Adorerai-je aussi ta neige et vos frimas,
Et saurai-je tirer de l'implacable hiver
Des plaisirs plus aigus que la glace et le fer?

Ciel brouillé, Les fleurs du mal, Charles Baudelaire

viernes, 20 de enero de 2012

Go Northwest (V)

Qué asco de tiempo. Hemos atravesado la isla a paso de caracol mientras nos caían encima todas las lluvias del antiguo testamento. Ha sido el tramo de conducción más peligroso de mi vida (M, por su parte, recuerda un viaje en furgoneta en Filipinas que fue todavía peor). Tofino y Victoria están muy mal comunicadas; la próxima vez volaremos en hidroavión, que es más divertido. A mitad de trayecto hemos parado a comer una hamburguesa, no excesivamente horrible, en un remedo de McDonalds en una gasolinera. Sólo había allí familias de indios nativos -de una reserva cercana-, de aspecto melancólico y enfermizo (o eso me ha parecido a mí). Hablamos sobre ellos, todavía sin demasiado conocimiento de causa; la comparación con los gitanos es inevitable: esa misma integración fallida, deslabazada, frustada por las buenas intenciones y el racismo silencioso. Aceleramos el paso. Solo tenemos una húmeda tarde en penumbre para conocer la capital de la provincia. Con todo, parece una ciudad agradable; su carácter festivo y primaveral consigue traspasar las paredes de agua. El casco histórico tiene cien, quizá doscientos, edificios originales de mediados del siglo XIX, cuando la ciudad se convirtió en un rebosante nido de buscadores de oro: pico, pala y silicosis. Hoy es una ciudad tranquila, que cede el protagonismo absoluto a Vancouver, y acoge a millares de jubilados de todo Canadá. El edificio el Parlamento es un buen ejemplo de gran mansión inglesa; de noche ganaría mucho con una iluminación menos hortera. Dicen que Victoria es la ciudad más inglesa de cuantas hay en Canadá, y ciertos aires de Bath, Oxford o Plymouth, aromas de verano lejos de casa, sí nos llegan; de hecho (bien pudieran ser imaginaciones) me ha parecido escuchar un inglés más pedante, más grave y empastado. Victoria fue fundada por la Compañía Hudson y poblada por inmigrantes británicos que querían que esta pequeña colonia, fundada en una remota esquina del Imperio, se pareciera a Inglaterra tanto como fuera posible. 'More English than the English' en palabras de Emily Carr, la célebre pintora local. La febril inmigración y las costumbres más relajas de norteamérica, moderaron el designio. En fin, cenamos pato laqueado en el precioso chinatown, el más antiguo de Canadá, primorosamente decorado de faroles y dragones. Al volver a la habitación, derrengados, vemos una gotera chorreando a través del plafón, justo encima de la cama: nos cambián de cuarto. 'Es la nieve fundida en el techo; oh, qué mala suerte que han tenido, hacía tiempo que no recordaba una tormenta así en la isla', nos dicen. 'Cosas que pasan' dice M, sonriendo.

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