Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 7 de enero de 2012

Gris de Montreal (I)

Caminamos por la parte antigua de Montreal, literalmente desierta esta mañana. Los edificios son de sillares de piedra gris, el pavimento y la calzada son grises, el cielo gris, hasta la nieve es gris. Esta ciudad agota la gama infinita de grises y está lista para ser pasada por el buril de un maestro grabador. El taxista, que recomienda un restaurante donde sirven un cordero buenísimo, nos deja en la Place d'Armes, solitaria como si la hubiesen acordonado para nosotros. En este mismo espacio, parece, Maisonneuve trabó batalla con los indios iroqueses antes de enseñorearse del lugar y darle su primer topónimo francés: Ville Marie. Enfrente se yergue la Catedral de Notre Dame; muestra una fachada discretita que no aventura el repelente pastiche neo-gótico del interior, decididamente, como dice el maestro, uno de esos sitios que ver antes de nacer. A su costado se levanta el Aldred Building, que se parece al Empire State de cintura para abajo. A menudo en Montreal se tiene la sensación de que comenzaron a construir Nueva York y se cansaron, y no por nada se ruedan aquí incontables películas ambientadas allí. Ahora estamos paseando por la larga promenade des artistes, vacía y nevada como una pista de despegue, bajo un frío inhumano y comprendo que el joven Leo Cohen se largara cada invierno a Hydra a montar en burro y escribir en la terraza. Nos resguardamos en el Chateau Ramezay, un interesante museo de historia de la ciudad, que merece una visita con calma. Al salir cazamos un intercambio entre el taquillero y la persona que viene a cubrir su turno: 'Si te hablan en francés, respondes en francés; si te hablan en inglés, respondes en inglés; pero puede ocurrir que acabes hablando las dos lenguas en una misma conversación'. Hablamos, en francés: 'Montreal es una ciudad bilingüe, sí, más o menos; la cuestión ya no es como antes; ahora bien, aunque el apoyo a la independencia ha descendido, cualquier pequeña polémica lo puede disparar'. Luego, con una buena crêpe chévre et jambon, Alex, un joven camarero abunda en la cuestión: 'Tengo bastantes amigos que son separatistas; yo no: defiendo mi cultura y mi herencia francesa, pero me gusta pertenecer a un país grande como Canadá, es un gran país. Si un día Quebec se separase, yo me iría'. Ah, un hermano en la fe, pienso. Luego, mientras fumamos un pitillo, sale con orgullo al contragolpe: 'Y vosotros, pas de bombings maintenant, eh?' Y me duele, el comentario me duele, porque está diciendo: 'Ya ves... todos tenemos nuestra vieja y sórdida y podrida historia familiar, todos cargamos nuestra vergüenza'. Sí, ya no hay bombas. Y aunque me llueven peros salgo reconfortado de la conversación. Más tarde, el día termina con M casi arrestada en Zara, but that´s another story for another day.

1 comentario:

  1. Qué bueno, qué interesante y qué divertido. Sí, a mí también me ha parecido una Nueva York que se quedó a medias, ahora que lo dices.

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