repente un solideo vaticano en su coronilla y caspa sobre sus hombros. O el río lacrado de nieve. Los coches sepultados, de ultratumba. El silencio, sobre todo, como si la nieve se llevara todos los sonidos, o todo lo enmascarara. Luego ya en casa, mientras escribo, M me llama: '¡Ostras, ostras, ven, ven! Mira como se caen los cúmulos de tejado, en ráfagas, como si fueran fantasmas'. Nos quedamos un rato, de este lado de la ventana. Pongo el Invierno de Vivaldi a tope y el dramatismo se dispara. Luego, arrecia un poco, y bajo al jardín a hacer un caminito, cuyos bordes ya se elevan cuarenta centímetros. No niego que me divierte. Pero no bajo la guardia. Como la línea clara del mar, un paisaje nevado produce una engañosa sensación de sosiego. Como aquélla, la nieve tiene un poderoso lado siniestro. Como las olas del océano, estos copos de besos no son de fiar. No por nieve no quema, no por mansa no mata. Esta intuición intelectual o dato fruto de la experiencia, M la presiente cada noche (siempre el cuerpo femenino más alerta), cuando se despierta de madrugada, como presa de una amenaza. Se acerca a la ventana, y comprueba que en este mundo espectral que llamamos invierno se ha puesto a nevar otra vez.

Y sigue cayendo la nieve, la nieve sigue cayendo.

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