Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 14 de enero de 2012

Hockey Night

No he contado todavía que fuimos con Chris, Iratxe, Nacho y Ana a ver nuestro primer partido de hockey sobre hielo. El coso, lleno de familias, por tratarse de un partido en vacaciones, tronaba como una enorme discoteca estruendosa. Yo estoy acostumbrado a la relativa sobriedad de los campos de fútbol europeos, donde pocas cosas te distraen del juego. En Canadá se da por hecho que mucha gente viene precisamente a distraerse: los niños a bailar en los entreactos y a ponerse morados de pizza y perritos calientes, las chicas a chafardear, los padres a cuidar que sus hijos no se caigan de la grada y quizá también a supervisar el contoneo de las escuadras de animadoras, oportunamente repartidas por todo el coliseo. El equipo local son los Ottawa Senators (aunque su mascota es un centurión romano), al parecer ni muy bueno ni muy malo (una vez jugó la final). Los rivales eran los Florida Panthers (cuya mascota tampoco parecía una pantera, sino más bien un tigre; en fin). La gente se vuelve loca cuando ve salir de las troneras a los gladiadores, con un despliegue de humo, rayos y centellas que nunca he visto en un campo de soccer. Suenan los repelentes himnos nacionales y luego la cosa empieza. Me divierte la primera parte, me aburre la segunda, y en la tercera, más brillante hasta para un neófito, me llega un vislumbre de la belleza del juego. Lo que más impresiona, claro, es la rapidez. Los jugadores forman un remolino nervioso, parecido a un enjambre de moscas, pasándose el disco a toda pastilla. Los equipos cambian jugadores de forma vertiginosa. 'Un mismo jugador puede entrar y salir unas veinte veces a lo largo de un partido; es un deporte agotador, echas un par de carreras y estás muerto' me explica Nacho. La legendaria violencia de juego está ahí; sobre todo en forma de empellones cuando el puck se arrima a la verja. Chris me comenta que la violencia es sobre todo pre-emptiva; 'Cada equipo tiene un par de tíos duros, los fighters, que se encargan de intimidar a los jugadores rivales más hábiles; son los que no tienen dientes. Días después el jefe trató de convencerme de que la violencia en el hockey es gratuitamente provocada para caldear al personal y subir la audiencia. Ahora mismo hay un interesante debate en Canadá sobre las llamadas concussions o conmociones cerebrales y cómo reducir el número de golpes a lo largo de un partido. Parte de la afición canadiense, que se precia de pertenecer a la más ruda y edéntula nación del universo del hockey, teme estar caminando hacia la definitiva emasculación del juego. Hoy el periódico trae un artículo confuso sobre el tema; primero hay una racionalización barata, identificando la violencia con el duro combate contra el clima que afrontaron los fundadores del país. Luego hay una explicación racional, verosímil: como el puck es pequeño y duro, volaba fuera de la pista deteniendo el juego demasiadas veces; se cerró entonces el recinto; desde entonces en hockey ya no hay casa o refugio, ni escapatoria, la lucha por el puck es total y fatal. Termina el cronista con un sentido llamado a abandonar las peleas para conservar la lucha (give up fighting, keep the fight, dice). Yo me lo voy a pensar.


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