Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

sábado, 21 de enero de 2012

Go Northwest (y VI)

La llegada del ferrocarril fue el precio que British Columbia puso para integrarse en Canadá, algo que sucedió en 1871. La federación tardó dieciseis años en cumplir la promesa. Desde entonces Vancouver ha crecido de forma ordenada e ininterrumpida, tomando el impulso definitivo cuando la apertura del canal de Panamá convirtió la ciudad en el puerto más importante de Norteamerica, al que arriban todos los coches asiáticos que se venden en Canadá y desde donde zarpan las materias primas del país, listas para ser engullidas por China, Japón o Corea, de las que la ciudad es un barrio de ultramar. Los letreros decorados con profusos ideogramas chinos proliferan y la mitad de la gente con la que te cruzas es de origen asiático. La exuberante naturaleza provee a la ciudad de otras dos industrias formidables: el turismo y la silvicultura. La gente es joven, es deportista, hace dinero: casi 100.000 dólares de renta per cápita. No está mal. La criminalidad es considerable, como en cualquier gran ciudad del continente, pero a la baja, y la policía ha renunciado a perseguir a los tenedores de marihuana: mejor fumarse un canuto con ellos. Todo es trendy, multiculti, saludable. Se gusta. Nos gusta. La camarera se detiene un segundo ante M, la mira y exclama: "I love your glasses". 'Ves, hay ciudades donde uno puede llevar gafas y sentirse a gusto, elegante; otras donde parece una tara" Sobra comentar que Ottawa es de las segundas. Pero es nuestra casa y ya tengo ganas de volver.

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